Por Fernando Iriarte M.
Por las aguas turbias del río del mismo nombre navegaba este cronista en julio de 2002 en compañía del antropólogo Cristo Chacón, oriundo de Mérida (Venezuela) y por tanto alguien cercano a la zona. Buscábamos concluir un reportaje sobre la grave contaminación producida por la continua voladura del oleoducto colombiano Caño Limón - Coveñas por las guerrillas de ese país.
Por las aguas turbias del río del mismo nombre navegaba este cronista en julio de 2002 en compañía del antropólogo Cristo Chacón, oriundo de Mérida (Venezuela) y por tanto alguien cercano a la zona. Buscábamos concluir un reportaje sobre la grave contaminación producida por la continua voladura del oleoducto colombiano Caño Limón - Coveñas por las guerrillas de ese país. La pesca había casi desparecido y una gruesa capa de petróleo crudo bajaba a menudo hasta el lago de Maracaibo. Los venezolanos consideraban que era de suma importancia implementar medidas urgentes para afrontar el problema. Un alto porcentaje del agua potable del Estado Zulia depende de la cuenca del Catatumbo, cuyo nacimiento, así como el de la casi totalidad de sus afluentes, se encuentra en Colombia.
Nos acompañaba un indígena, agrólogo egresado de una prestigiosa universidad norteamericana. En determinado momento, cerca de la frontera entre los dos países, me dio por traer a cuento un hecho curioso relacionado con el río. Les dije a mis compañeros de embarcación que el Catatumbo era mencionado por uno de los escritores europeos más populares del siglo diecinueve. En concreto, il Corsaro Nero (El Corsario Negro) de la novela homónima de Emilo Salgari huye de sus enemigos adentrándose por la misma corriente por la cual navegábamos. A pesar de lo desconocida, apunté, los extranjeros la habían tenido presente, y no sólo los españoles en tiempos de la Conquista. Me respondieron de inmediato que no había hecho un gran descubrimiento, debía recordar que la región hacía parte de una zona abundante en petróleo, una de las más grandes del mundo, aunque no tanto como las del Oriente Medio. Allí, este hidrocarburo era conocido de antaño, pero empezó a ser explotado sólo en los comienzos del siglo veinte. En realidad la región del Catatumbo no es sino la parte meridional de los enormes yacimientos del lago de Maracaibo.
Me quedé callado, por supuesto, meditando en las razones que precisamente nos habían llevado a ese remoto lugar. Más tarde caí en la cuenta de que había que agregar un nuevo ítem: la producción de coca en la zona baja y amapola en las zonas altas del país de los Bari. Esta era otra pata dañada que le nacía al cojo, "motor" de la "economía subterránea" del norte de Suramérica.
Hice el comentario y me agregaron que también estaba lo del tráfico de armas, como en los siglos y décadas anteriores el contrabando. En las guerras civiles colombianas, el camino de Maracaibo fue uno de los más activos para el ingreso de armamento y municiones con destino a cualesquiera de los bandos contendientes. Lo mismo ocurría en la actualidad, a pesar de que los traficantes debían recorrer la región petrolífera. Pero transitaban por los bordes, utilizando las antiguas rutas y contactos de los contrabandistas. No es casual que las guerrillas de Colombia se arracimen especialmente a lo largo de la frontera venezolana; una periferia en verdad propicia por razones históricas y geográficas.
Más adelante, ya en territorio del país fronterizo, nos detuvimos junto a un caserío donde pensamos que podíamos comer algo. Sentados a una de las mesas de un restaurante bastante rústico supe lo del nombre que los indígenas motilones le daban a su tierra. "Debe llover mucho -dije-, si relampaguea tanto debe ser que llueve frecuentemente". "Claro -asintió nuestro indígena agrólogo-, aunque no es una región tan húmeda como la Costa Pacífica. Pero el agua resuma mucho, sale y forma miles y miles de fuentes y riachuelos, quebradas, ríos más grandes hasta formar corrientes como las de Río de Oro, el río Tarra, el Tibú, el Suroeste, el Intermedio, el San Miguel, el Catatumbo. Prácticamente, en cada quebrada del terreno hay un chorro de agua y hay que saber que no es una zona plana, siempre hay colinas y montes, muy raramente se ven llanuras, si se las pudiera llamar así". "Bueno, pensé, al menos no moriremos de sed". Me había precavido, tenía pastillas para purificar el agua de la selva, rica en amebas y otros bichos. Llevaba las suficientes para abastecer a todos.
