Por Carmen Grafulla Valdivielso, Mónica Bernabé Fernández
En el mundo occidental, desde la revolución industrial, la actividad humana se ha centrado en el crecimiento económico y en el aumento del nivel de vida. El "bienestar" se ha asociado a la idea de alcanzar niveles cada vez más elevados de producción, abastecimiento, comunicaciones, transportes… "Cuanto más se produce y se consume se está mejor". El problema estriba en que cuanto más se produce más recursos se necesitan y cuanto más se consume más desperdicios se generan.
El hombre en particular y la sociedad en general tienen su "ser" en el medio ambiente, un término muy amplio que incluye la naturaleza, la fuerza y la actividad de seres vivientes, incluido el propio hombre, y no vivientes como los elementos químicos y la energía, y la interacción y el equilibrio entre ellos y que afecta a la existencia de todos.
La vida del hombre se ve afectada por su medio ambiente, en la medida en la que su supervivencia y desarrollo dependen de éste, y como las monedas, tiene dos caras: por una parte el medio ambiente le suministra los recursos y la energía para su sustento, el hábitat en el que se desarrollan sus actividades y el vertedero donde se depositan los residuos que genera; por otra, la vida del hombre también está expuesta a las agresiones de la naturaleza, que tienen manifestaciones de diversa índole: enfermedades, privación de recursos, inclemencias climáticas, plagas, inundaciones, etc.
Como cualquier otra especie, el hombre tiene un derecho inalienable de luchar por su supervivencia, de utilizar los recursos naturales en su propio provecho. Las metas primordiales de la actividad humana deben ser el "progreso", la mejora del "nivel de vida" y la búsqueda del "bienestar". Son metas legítimas y merecen la pena.
De igual modo, está legitimado para desarrollar la ciencia y la tecnología que le permitan alcanzar dichas metas. De hecho, utilizando como instrumentos la ciencia y la técnica, el hombre ha sido capaz de vencer algunas enfermedades, ha puesto a punto ingenios que realizan labores penosas o costosas para las personas, que logran reducir el tiempo y los errores o que simplemente les facilitan el trabajo, ha optimizado la generación de algunos recursos, ha aliviado las consecuencias de una climatología adversa, ha creado obras de arte, etc. Sería un disparate ignorar que el mayor o menor avance científico y tecnológico ha condicionado, en muchos aspectos, el acceso de las comunidades a una vida mejor.
En el mundo occidental, desde la revolución industrial, la actividad humana se ha centrado en el crecimiento económico y en el aumento del nivel de vida. La gente tiende imperiosamente hacia el consumo de bienes y la inmediata satisfacción de necesidades. El "bienestar" se ha asociado a la idea de alcanzar niveles cada vez más elevados de producción, abastecimiento, comunicaciones, transportes… "Cuanto más se produce y se consume se está mejor".
El problema estriba en que cuanto más se produce más recursos se necesitan y cuanto más se consume más desperdicios se generan.
Es cierto que la tecnología ha conseguido resolver muchos problemas y muchas empresas han comenzado a gestionar el conocimiento, se han embarcado en la “creación de valor”, han puesto en marcha distintas iniciativas para estructurar y medir sus activos intangibles que generan o generarán valor en el futuro. Saben que, dentro del mundo empresarial, existe una corriente de opinión convencida de la necesidad de registrar los elementos que no están recogidos en los estados contables. Pero ¿cómo se puede gestionar el capital intelectual sin haber barrido antes? ¡Haga de su puesto de trabajo un lugar “seguro” para pensar!.
Los problemas no han sido inventados para atemorizar a la gente. Están ahí: el adelgazamiento de la capa de ozono, la deforestación, la desertización, la destrucción de los bosques tropicales, la degradación del aire, del agua y del suelo, la contaminación acústica, nuclear y electromagnética. Las perniciosas consecuencias son inevitables: lluvia ácida, efecto invernadero y cambios climáticos, pérdida de la biodiversidad y del equilibrio ecológico… Y lo que es peor, finalmente se traducen en un daño para la salud de los propios seres humanos: cáncer, dolencias respiratorias, mutaciones genéticas, problemas digestivos, estrés, etc.
Algunos opinan que la fuente más importante de la contaminación es la pobreza mientras que la riqueza defiende la limpieza, y apuestan sin reservas por el crecimiento. Están convencidos de que el desarrollo económico que permite los avances científico y tecnológico impedirá que las amenazas, en boca de grupos ecologistas más o menos radicales, se hagan realidad. ¡Cuando el adelgazamiento de la capa de ozono suponga una radiación solar realmente peligrosa para las costas californianas, la capa de ozono se arreglará!.
