“Para hacer agricultura natural, hay que poner el cuerpo”

Por Romano Paganini*

Hoy es viernes, y los viernes se junta la gente de la huerta comunitaria en “La Abajeña”, una huerta orgánica en las afueras de Tilcara, Jujuy, a 2500 metros a nivel del mar. Siete huerteros vinieron hoy para repartir la cosecha de la semana. Previamente estuvieron removiendo tierra, desyuyando y sembrando mostaza para el invierno. Ahora cosechan los zuccinis, las cebollas y los rabanitos y los pesan en una balanza detrás del galpón de barro. Es el galpón que construyó Gustavo Portela (48), dueño de “La Abajeña” e integrante de la huerta comunitaria.

Hace 3 años  que funciona esa huerta. Hoy participan nueve personas, divididas en cuatro grupos, para trabajar la tierra y los viernes se juntan para la cosecha, para intercambiar observaciones y para planificar tareas. A pesar de las idas y vueltas que hubo en un principio, actualmente se mantiene una continuidad que les permite a los integrantes abastecerse en gran parte de la huerta.


Gustavo mismo, nacido en La Plata y padre de dos hijos adolescentes, no compra ni frutas ni verduras hace años. Él llegó en el año 1998 a Jujuy y empezó a trabajar la tierra, hacer compost y activar una parcela en la que dominaban pasto y piedras. Hoy en día hay una huerta de media hectárea (parte es de la huerta comunitaria) en donde se encuentran cultivos como Topinambur, Teff o el Trigo del edad de piedra. Gustavo produce semillas orgánicas, que muchas de ellos son difíciles de encontrar en el mercado Argentino. Las vende a todo el país, mayormente por Internet.

De quién aprendiste a hacer huerta?

En mi familia nunca nadie hizo huerta, así que empecé por mi cuenta en La Plata. Primero solo, después dentro de un grupo, que se llama Cedepo, Centro Ecuménico de Educación Popular. Muchos de sus integrantes eran militantes que volvieron a Argentina después de haber estado exiliados durante la dictadura militar y vieron que había mucho para trabajar en el campo, no sólo en educación, que era su fuerte, sino también en la agricultura. Todo era muy nuevo y nos autoformamos entre todos. 

Tenían tierra?

Sí, el Cedepo había comprado un lote cubierto con escombros en Florencia Varela, Provincia de Buenos Aires, es decir: la tierra estaba muerta. Pero lo compraron a propósito. Por un lado porque era muy barato y por otro porque pensaron que era una buena idea adquirir tierra degradada así se demostraría que se pueden recuperar lugares en donde en teoría sería imposible hacer agricultura. Hoy en día, casi treinta años después, es un bosque, un lugar que no podés creer.

Tenían algunas guías o material de estudio como por ejemplo el libro La vida en el campo de John Seymour?

Sí, Seymour es como un clásico del hombre urbano que se va al campo. Aparte es un buen libro. Había libros sobre cultivos biointensivos a pequeña escala, también circuló La revolución de un rastrojo de Fukuoka, una versión Uruguaya a la que le faltaban unas hojas. Pero en general era sembrar, probar, anotar y sobre todo registrar. Fuimos entrando de a poco, aprendiendo gracias a la propia experiencia. Yo nunca fui a consultar con otra gente. En ese momento no había tantos espacios para voluntarios. No existía la movida que hay hoy en día con la Permacultura. Éramos medio “raros”.

Entonces, de dónde te nació el impulso de hacer huerta?

Yo empecé de joven a observar a los pájaros por mi cuenta. Me fascinaba la diversidad que hay en la naturaleza. Ese mismo interés me impulsó a ocuparme de mi alimentación y es lo que me llevó a hacer huerta en mi casa en Citybelle (barrio en La Plata, Provincia de Buenos Aires); tenía un poco más de veinte años. Para mí era una obviedad el sembrar, no lo pensé mucho.

Es decir, no era por una cuestión ideológica?

