La temporada de la fruta significa, para sus productores y exportadores, un promedio de ventas no menor a los mil 500 millones de dólares anuales. La otra cara de la moneda, permanece en la sombra: niños deformes por la aplicación de plaguicidas, informalidad contractual, precarias condiciones de seguridad e higiene laborales, residuos de pesticidas presentes en la fruta fresca que se exporta y se consume en el mercado interno.
Después del minero, del silvicultor y pesquero, el agroexportador es el cuarto sector más exitoso de cuantos explotan los recursos naturales de Chile. La temporada de la fruta significa, para sus productores y exportadores, un promedio de ventas no menor a los mil 500 millones de dólares anuales. Esta es una cara de la moneda: la económica. La otra, el sello social, permanece en la sombra: el alto índice de niños deformes asociado a la aplicación de plaguicidas, el grado de informalidad contractual de los trabajadores del agro, las precarias condiciones de seguridad e higiene laborales, los residuos de pesticidas presentes en la fruta fresca que se exporta y se consume en el mercado interno. Los señores de la fruta, no obstante, prosiguen con su rutilante danza de los millones. Sería de mal gusto admitir en el baile a los desamparados, a los tullidos e inválidos del campo. Hay que conservar la Imagen País. Sobre todo el espejo…, y el espejismo.
Los niños y los plaguicidas. La cosecha ignorada
Aun cuando se le ignore o silencie, el gran número de nacimientos de niños con malformaciones congénitas, cuyos padres han estado expuestos a plaguicidas, es una realidad objetiva del mundo agrícola.No obstante, se sostiene que no hay una prueba científica irrefutable que vincule estos venenos con las anomalías presentes en los niños. Los rastreos estadísticos, los estudios realizados en mujeres en edad fértil, las pruebas en animales de laboratorio, y el más básico de los sentidos comunes, no se toman en cuenta.De este modo, los beneficios de la duda siguen haciendo del derecho fundamental a la vida un mero eslabón, un insumo más dentro de la cadena productiva de la agroexportación.
Los frutos de la plaga
El bebé de Patricia Toro nació sin cerebro; es decir, murió poco después de nacer. La afección congénita se traduce en el nacimiento de una masa informe y convulsa, sin cráneo ni rostro, sin oportunidad ni esperanza.Los doctores llaman anencefalia a esta anomalía. Fuera de saber su nombre, los doctores nada pueden hacer, salvo esperar. La madre también esperó, desde que lo supo, en el tercer mes de su embarazo. Como ni el aborto terapéutico ni el eugenésico están permitidos en Chile, Patricia no tuvo más remedio que vivir llevando a su vástago en el vientre durante los siguientes seis meses de la gestación, con la desgarradora conciencia de lo inevitable. La efímera existencia del hijo de Patricia transcurrió en Melipilla, a principios de diciembre, durante la fecunda estación del verano y la fruta. La que pudiera haber sido la madre de ese hijo que no fue, trabajaba como temporera.
Rodrigo Armijo tuvo más suerte: la anencefalia no fue parte de su destino. Pero las múltiples malformaciones de su pequeño cuerpo de tres años, sí. La serie de enfermedades que sufre son para él y su familia un calvario.Es necesario señalar que Rodrigo no es hijo de temporera; pero su madre, Constanza Osorio, también estuvo expuesta a los productos fitosanitarios. Esto fue hace tres años, en Melipilla. Constanza era cajera en un supermercado. Antes y durante parte de su embarazo, mientras registraba o cuadraba las ventas, el administrador del local mandaba aplicar raticida a pocos metros de su lugar de trabajo. El local es de la cadena Santa Isabel. El gerente y el administrador son fieles a sus dueños: adujeron como argumento exculpatorio las externalidades comerciales: el veneno de la Bayer fue aplicado por otras empresas -Truly Nolen, Plagas Chile. Además, si era de Bayer, debía ser bueno. Constanza recuerda: "Debía andar con cuidado para no patinar en esa cosa blanca que echaban". También recuerda que ató cabos, al asociar su caso con el de los abortos espontáneos que sufrieran sus compañeras de trabajo: no podía ser sino el veneno el causante de tanta desgracia. La cadena fue denunciada al Servicio de Salud del Ambiente. Hasta hoy, el organismo estatal no ha arribado a resultado alguno.
