Por Jasmina Sopova y Nevena Popovska
Años después de los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia, la magnitud de los daños sigue siendo un tema tabú. Se vislumbra, sin embargo, un verdadero desastre ecológico. La Alianza Atlántica reconoció oficialmente haber utilizado proyectiles de uranio empobrecido en Yugoslavia.
La Alianza Atlántica reconoció oficialmente, el 21 de marzo de 2000, haber utilizado proyectiles de uranio empobrecido en Yugoslavia. El Kosovo y el sur de Serbia se vieron gravemente afectados por el empleo de esas armas radiactivas, cuya particularidad es que liberan una nube de polvo de uranio que contamina el agua y la cadena alimentaria. Al entrar en el cuerpo humano por inhalación o ingestión, el polvo permanece en el organismo durante un plazo de dos a tres años, multiplicando por diez los riesgos de esterilidad, de malformaciones en los recién nacidos y de cáncer. Este tipo de armamento se utilizó por primera vez durante la guerra del Golfo, a comienzos de 1991.
Del 24 de marzo al 10 de junio de 1999, la aviación de la OTAN efectuó 31.000 incursiones, bombardeando el territorio de la República Federativa de Yugoslavia (Serbia, Montenegro, Voivodina, Kosovo). Se dispararon miles de proyectiles, algunos de los cuales terminaron su trayectoria en Bulgaria y Macedonia. Por lo demás, numerosos pilotos, de regreso de misiones, se deshicieron de un centenar de bombas arrojándolas al Adriático, en aguas territoriales croatas, eslovenas e italianas. Según la OTAN, fueron lanzadas 1.600 bombas de fragmentación que liberaron 200.000 minibombas. Miles de esas bombas, cuyo uso contra poblaciones civiles está prohibido por la Convención de Ginebra del 10 de octubre de 1980, no llegaron a estallar, transformándose en otras tantas minas antipersonal. Casi 200 kosovares han muerto a causa de ellas.
Un año después de los ataques aéreos aún no se conoce con exactitud la magnitud de los daños sufridos, pero las informaciones confirmadas hasta el momento anuncian un auténtico desastre ecológico.
Según el Equipo Especial para los Balcanes (ESB) 1 de las Naciones Unidas, cuatro sitios han sufrido particularmente los efectos de la contaminación: Pancevo (a 20 km de Belgrado), Novi Sad (capital de Voivodina), Kragujevac (en el sur de Serbia) y Bor (cerca de la frontera con Bulgaria).
El complejo petroquímico de Pancevo fue atacado en diez oportunidades. Un comunicado del alcalde, Srdjan Mirkovic, publicado en el otoño de 1999 por la revista yugoslava Petroleum Technology Quarterly, anunciaba: “El ataque directo al depósito que contenía 1.500 toneladas de cloruro de vinilo monómero (CVM) provocó un incendio que duró ocho horas, destruyendo unas 800 toneladas” de ese producto cancerígeno. “Cuando arde”, explica un médico de Belgrado, “despide, entre otras cosas, ácido clorhídrico, que provoca bronquitis crónicas, dermatitis y gastritis, y dioxinas, que son los contaminantes orgánicos más tóxicos en el mundo, e incluso fosgeno, utilizado en otros tiempos como agente de guerra química.”
Los depósitos de amoníaco, necesario para la fabricación de abonos, también fueron blanco de los ataques. Si no hubieran sido vaciados poco antes como precaución, habrían eliminado al estallar toda forma de vida, incluso humana, en un radio de diez kilómetros, ya que la exposición a los gases de amoníaco es fatal. Se evitó lo peor, pero la fauna del Danubio, donde se vertió ese líquido, ha quedado aniquilada hasta 30 km río arriba. Además, “más de 1.000 toneladas de hidróxido sódico (soda cáustica) se derramaron en él”, según el informe del Centro Regional de Europa del Este para el Medio Ambiente (REC). Desde entonces, la pesca ha desaparecido totalmente y el riego se ha tornado problemático. En los fondos arenosos del río han quedado atrapados metales pesados, tóxicos incluso con concentraciones muy bajas, que permanecerán allí durante mucho tiempo.
El alcalde de Pancevo precisa que “el suelo fue contaminado por unas 100 toneladas de mercurio”, un metal sumamente tóxico que se introduce en la cadena alimentaria y se acumula en el organismo, dañando de manera definitiva el hígado, los riñones o el sistema nervioso. El ESB, que reduce a ocho toneladas la cantidad de mercurio contaminante, estima además que sólo en los ataques a la refinería de petróleo “ardieron 80.000 toneladas de hidrocarburos y de productos petrolíferos, despidiendo sustancias nocivas en la atmósfera”. La concentración de CVM en el aire llegó a ser 10.600 veces superior a la norma tolerada, según el Instituto para la Salud Pública de Belgrado. En ese momento, los vientos soplaban del oeste, por lo que Rumania y Hungría también se vieron afectadas.
Un panorama sombrío
Los otros tres “puntos ecológicamente cruciales” sufrieron un destino comparable. Entre el 5 de abril y el 9 de junio, la refinería de Novi Sad fue bombardeada en doce oportunidades. Unas 73.000 toneladas de petróleo bruto y de productos derivados ardieron o se deslizaron por las canalizaciones. Las aguas subterráneas contaminadas se infiltraron en los pozos situados cerca de la refinería, privando a la población de agua potable.
En Kragujevac, los bombardeos de la fábrica de automóviles Zastava “provocaron una contaminación ambiental de grandes proporciones, que afectó a los suelos, las aguas y la atmósfera”, informa el ESB, que detectó niveles elevados de bifenilos policlorados (PCB). Prohibidas a mediados de los años ochenta en razón de su toxicidad, esas sustancias aún están presentes en los equipos eléctricos antiguos. Muy persistentes, se unen a los sedimentos en las aguas y sólo se degradan al cabo de varios años.
En Bor se observó una contaminación con PCB y una grave polución atmosférica debida a emisiones de dióxido de azufre (gas muy peligroso para los asmáticos). Los bombardeos de las minas de cobre, de la central eléctrica y del depósito de hidrocarburos, situados junto a esa ciudad cercana a la frontera con Bulgaria, también afectaron al país vecino. El periódico 24 Horas, de Sofía, dio cuenta de que caían del cielo pájaros muertos a causa de la nube tóxica, que ocasionó también lluvias ácidas. Mientras, en el Kosovo, los campesinos vieron cómo los árboles quedaban desnudos en plena primavera.
Los efectos negativos se hicieron sentir en toda la cadena alimentaria. Se han diagnosticado casos de bronquitis crónica, asma, eczema, diarrea o complicaciones tiroideas, pero las autoridades serbias prefieren ocultar los hechos. Los problemas más graves de salud están por venir.
1. Ver el Informe del PNUMA y del CNUAH, publicado en 1999: Le conflit du Kosovo, ses conséquences sur l’environnement et les établissements humains.
* Jasmina Sopova y Nevena Popovska
Periodistas del Correo de la UNESCO y en Skopje (República de Macedonia), respectivamente.