Yo hice las cosas porque me gustaban. En ese momento volvíamos con mi pareja de un viaje atreves de Latinoamérica y pensamos que sería bueno compartir experiencias con otra gente. Por casualidad caímos en el Cedepo, pero el objetivo era distinto al mío. Yo no fui con la visión de que tenemos que hacer huerta para tal cosa. Me fui para aprender y ahí me gustó la idea del autoabastecimiento.

Encontraste gente con el mismo espíritu?

Era raro – y lo es hasta el día de hoy – que yo con quince años ya me iba todo los fines de semana a la costa del Río de la Plata a mirar los pájaros. Pero más raro todavía es encontrar  naturalistas que están con los pájaros y que se vuelcan a la agricultura orgánica. En general los urbanos tienen otras costumbres. Recién en los últimos diez años empecé a darme cuenta del contexto en el cual estamos y que justo lo que yo hago, es lo que se debe hacer.

A ver.

Toda la cuestión de Monsanto, de los transgénicos, la falta de semillas orgánicas, la tendencia al suicidio, yo sin querer hago algo para contrarrestar ese impulso. Tiene que ver con ir en contra de lo que pasa en el mundo. En realidad no es en contra, sino a favor.

A favor de qué?

A favor de la transición y el descrecimiento. A favor de la vida. Si te querés correr del consumo tenés que producir. Y si te haces productor empezás a entender la cadena que viene detrás: la producción, el consumo, el productor, el consumista, el campo, la ciudad, los recursos, el agua. Así se forman  pequeños focos. Yo veo al cambio más atreves de  pequeños focos que de grandes anuncios.

Pequeños focos…

Claro, que se empiecen a formar distintos focos en distintos lugares y que la irradiación de estos focos en un momento sea tan grande, que se empiecen a tocar. Sino, la catástrofe va a ser tan grande, que de mantenerse estos focos aislados tendrían que generar aún muchas más cosas. La destreza de generar el alimento en muchas culturas está perdida y por lo tanto es importante que la gente que sale de la ciudad, se ponga a sembrar. Ellos cuentan con experiencia previa. 

Una base para el futuro?

Yo veo la situación bastante apocalíptica y saber que en tal lugar hay una persona que desarrolló una producción por ejemplo de frutas, ayuda. Lo vamos a necesitar en el futuro, aunque suene como algo mesiánico.

En qué sentido mesiánico?

En el sentido de que la sociedad actual ve a al que produce sus propios tomates como a un genio. Lo que durante diez mil años de la historia de la humanidad era obvio, se convirtió en algo extraño, algo casi místico! Eso es porque se perdió el contacto con la base de la alimentación y por lo tanto con la tierra misma, ni siquiera con la agricultura, sino con lo natural.


Con las plantas, los árboles, los animales, la comida…

Y…,  cuando te conectás de nuevo, te lleva de un lado al otro. Porque si te conectás bien, querés arrimarte a una agricultura natural. Yo veo ese equilibrio permanente que hay dentro de la misma naturaleza. Yo no distingo entre bichos, plantas y seres humanos, para mi es todo junto, y pensé que era para todo el mundo igual (se ríe).

Vos nunca perdiste el contacto con la tierra?

No, siempre la busqué. El venir a Tilcara tenía que ver con eso. Porque si lo veo del lado de la agricultura, Tilcara no es lo ideal. Pero yo vine para estar más tiempo solo, bañarme en el río y tomar su agua – son cosas básicas para mí. Así empezás a encontrar tu propio desarrollo dentro de la naturaleza.

Hoy en día la mitad de la humanidad vive en ciudades, en Latinoamérica son más del 80%. La mayoría está lejos de la naturaleza.

En la ciudad también hay una consciencia de eso, porque si salen y vienen por acá, dicen: Ay! mirá ese lugar, lo que es la naturaleza! No es que la gente perdió esa conexión. Sólo se dan cuenta que el mundo está corrido.

Se dan cuenta…

…de que lo que viven no les hace bien. Pero de ahí a conductas y acciones en consecuencia para volver a correrlo, eso es lo que cuesta y lo que falta. Hay mucha energía urbana puesta en generar resistencia, concientización y difusión. Sino está el cuerpo involucrado, la agricultura natural queda acabada. 5000 personas en una marcha contra Monsanto está bueno. Pero 5000 personas hacen una huerta de media hectárea en un día.