Los propietarios del supermercado no conocen a Rodrigo. No se han acercado a la familia para ver qué pueden hacer. Tal vez no tengan tiempo. Hay que recordar que son emprendedores. Rodrigo nació el 24 de febrero de 1999. Desde entonces ha debido someterse a catorce operaciones. La última, que habrá de practicársele a mediados de diciembre de este año, sólo en insumos medicinales, requiere de un millón de pesos. Rodrigo entrará una vez más al pabellón quirúrgico del hospital Luis Calvo Mackenna. En esta ocasión, la craneoplastía será realizada por la doctora Morovic y el doctor Berwart, que han sido "de los pocos que siempre nos han brindado su ayuda", confiesa la abuela del niño.
Hoy, Rodrigo Esteban Marcelo tiene tres años. Es inteligente, alegre y curioso, como todos los niños normales. Pero a diferencia de éstos, cuando le viene el dolor o la pena, sus lágrimas no brotan de sus ojos sino que corren por el interior de su tabique nasal para desembocar en un costado de su nariz.No tiene huellas dactilares. Nació sin párpados. Le molesta la luz del sol. El síndrome de las bridas amnióticas le mantuvo presos los dedos de su mano derecha hasta hace poco. La hidrocefalia, el coloboma, la fisura de sus labios, las múltiples operaciones, la vida en el hospital, los interminables viajes a los centros de la Teletón en Santiago…, le han robado no poca parte de su vida, de su tiempo para el juego y la risa.Sus pocas pestañas crecieron invertidas; le irritan sus ojos. Su familia debe comprarle lágrimas artificiales -gotas oftálmicas- en la farmacia, para lubricarlos y mantenerlos húmedos. Su abuela camina y trabaja mucho por él. Se emplea en los más variados quehaceres para ayudarlo. A veces vende queso en la carretera. Con eso compra las lágrimas.
Es una suerte que la Bayer fabrique lágrimas artificiales y no sólo venenos. Si no, qué sería de Rodrigo.
Todo bajo control
El Tamarón 600 SL u O, S-dimetil-fosforamidotioato, es fabricado por la Bayer. Este insecticida extermina cuanta plaga amenace los viñedos y los árboles frutales. El manual -verdadera Biblia de los venenos- de la Asociación Nacional de Fabricantes e Importadores de Productos Fitosanitarios Agrícolas (Afipa), recomienda en sus páginas "aplicarlo mojando bien al inicio de los ataques". No hay gusano, polilla, cuncunilla o pulgón que sobreviva a la eficacia bélica del Tamarón. Incluso, su eficiencia como arma letal llega más allá de su acotado alcance: no hace mucho, una joven de la localidad de San Pedro, en la comuna de Melipilla, se suicidó ingiriendo una pequeña dosis.No es casualidad que los plaguicidas sean derivados de los gases tóxicos, de las armas de destrucción masiva que alguna vez sirvieron, y sirven, para la guerra. Cuando advino el armisticio, después de la Segunda Guerra Mundial, la paz trajo consigo un grave problema: qué hacer con los excedentes, puesto que ya no había a quien matar. La solución vino fácil de la mano de los mercaderes: atenuar la potencia de los agentes mortíferos para emplearlos en la agricultura. No es casualidad que Alemania, Estados Unidos e Inglaterra, entre otros pocos, sean los principales exportadores de agroquímicos en el mundo.
Afipa es, si no el único, el principal proveedor de agroquímicos para la industria hortofrutícola chilena. Los socios de Afipa son 17. Los más importantes son unos pocos. Entre éstos están las transnacionales Bayer, Aventis Crop Science, Basf, Dow Agroscience, Syngenta, Valent Bioscience y Moviagro.
Casi la totalidad de las 18 mil 752 toneladas de plaguicidas que llegaron a Chile en el año 2001, fueron importados por esta asociación cosmopolita. Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, Israel y Argentina, son países que velan por que las cosechas de la fruta chilena lleguen en óptimas condiciones a los mercados internacionales.
A cambio, ganan algunos millones de dólares. Según la Oficina de Planificación Agrícola, (Odepa) sólo entre enero y marzo del año 2002 las importaciones de herbicidas, insecticidas, fungicidas y otros agroquímicos alcanzaron los 31 millones de dólares. De acuerdo a la misma fuente, el año 1999 se importaron 57 millones 882 mil dólares. Dos años después la cifra aumentaría a 247 millones 671 mil de dólares no menos frescos que la fruta. Examinar estos antecedentes, revela que mientras los venenos ganan terreno, los fertilizantes se retiran del campo de batalla.