Sin embargo, con un poco de prudencia y bastante de humildad, deberíamos preguntarnos hasta que punto tenemos capacidad para encontrar el arreglo, y sobre todo cuanto tiempo tendrá que transcurrir. La contaminación tiene vocación viajera trasladándose en el tiempo y en el espacio, a veces tan silenciosamente que pasa inadvertida, y manifestándose dónde y cuándo menos se la espera. El cáncer sigue llevándose por delante a miles de personas, incluso a aquellas que disponen de todos los medios materiales a su alcance.
¿Cómo conciliar los intereses, aparentemente contrapuestos, de una comunidad que instala una torre de telecomunicaciones y una unidad familiar con hijos hiperactivos?
La ecología, vocablo empleado por Ernest Haeckel hace más de cien años, cuyo significado etimológico es "el estudio de la casa", y que empleamos para referirnos al estudio de las relaciones entre los seres vivos y el medio en el que viven, no es una idea nueva pero empieza a tener un peso específico importante en nuestra sociedad.
En el panorama actual, las nuevas inquietudes de los clientes, tanto internos como externos, se identifican cada vez más con la protección al entorno. Aunque el interés público se centra en asuntos de tremenda trascendencia social como el terrorismo, el paro, la educación, la vivienda, los impuestos, la crispación política, la estabilidad monetaria, etc., la sociedad está cada vez más preocupada por el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos.
Desde hace algunos años resulta común asociar, al menos parcialmente, "calidad de vida" con el disfrute de un medio ambiente lo más integro y lo menos contaminado posible. Agua clara, aire limpio, silencio, paisajes, … son valores de singular relieve en el concepto actual de desarrollo de las sociedades humanas y son tenidos cada vez más en cuenta a la hora de planificar o ejecutar cualquier actividad económica.
El medio ambiente debe ser protegido, y es tarea de todos: de las administraciones, de los mercados, de las empresas y del público en general. Como dijo Margaret Thatcher en el discurso que pronunció en 1988 "La Tierra no puede ser el feudo de ninguna generación. Lo único que tenemos es un arrendamiento de por vida, con la obligación de mantenerla en perfectas condiciones".
Estamos en el momento de modificar los objetivos en la toma de decisiones, de ponderar de modo más ecológico las restricciones y las alternativas, de asumir, definitivamente, que los intereses a corto plazo tienen que coexistir con la necesidad impostergable de un crecimiento sostenido en el tiempo. Ninguna de estas cuestiones es fácil de abordar.
En lo que está de acuerdo todo el mundo es que no se puede dibujar un horizonte razonablemente ecológico a espaldas de la industria, ya que sin su colaboración no se desarrollará la tecnología que permita satisfacer las necesidades humanas con el menor deterioro medioambiental posible. La industria cuenta con los medios para desarrollar esa tecnología y no le falta estímulo para la innovación, pero ¿cómo incentivar a la industria para que se comporte limpiamente?.
Tradicionalmente industria y medio ambiente han sido y en ciertos aspectos siguen siendo antagonistas: los principales daños medioambientales los acarrea la industria y la industria percibe al medio ambiente como un obstáculo en sus actividades y un freno para su desarrollo y para la creación de empleo. Se han de adoptar, continuamente nuevos enfoques en la forma de hacer negocios y gestionarlos, nuevas políticas y estrategias, lo que exige tomar decisiones, coordinar acciones y dirigir actividades, todas ellas encaminadas a asegurar el futuro.
El tiempo en el que todo lo que se producía se vendía pertenece a un pasado cada vez más lejano, y aunque las preocupaciones socioeconómicas fluctúen en función de las circunstancias, ahora la búsqueda de la competitividad pasa necesariamente por entender y no defraudar las expectativas de los clientes, de las personas y de la Sociedad en su conjunto, para los que la preservación del medio ambiente es un objetivo y un problema común.
Algunos piensan que los recursos adicionales para proteger el entorno, son recursos que podrían emplearse para desarrollar nuevos productos, o nuevas tecnologías, o captar nuevos mercados, o simplemente “ser más competitivos”. Naturalmente, pocos se opondrían al empleo de recursos para realizar esos proyectos, pero ¿serían tan amables de no ensuciar? No inventen humos, ni ruidos, innoven pero no generen desperdicios.
