Este lunes, la jornada del Papa León XIV en el Líbano se trató de silencio, esperanza y movilización espiritual que tomó fuerza desde su llegada, pero entre montañas, símbolos maronitas y una gran comunidad marcada por la resistencia, el Pontífice desarrolló uno de los días más importantes de su viaje apostólico a Oriente Medio.
Una jornada con la oración en Annaya y el legado de San Charbel
Los primeros momentos de la jornada llevaron al Papa hasta Annaya, hogar espiritual de San Charbel Makhlouf, uno de los santos más venerados de Oriente, teniendo en cuenta que frente a la tumba del ermitaño, León XIV pidió por los que «vienen cansados y agobiados».
Allí, rodeado de monjes y peregrinos, hizo una pausa para recordar que la vida interior no es un refugio, sino una fuerza que impulsa a la misión. Teniendo en cuenta que se realiza en ese ambiente sereno y casi suspendido, el pontífice habló de la necesidad de «escuchar desde adentro» para sostener el trabajo pastoral en tiempos de crisis.
Asimismo, la presencia de San Charbel, símbolo de unidad entre cristianos de diversas tradiciones, sirvió de puente para su mensaje, siendo que muchos esperaban un anuncio que se encuentra dentro de las claves del día, una palabra que reordenara el sentido del viaje, pero esa revelación llegó poco después, casi sin que nadie la viera venir.
Tras esto, el Papa sorprendió al describir esta jornada como un hecho no solo de un gesto devocional, sino como un paso concreto dentro de un llamado más amplio a sanar heridas sociales y eclesiales. La visita a San Charbel se convirtió, así, en la llave para comprender el verdadero propósito del día: un encuentro pastoral orientado al futuro.
Encuentro con obispos y una iglesia que busca reconstruirse
Más tarde, León XIV se reunió con obispos, sacerdotes, consagrados y agentes pastorales, demostrando que este encuentro estuvo lejos de ser protocolar, pero abrió espacio para escuchar relatos sobre la situación del país y los desafíos que vive la Iglesia maronita.
Historias de migración forzada, jóvenes que buscan oportunidades fuera y familias que resisten como pueden formaron parte del cuadro que se les presentó; luego se dio a conocer el testimonio de una religiosa que habló sobre los proyectos educativos que sostienen en medio de la precariedad.
Mientras eso sucedía, el Papa la miró con atención y más tarde retomó sus palabras para recordar que «la educación es un acto de esperanza, no un mero servicio», demostrando que en cada intervención la Iglesia en el Líbano continúa siendo un pilar social imprescindible, pero en sus reflexiones, invitó a cuidar la comunión, debido a los tiempos de presión política y fragmentación interna.
Harissa, el símbolo del ancla y un llamado a la paz
Algo a considerar es que la jornada culminó con un paso por Harissa, donde la imagen de Nuestra Señora del Líbano domina el valle. Allí, el Pontífice volvió a mencionar el símbolo del ancla, que estuvo presente en todo el viaje demostrando firmeza en medio de la incertidumbre porque representa la fe que sostiene a quienes se sienten a la deriva.
Bajo este aspecto, en Harissa también se escucharon testimonios sobre el trabajo con migrantes y familias desplazadas por la crisis regional, indicando que cada palabra refuerza la impresión de que el Líbano es un país que mantiene la lucha por mantenerse en pie.
Ante esto, el Papa respondió con un llamado a la paz, directo pero cálido, insistiendo en que «la misericordia es más fuerte que cualquier conflicto». Luego, la jornada cerró con un breve momento de silencio comunitario; entonces, el paso de León XIV por Annaya y Harissa indica que la misión de la Iglesia en el Líbano no se sostiene solo con estructuras, sino con personas que creen, sirven y permanecen; también llamó a permanecer en la fe en medio de los desafíos del mundo actual.