Cómo no iba a ser así. Basta citar sus nombres: Balazo, Impact, Arsenal, Furia, Gladiador. Todos autorizados en Chile por el Servicio Agrícola y Ganadero (Sag).
Arturo Correa es jefe del departamento de plaguicidas de esta repartición estatal. Es el encargado de controlar las normativas que rigen y regulan el ingreso de plaguicidas a Chile. Sabe y puede informar que hay 474 depósitos de estos productos en el país, y que el 30 por ciento de ellos está ubicado en el sector poniente de la capital.
No sólo sabe eso. También imparte cursos y charlas cuando no organiza conferencias. El pasado 25 de noviembre asistió al Hotel Carrera para lanzar el manual oficial de Chile "Generando Buenas Prácticas Agrícolas"; un mamotreto descomunal, lleno de buenas intenciones.
Correa tiene un muy buen concepto de los venenos. "Los plaguicidas, en sí, no causan problemas", afirma; aunque reconoce que los yerros en su aplicación son los causantes de los mismos. En cuanto a un estudio estadístico realizado en Rancagua, que establece una más que probable relación entre estos productos y las malformaciones congénitas, es categórico: "No es válido, técnicamente. Le falta explorar los multifactores. Se ha comprobado que las malformaciones son por la ausencia de ácido fólico". Y pregunta, como para zanjar el dilema: "… ese estudio… ¿acaso se ha publicado en alguna revista internacional?".
Es necesario reconocer que no. El extracto del documento sólo fue publicado por el Colegio Médico de Chile.El estudio es de Alejandra Rojas. Lo hizo en 1998, para titularse como matrona. La "Asociación entre exposición de padres a pesticidas y malformaciones congénitas en Hospital Regional de Rancagua", le permitió titularse. El trabajo consistió en un análisis estadístico de los datos proporcionados por el Estudio Colaborativo Latinoamericano de Malformaciones Congénitas (Eclamc). En su resumen se lee: "… se observa que existe una relación causal estadísticamente significativa (…) con una confianza del 95 por ciento calculada para la muestra". Más adelante, señala que hay una alta frecuencia de "anomalías del Sistema Nervioso Central (…), y en especial un gran incremento de espina bífida, tres veces por sobre el valor esperado".
El estudio determina que "si se eliminara esta exposición, se podría obtener una reducción importante del riesgo a padecer una malformación congénita, en un 40 por ciento aproximadamente".
El trabajo de la hoy obstetra, contó con la colaboración de las doctoras Ximena Barraza y María Elena Ojeda; profesionales que desde hace muchos años ven a diario, en la maternidad del hospital regional de Rancagua, el nacimiento de estos niños y la desesperación de las madres.
No: las revistas científicas internacionales no han publicado el trabajo de Rojas; no han editado en sus redacciones la situación que aqueja principalmente a los habitantes de las zonas rurales del país; no han ido a Doñihue, Coltauco, Rengo, Rosario. No han ido a Sagrada Familia. Menos a Nacimiento.Habría que ir también a los hospitales de San Fernando y San Felipe, al de Parral y al de Curicó, para saber. O al de Rancagua, donde, desde 1996, junto a la doctora María Elena Ojeda, el médico Eduardo Corral lleva un catastro pormenorizado de los casos que le ha tocado atender. La reiteración de situaciones anómalas le indujo a considerar los trabajos que hiciera en 1991, la doctora Victoria Mella. Mella fue la primera en dar la luz de alarma. Dijo, en su oportunidad, que en la maternidad del hospital regional de Rancagua nacían niños malformados en una proporción tres veces superior a la del resto del país.
El doctor Julio Nazer, neonatólogo y representante de Eclamc en Chile, lleva 30 años analizando las estadísticas relativas al tema. El hecho de que en Chile no exista aún un registro preciso de estos casos, hace más difícil llegar a una conclusión definitiva. Aun así, Nazer publicó en la Revista Médica de Chile, en agosto de 2001, "Malformaciones Congénitas. Un Problema Emergente". En éste se lee: "Hay algunas malformaciones, especialmente las de cierre de tubo neural -( columnas bífidas que invalidan a quienes las padecen)- que tienen una alta frecuencia en la V, VI y VIII regiones (…)". Julio Nazer admite que "en ninguna parte del mundo está probado que hay una relación entre malformaciones humanas y pesticidas. Pero tampoco se ha comprobado que no exista". Para comprobarlo, en definitiva, sería necesario cometer un crimen bien planificado: implementar un cómodo campo de concentración en el que algunas mujeres embarazadas estuvieran dispuestas a dejarse inocular periódicamente algunas sustancias letales, y sentarse a esperar los resultados.