En otras palabras: Activar las alternativas en vez de seguir por inercia en lo conocido?

Si Monsanto hace soja transgénica por todo el planeta y nadie está haciendo otra semilla, sino sólo se está oponiendo, Monsanto avanza. Es su función, su tarea, su negocio. Si uno dice que hay que generar más semillas orgánicas le pregunto: Y qué haces vos? Hay que buscar la coherencia entre la palabra y lo que después hace el cuerpo, porque la agricultura es algo físico. Cualquier oficio en realidad. Falta gastarse un poco el cuerpo, transpirar y ajustar el discurso. Yo me pongo a hacer eso, pierdo tiempo, gasto energía, entro en un camino muy incierto. Cómo será? Ese camino del autodidacta, de ir por ensayo y error en la clase media urbana no está desarrollado. Buscan la receta.

Hay un miedo profundo de equivocarse.

Cuesta equivocarse, obvio. Nadie se quiere equivocar. Pero es la única manera.

Implica un cambio sobre cómo uno ve la vida. 

Claro, no podés pretender vivir igual que en la ciudad estando en el campo. Ni en lo relacionado con la filosofía, ni en el ámbito de lo material. El tema es que la economía doméstica no está tan pulida en el día a día de la gente que sale. Ahí, en ese paso intermedio entre ciudad e irse al campo, se arman los problemas en las parejas y con los hijos.

Vos empezaste hace casi treinta años con las huertas y desde hace diecisiete las hacés en Tilcara. Recién hace un año y medio abriste el espacio para voluntarios. Por qué?

Lo abrí por una cuestión de salud mía; tenía una hernia de disco. No pude sostener la huerta físicamente. Y eso empezó a general otros temas y una reflexión sobre lo que hago y la repercusión que tiene. Ahí me di cuenta que llegó el momento de abrir el espacio. Lo importante dentro de esto es la continuidad. Poder seguir y seguir haciéndolo mejor.


Mencionaste a Monsanto y la situación que generó en la agricultura. Vos ves tu producción de semillas orgánicas como parte de una recuperación cultural?

Guardar las semillas fue algo ligado a la agricultura toda la vida y es el final del ciclo de una huerta. Entonces, la consecuencia de hacer semillas de una determinada manera es casi una obviedad. De nuevo: Se corrió tanto de la naturaleza que ahora parece algo exótico.

Tan exótico que muchos huerteros que salen de la ciudad compran la semilla en vez de conservarlas de sus propios cultivos.

Es que alguien empezó a vender las semillas, mejorarlas, ofrecerlas en forma distinta que el campesino y con un discurso de que lo que él hacía era mejor. Entonces el campesino empezó a comprarlas y ahí comenzó la dependencia de la semilla, de la semilla híbrida, semillas modificadas. De todas maneras, el mundo de las empresas que venden semillas tiene menos de 200 años.

Qué querés decir?

Que el mundo campesino sigue produciendo sus semillas, con dificultades y quizás en condiciones ambientales en las que les cuesta más, pero no todo está perdido. Claro, si te vas al campo de un sojero, eso no existe, pero si te vas a Yacoraite (un pueblo a 20 kilómetros al norte de Tilcara) todo el mundo tiene su propio maíz y guarda sus semillas como siempre. No hay otra manera para ellos de vivir. A veces compran también de otras regiones y la cruzan con una semilla de acá. Compran semillas con un criterio campesino de mejora.

En tu catálogo ofreces semillas como las del topinambur que hoy en día son difíciles de encontrar. Al final, sí es como una recuperación cultural.

No es recuperar algo que existía dos mil años atrás. Ni siquiera son cien. Yo tengo un calendario de siembra de los años treinta y cuarenta de Argentina. Ahí están todos los cultivos “raros” que yo tengo con sus fechas de siembra y todo. Es el calendario de una semillería que vendió semillas de Topinambur, entre otras. Yo sólo sigo sembrándolas.

Contacto: http://semillasdetilcara.blogspot.com.ar

* Periodista independiente en transición
Fotos: Vanina De Acetis

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