La ausencia de árboles se hace sentir

Por Fernando Colautti

Las tormentas de tierra no son nuevas en Córdoba. En gran parte del centro y sur provincial, hace décadas, los médanos hacían estragos. Las anécdotas sobre las insoportables montañas de polvo que los vientos solían acumular son recordadas aún entre los más veteranos.

Pero la buena memoria también recuerda que, además de ir variando el modo de labranza de la tierra (sin arados que la muevan) para que los médanos no sepulten a los pueblos del interior, ayudaron las cortinas forestales, que en muchos de ellos se plantaron a modo de barrera.

Décadas después, el problema mutó pero no se acabó, y en algunas zonas –como el extremo sur– hasta se reactivó.

En general, hoy ya no se ven cortinas forestales sobre las periferias de pueblos y ciudades. Mucho peor: casi ni árboles quedan en pie en la zona rural.

Los bosques nativos en las llanuras cordobesas están tan reducidos que cuando aparece alguno a la vista, aunque minúsculo, llama la atención. Los campos agrícolas se extienden como un enorme océano cultivable, casi ya sin árboles que “interrumpan” el paisaje.

En el extremo sur cordobés, por caso, los bosques ?de caldén que alguna vez fueron su principal característica, hoy se reducen a ?“reservas” cada vez más reducidas.

En la zona central hace rato que la forestación rural parece sólo una imagen del pasado.

Queda el norte, donde también en la última década la extensión de la frontera agrícola ha ido achicando notoriamente la superficie forestada.

En este marco, dos planes de forestación rural anunció la Provincia en los últimos años. Ninguno se concretó. Ambos fueron presentados, precisamente, con el declamado objetivo oficial de “reducir la erosión eólica e hídrica”.

En 2011, el Gobierno de Córdoba elevó a la Legislatura un proyecto por el que, en cinco años, se plantarían 17 millones de árboles en todos los campos, como exigencia a sus dueños, así como en las banquinas de rutas. Esa ley nunca se aprobó.

Lo mismo sucedió, hasta ahora, con la anunciada en junio de 2013, que pretendía exigir que cada campo foreste al menos el uno por ciento de su superficie.

La presencia de árboles que fijen los suelos no es la única respuesta a la erosión y a la mitigación de las tormentas de tierra. Se podría calificar como necesaria, aunque no suficiente para ese fin. Pero es una variable en la que, claramente, se ha retrocedido más de lo que se avanzó.

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