No tuve necesidad de usarlas. El dueño del barquichuelo nos informó que estaba abastecido de botellas de agua pura que podríamos pagarle al regresar del viaje, botellas envasadas en San Cristóbal, capital del Táchira, el otro Estado cercano. Mi amigo antropólogo me convenció de adquirirlas; dijo que el sabor cuando se usaban pastillas era sencillamente asqueroso, si bien aclaró que consideraba una desgracia tener que pagar más por un litro de agua embotellada que por un litro de leche. "Vale más el agua -dijo-, si miras en los supermercados comprobarás que es cierto. Ahora casi nadie regala un vaso de agua como antes. Todo el mundo quiere vendértela".
Tuvimos en esa ocasión numerosos tropiezos en nuestro trabajo periodístico. Habían recrudecido los enfrentamientos entre "paras" y guerrilleros, la población civil se había desplazado a territorio venezolano y hasta tuvo lugar un incidente diplomático, uno más de los centenares que se suscitan en la convulsionada frontera.
Meses más tarde viajé al municipio de Sardinata en el Norte de Santander, el departamento colombiano por donde corre el alto, medio y una parte considerable del bajo Catatumbo, cuando todavía no es navegable por embarcaciones de consideración. En ese lugar, una nueva historia me trajo a la mente la gran problemática de la más importante región acuífera del lago de Maracaibo.
Me enteré por boca de algunos campesinos que un argentino, a pesar de que esa es una zona de las llamadas "de orden público", muy peligrosa e intranquila, había estado interesado en adquirir varias fincas.
No quería aprovecharse del miedo de la gente para comprar barato, la condición que ponía era que el terreno poseyera mucha agua, sobre todo manantiales. Muchos creían que alguno tenía que haberle vendido; la circunscripción municipal de Sardinata es parte geográfica del antiguo "País de los relámpagos", no faltan las familias necesitadas de irse y por todas partes abundan los riachuelos. El argentino venía de Venezuela. De hecho, prometía pagar allá, en Bolívares, aunque la escritura tuviera que correrse en alguna notaría de Cúcuta.
Pregunté cómo se llamaba, y la respuesta me dejó cavilando. Era de apellido Cardoso, un apelativo común, pero siempre aclaraba que se escribía con ese y no con zeta. Por lo tanto, un antiguo apellido de los judíos españoles, de los que se trasladaron a Portugal en época de las persecuciones contra ellos. No era extraño en absoluto, en el país austral esa comunidad es bastante numerosa. ¿Qué hacían comprando haciendas en Colombia, en el Catatumbo? De pronto lo comprendí. La razón estaba en el agua, en la copiosidad del agua.
Me dio mal sabor en la boca cuando me puse a meditar en los por qué de la cruel guerra en Oriente Medio: de una parte el petróleo y de otra... ¡el agua! La verdadera importancia del sur del Líbano es el río Litani, en las alturas del Golan nacen los ríos de la zona, la Cisjordania interesa por el número de acuíferos. Más al norte de Israel y Palestina ha habido enfrentamientos internacionales por la construcción de presas en los ríos Tigris y Éufrates.
Allá, la escasez de agua; aquí, la abundancia. ¡Válgame Dios! Recordé una frase, escuchada en alguna de las capitales andinas de boca de un veterano de la Cruz Roja Internacional. Comentó, como por casualidad: "El problema de Colombia es la riqueza; si fuera un país pobre no se estarían matando. Pelean por el botín". No le creí entonces, conocedor como soy de la gran pobreza de nuestros países. ¿Cuál riqueza?, pensé, ¿de qué habla?
Ahora caigo en la cuenta de una: las fuentes de agua. Ojalá no sea en el futuro una nueva y desgraciada razón para más guerras. Pienso que el Catatumbo desagua en Venezuela y que en Colombia es una zona que no parece interesar a nadie, de no ser a los cocaleros, los amapoleros y los grupos armados. Pienso también que el agua siempre puede embotellarse, empacarse y enviarse a cualquier parte del mundo, especialmente a aquellas donde mueren de sed. Si ya vale más que la leche, puede llegar el momento cuando valga más que el petróleo.
* Fernando Iriarte M.
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