La genetista Fanny Cortés, del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (Inta) de la Universidad de Chile, señala que para no cometer tal aberración bastaría considerar las pruebas de laboratorio practicadas en animales: "La experimentación en ratones demuestra que éstos tienen crías con malformaciones. Hacer un estudio, exponiendo a un grupo de mujeres, y a otro no, a distintos pesticidas, parar comprobar si sus hijos… Sería inhumano". Lidia Tellerías es obstetra, genetista y doctora del Servicio de Salud Occidente del Ministerio de Salud. Si bien reconoce que "no hay certezas científicas", sostiene que "sí hay fuertes sospechas: la doctora Ximena Barraza tomó a un grupo de mujeres de edad fértil, y que son temporeras, y les hizo estudios cromosómicos. Constató que sí había alteraciones". María Elena Rozas, coordinadora regional de la Red de Acción de Plaguicidas y sus Alternativas para América Latina (Rap-Al), complementa la evidencia de orden territorial planteada por el neonatólogo Nazer: "El mayor volumen de plaguicidas se aplica en las regiones quinta, sexta, séptima y metropolitana"; regiones marcadamente agrícolas.
Los antecedentes recabados por Rap-Al, le permiten afirmar a Rozas que "hay agentes activos de plaguicidas que son teratógenos -(agentes capaces de inducir o incrementar la incidencia de malformaciones congénitas)-, además de cancerígenos. Hay estudios de la Agencia de Protección Ambiental (Epa) de Estados Unidos, que refrendan esto último. Rozas alude a la publicación "Regulación de Pesticidas en Alimentos" de la Epa, en donde se define un grupo de trece agentes activos en los que hay "sufficient evidence of carcinogenicity from animal studies with limited evidence of carcinogenicity from epidemiologic studies". Benomyl, Captan, Daminozide, y los otros trece conforman la lista negra. Gran parte de éstos se venden a Chile. El jefe del departamento del Sag, seguramente lo sabe. Además, cómo si no, si está en una publicación internacional.
La reentrada y la carencia, de Rodrigo
La mayoría de las publicaciones técnicas, nacionales e internacionales, relativas a la producción en la agricultura, definen dos conceptos básicos; cuya práctica es fundamental tanto para quienes trabajan en el campo como para quienes lo poseen. Uno es el llamado período de reentrada; el otro es conocido por el de carencia.
El período de reentrada es el tiempo comprendido entre el momento en que se aplica el plaguicida en el cultivo, hasta que se puede laborar en él. El de carencia, es el tiempo entre la aplicación y el consumo del producto. Se comprenderá que el tiempo de reentrada protege al trabajador de una exposición innecesaria; y el de carencia, protege el producto y las divisas que genera. El manual de Afipa señala el tipo de cultivo, la enfermedad, la dosis, las observaciones y la carencia. El tiempo de reentrada está fuera de su competencia. Se deduce que la carencia es lo importante, el producto.
La carencia también es importante para la abuela de Rodrigo, aunque en otro sentido. Constanza Cerda es la fundadora de una agrupación de madres de Melipilla, cuyos hijos nacieron con malformaciones y con un sinnúmero de problemas de salud. La mayoría de estas madres trabaja o han trabajado en el campo, como temporeras.La hidrocefalia, la macrocefalia, el labio fisurado, la craneosinostosis, el meliomelingocele, el hemangioma, son términos familiares para Constanza; enfermedades que aislada o integralmente afectan a los niños de las treinta madres que conforman la agrupación "Rodrigo Ayuda". La agrupación se ocupa de ayudar económica, moral y socialmente a estas familias; pero no tiene sede, ni cuentan con la atención de especialistas. Organizan fiestas, bingos, loterías; de todo cuanto contribuya a reunir fondos. La carencia es su sino.
Hace algún tiempo, invitaron a los principales personajes de la zona, a las autoridades y los influyentes,"para que conocieran la realidad de estas madres y sus hijos", refiere la fundadora. Pero el gobernador de la provincia, Roberto Teplinsky; el alcalde de la comuna, Fernando Pérez; los cinco concejales del municipio y los diputados -el desaforado DC Jaime Jiménez y el vigente UDI Gonzalo Uriarte -estaban muy ocupados para asistir. No se disculparon. No enviaron una carta. Sólo asistieron algunos médicos de Santiago, que "han estado desde siempre con nosotros", reconoce.