Otro argumento que se ha esgrimido con mucha frecuencia para eludir el reto medioambiental es el aumento de los costes al tener que incorporar nuevas tecnologías, menos materias tóxicas, menos residuos, recogida y tratamiento del producto y del embalaje al final de sus vidas útiles, etc. Las preguntas son inmediatas ¿quién asumirá estos costes adicionales? ¿están los consumidores de acuerdo con el encarecimiento de los productos respetuosos con el medio ambiente? ¿están motivados y dispuestos a correr con los gastos? Y todavía más, ¿pueden los pobres y los colectivos menos favorecidos permitirse el “lujo” de pagarlos?.
Esta es una forma errónea de aproximarnos al futuro. El público cada vez se muestra más escrupuloso ante los problemas de salud y alimentación, y más reacio a aceptar la mugre, en parte gracias a los esfuerzos “verdes” de gobiernos, organismos y asociaciones de todo tipo orientados a aumentar la conciencia y educación del consumidor, para que exija productos limpios. Según la teoría, los consumidores impondrán la disciplina necesaria comprando productos ecológicos y por tanto apoyando el desarrollo de empresas respetuosas con el medio ambiente.
Por ello, los que consideran el medio ambiente como un factor estratégico clave han dado en la diana. El medio ambiente se está convirtiendo en una fuente de ventajas competitivas: racionaliza el consumo de recursos naturales, impulsa el desarrollo tecnológico, mejora la imagen de la marca de la empresa y del producto, aumenta las posibilidades para introducirse en otros mercados, y casi siempre aumenta la satisfacción de sus empleados.
Algunas empresas pioneras se han anticipado y han adoptado cambios profundos y muy importantes en su cultura medioambiental, en el modo de abordar los problemas y de buscar las soluciones. Utilizan su apuesta por el cuidado del medioambiente como un activo de la organización. Si prestamos la adecuada atención a la obra de Phil Crosby “La calidad es gratis” encontraremos que el medioambiente, al igual que la calidad, no cuesta más. Los más rezagados pueden, evidentemente, "no hacer nada". A corto plazo, esta actitud no tiene ninguna repercusión ya que no introducen ninguna modificación. Pero, ¿qué pasará a largo y medio plazo? Es evidente que si el entorno en el que opera la empresa exige que no se lesione al medio ambiente, y la empresa ignora esta exigencia, la consecuencia inmediata será la pérdida de competitividad y en algunos casos la desaparición.
Un producto concebido bajo la directriz "de la cuna a la tumba", es decir un producto que desde su diseño, pasando por su producción, uso y disfrute y terminando su vida en un vertedero, en una planta de incineración o el un contenedor de reciclaje tenga unas repercusiones mínimas sobre el medio ambiente puede llegar a ser un producto diferenciado, atractivo para los clientes y valorado por la sociedad en general.
Por el contrario, si la industria, o la empresa, no es honesta, los grupos de presión pueden crearle un sin fin de problemas. Una manifestación o un ataque a un producto pueden condenar a la “basura” un montón de tiempo y recursos y les estaría bien empleado. Determinadas ONG´s saben como boicotear ciertas actividades, como informar al publico, como presionar a las administraciones, como prestar ayuda y como colaborar y contribuir a la mejora del medio ambiente. No hay que perderlas de vista.
Una adecuada gestión de las variables medioambientales, en general, economizará materias primas, energía, agua, …, Y estas economías no sólo denotarán una conducta solidaria con la preservación del medio ambiente sino que pueden generar importantes ahorros.
El control de los residuos puede constituir otra fuente importante de ahorros en la medida en la que se minimicen, se reutilicen o se reciclen. Y en ocasiones, la minimización, la reutilización o el reciclaje es sólo cuestión de reeducación y formación dentro de la propia empresa.
Los principios de "quién contamina paga" y “quién consume productos contaminantes también debe hacerlo” se están encargando de que cada vez sean más atractivos los procedimientos más limpios:
– Ahorro de gravámenes, tasas, cánones, impuestos medioambientales, etc.
– Ahorros en multas y sanciones
– Ahorros en primas de seguros
– Deducciones por inversiones “verdes”
– Acceso a condiciones crediticias ventajosas.
– Obtención de subvenciones y premios
Se pueden economizar cantidades importantes definiendo una adecuada estrategia de compras y los posibles ámbitos de colaboración con proveedores y clientes para cambiar especificaciones de los ingredientes, de los componentes, del proceso productivo, del producto final, su envasado y empaquetado, su transporte y de su “tumba” final.
Atención los sectores financiero y asegurador que han elaborado la agenda para los próximos años. Sus responsables están convencidos de que su actividad tiene un efecto potencial multiplicador para prevenir o al menos minimizar los problemas medioambientales. Y están dispuestos a actuar implantando la gestión medioambiental en sus propias organizaciones (algún banco ha obtenido la certificación ISO 14.001), actualizando la evaluación de riesgos financieros para la integración de las variables ambientales y potenciando la oferta de productos financieros que favorezcan el desarrollo de proyectos ecológicos, como las ecoinversiones o fondos de inversión verdes.
En relación con el mercado laboral, las empresas limpias suelen atraer a empleados de gran calidad y suelen evitar que se marchen. Las empresas limpias suelen estar bien gestionadas y saben que cuidar la salud de los empleados y del entorno es cuidar de la salud de la propia empresa. Una empresa respetuosa con el medioambiente es una empresa con futuro y eso también lo saben los empleados.
Estos ahorros, aunque todavía no se registran en la contabilidad general, son especialmente relevantes si se miden en términos de oportunidades; por ello, toda decisión de gestión medioambiental ha de realizarse desde una perspectiva prismática que reconsidere y redefina los costes y los beneficios. Cada vez se emplea más el concepto de ecoeficiencia como la prevención de la contaminación y la generación de residuos desde el punto de vista económico. ¿Se traducen los esfuerzos ecológicos en ahorros económicos?, ¿es justa la relación entre los recursos naturales que tomamos de la Tierra y lo que le devolvemos? No olvidemos que algunos recursos puede que sean “gratis” o que tengan un coste muy bajo, o que al día de hoy sean rentables, pero ¿es necesario desperdiciar agua? ¿por qué no utilizar energías alternativas? ¡esos gases que se escapan!
Auditar y cuantificar son acciones excelentes para hacernos una idea de la situación.
– Lo necesario
– Lo que se gasta
– Lo que vale
– Lo que se paga
– Lo que se ahorra
– …
Los números son tozudos y tienen un gran poder de persuasión.
Por otra parte, la oferta de bienes y servicios medioambientales tiene buenas perspectivas de crecimiento y generación de empleo, a nivel de formación, información, consultoría, auditorías, ingeniería, implantación de sistemas de gestión, y en las propias Administraciones públicas se necesitan expertos en la materia.
En definitiva, las empresas se enfrentan a un doble reto ante el futuro: por una parte, incorporar las variables medioambientales en su estrategia de la empresa, y por otra, posicionarse competitivamente en un mercado con futuro. Las siguientes ideas pueden ayudar:
1. El concepto de rentabilidad sostenida sólo tiene sentido en el marco de una adecuada protección ambiental.
2. El liderazgo activo de la dirección de la empresa deberá impulsar la integración del medioambiente en la estrategia empresarial.
3. Eliminar las barreras: no vale decir, “este no es nuestro trabajo” o “es demasiado caro”.
4. Poner al frente de la gestión medioambiental a un profesional “excelente”
5. Todos los miembros de la organización deben implicarse y responsabilizarse de las buenas prácticas medioambientales.
6. Auditar y cuantificar los impactos medioambientales son el primer paso para emprender las acciones idóneas.
7. Identificar las principales líneas estratégicas de actuación, potenciando las medidas preventivas.
8. El medio ambiente debe ser un elemento presente en la configuración de todos los procesos de la organización.
9. Facilitar información fidedigna. Comunicar tanto interna como externamente la situación y actuaciones medioambientales.
10. La protección medioambiental es síntoma de calidad para clientes, empleados, accionistas y sociedad en general, porque implica sensibilidad y preocupación de la empresa por su entorno.
Desde un punto de vista ético, la filosofía en la que muchas empresas basan su gestión medioambiental da un paso más. No se puede engañar a las personas, y no sólo porque la empresa se juega su futuro, sino porque las personas, en general, no merecen que se juegue con su salud, ni con su futuro, ni con su bienestar. No hacer trampas, suelen notarse.
Los ciudadanos sólo tenemos dos armas: elegir a nuestros gobernantes y gobernar nuestro comportamiento. A veces se nos puede colar un cierto pesimismo sobre todo cuando los dirigentes del principal emisor de gases con efectos nocivos hacen “sus” cuentas y rechazan la aplicación del protocolo de Kioto porque sus empresas no podrían “soportar” los costes que les supone, o cuando deciden averiguar si sus “cabezas” nucleares se han quedado “huecas”. Pero cualquier esfuerzo es importante y será bien venido.
* Ingenieros Industriales Superiores – Profesoras del Departamento de Organización de Empresas de la Universidad del País Vasco – Escuela Superior de Ingenieros de Bilbao – Alda. de Urquijo s/n
48013 Bilbao – SPAIN – E-MAIL oepbefem@bi.ehu.es