Marta Sánchez es parte de esta agrupación. Tiene 22 años. No es casada. Su hijo nació con una cardiopatía congénita; murió un año cuatro meses después de nacer. Marta trabaja desde los 17 años en el campo. Ha limpiado, cargado, recogido, embalado, para las empresas Agrosúper, Frupol, Seminis, Esmel, entre otras. La temporada es buena para los empresarios: le pagan 6 mil 800 pesos diarios. Pero en realidad son 4 mil; el resto se lo lleva el enganchador, otro empresario emprendedor cuyo trabajo consiste en reunir a las personas y ofertarlas al dueño del predio. Marta no quiere tener otro hijo: "Tengo miedo", dice.
Paula Caroca es una joven de 23 años. Junto a 60 personas, se sube a una tarima para llenar cien cajones especiales de fruta al día. Cada cajón contiene 400 o 500 kilos. Gana 80 mil pesos mensuales. Su horario es de 8 a 12 de la mañana, y de 13 a 2 de la mañana. Paula trabaja desde los 14 años en la agricultura; es decir, durante nueve años ha brindado su esfuerzo para el Crecimiento Nacional. Tiene un hijo de tres años. Se llama Miguel. Le han practicado 14 operaciones desde que nació. Sufre de mielomelingocele, hidrocefalia, riñón en herradura, pie bot, estrabismo, vejiga neurogénica. Paula quería llevarlo a la playa este verano; para que viera la arena y el mar, para que viera el sol y los castillos de arena que hacen los otros niños. "Pero lo va a pasar hospitalizado", señala la madre. Paula Caroca tiene que trabajar, de otro modo no podría sostener la vida de su hijo: "Uno le llega a dar miedo trabajar en el campo, pero tiene que hacerlo".
Sofía Belén vive en Pomaire. Es hija de Isabel Guerrero, una profesional técnico agrícola. La abuela de Sofía Belén, Rosa Encina, es la que habla: "Cuando la Sofía estaba en la guata nos dijeron en el hospital que los papás tenían insecticida en el cuerpo". Cada cierto tiempo, a Sofía Belén se le inflama la región esofágica. "Son como unos quistes que le salen en el cuellito", describe la señora Rosa. Cuando sucede esto no puede comer más que papillas. No la pueden operar "porque la cosa está cerca de las cuerdas vocales y nos dicen que podría perder la voz". Para contener las inflamaciones se le inocula una inyección una vez al año. El remedio de Sofía Belén se denomina OK385. Es importado de Japón y vale 400 mil pesos. La inyección se le aplica en el cuello. Para llegar adonde debe, se usa una aguja de diez centímetros. La abuela informa que la anestesia vale 40 mil pesos; y que a veces sólo les alcanza para comprar el OK385. La abuela Constanza es constante, perspicaz, obcecada, insistente, humana. Ayuda cuanto puede; y cuando no puede, también ayuda. No hay poderoso que la arredre o atemorice en su cometido. Éste es simple: "una sede para las madres; un laboratorio de genética en Santiago, algunos especialistas".
Hace pocas semanas, la abuela de Rodrigo tuvo la posibilidad de entrevistarse con la jefa de gabinete de la primera dama de la República. "¿Usted cree que la señora Luisa es una diosa, y que con su varita toca la calabaza y hace milagros?", recuerda que le replicó la asistente social, cuando le expuso la situación de las madres de Melipilla.
"Hoy, Rodrigo Esteban Marcelo tiene tres años. Es inteligente, alegre y curioso, como todos los niños normales. Pero a diferencia de éstos, cuando le viene el dolor o la pena, sus lágrimas no brotan de sus ojos sino que corren por el interior de su tabique nasal para desembocar en un costado de su nariz".
"No hay gusano, polilla, cuncunilla o pulgón que sobreviva a la eficacia bélica del Tamarón. Incluso, su eficiencia como arma letal llega más allá de su acotado alcance: no hace mucho, una joven de la localidad de San Pedro, en la comuna de Melipilla, se suicidó ingiriendo una pequeña dosis".
Julio Nazer admite que "en ninguna parte del mundo está probado que relación entre malformaciones humanas y pesticidas. Pero tampoco se ha comprobado que no hay".
La hidrocefalia, la macrocefalia, el labio fisurado, la craneosinostosis, el meliomelingocele, el hemangioma, son términos familiares para Constanza; enfermedades que aislada o integralmente afectan a los niños de las treinta madres que conforman la agrupación "Rodrigo Ayuda".
* Revista El Periodista (Chile)