Por Oscar Natalichio
Recuerdo, porque tengo casi la misma edad, no la misma fama, que Eduardo Galeano y que Mempo Giardinelli, que en las manifestaciones de los años sesenta salíamos a gritar "paredón, paredón, contra todos los milicos que entregan la nación", entre otras consignas. Paredón que venía de la Cuba amada, Paredón que era sinónimo de justicia (con tribunales y defensores para los criminales).
Voy a comenzar reconociendo que escribo este artículo con bronca. Más aún, con indignación, pero que no me encuentro sorprendido por lo sucedido. Muchas veces albergué la esperanza de que lo que siempre esperaba que ocurriese con los intelectuales, era más bien producto de prejuicios que yo arrastraba, desde muy pequeño, con esa especie de institución nunca declarada como tal, integrada por un grupo selecto de ellos, que se arrogan el derecho de juzgar, y de juzgar a través de la prensa burguesa, a través de los medios masivos de comunicación en poder de los monopolios, a procesos y revoluciones que han cambiado radicalmente, y para bien, la situación de pueblos y naciones.
Recuerdo, porque tengo casi la misma edad, no la misma fama, que Eduardo Galeano y que Mempo Giardinelli, que en las manifestaciones de los años sesenta salíamos a gritar "paredón, paredón, contra todos los milicos que entregan la nación", entre otras consignas. Paredón que venía de la Cuba amada, Paredón que era sinónimo de justicia (con tribunales y defensores para los criminales), justicia que ponía fin a los sufrimientos de siglos de un pueblo, justicia popular que juzgaba crímenes, torturas, violaciones, robos a familias y saqueo a la nación toda. Paredón que de no haberse aplicado la Revolución no hubiese sobrevivido pues la historia demostró en múltiples casos que los mercenarios y asesinos al servicio de las grandes potencias extranjeras no operan por ideales sino por dinero. Viven y matan por el dinero. Asesinan y roban por el dinero. Acumulan y muestran impúdicamente el dinero de su saqueo donde la muerte, la tortura, las desapariciones constituyen su principal fuente de ingreso, mientras le facilitan el camino a los grandes monopolios transnacionales para que saqueen a los pueblos. Está el caso Ford y Mercedes Benz en nuestro país, donde empresarios ordenan la desaparición de los trabajadores delegados o combativos para "normalizar" la producción.
Giardinelli escribe en su artículo de Página 12 que no está dispuesto a firmar una condena a Cuba con otros intelectuales. No está dispuesto a firmar, pero sí dispuesto a afirmar. Y en su artículo va mucho más lejos de lo que van los que sí firman, alguno de los cuales lo hacen pues se oponen, por principios, a la pena de muerte. Giardinelli ataca a la Revolución y exige que la misma ajuste el rumbo permitiendo "la apertura de un proceso democrático pluripartidista", exactamente lo mismo que solicitan los amigos americanos encabezados por la familia Bush. También utiliza la columna para indicar que él fue censurado en Cuba, de que fue considerado "intelectual no confiable". Y lo dice ahora, sumándose sin firmar a los que firman pero yendo mucho más allá, confirmando, quizá sin quererlo, lo de no confiable.
Un intelectual progresista como un revolucionario no puede sustentar su posición actual en lo que hizo en el pasado. Si en la actualidad cambia de manera de pensar, se siente desilusionado, frustrado, engañado, no es por lo que hizo y dijo antes sino por lo que dice y hace ahora. Se puede escribir las "Venas abiertas de América Latina" que quedará en la historia como el libro que denuncia la barbarie y la injusticia. Pero también se pueden cerrar esas venas. Puede que "ninguna mosca le atormente la conciencia" a Eduardo Galeano, y quizá eso es lo más triste, ¡ojalá le esté atormentado!, pues uno quiere a Galeano de este lado, también a Gardinelli. La buena noticia para el "superpoder universal" no son los fusilamientos y prisiones para sus mercenarios, para los criminales, nunca disidentes, pagados por los EEUU, que reconoce que les paga y sin duda, lamenta mucho sus pérdidas. Recluidos y formados como terroristas y asesinos por también reconocidos terroristas y asesinos en Miami y apoyados por una ley de "ajuste cubano" que los recibe en los EEUU como héroes, los recompensan, le dan la nacionalidad, dinero y trabajo, mientras cualquier otro ciudadano, mexicano, argentino o uruguayo es expulsado sin miramientos. La buena noticia para el superpoder, para el imperialismo, es haber logrado quebrar, una vez más, el frágil equilibrio mental de los intelectuales. No digo que vayan a recorrer el camino de Vargas Llosa, pero, honestamente, no lo descarto. No digo que se estén posicionando para algún premio Nóbel, pero, honestamente, tampoco eso lo descarto.
Lo más grave es que esos intelectuales que hacen hoy uso de la soberbia que les permite incluso desconocer leyes y procesos tan transparentes como los que Cuba aplica y tiene todo el derecho de aplicar, demuestran a la vez un soberbio desconocimiento de la realidad cubana y sobre ella hablan como si supieran. Y precisamente de eso, que desconocen, hablan y escriben para beneplácito de los enemigos de la revolución, que son los mismos enemigos de nuestros pueblos de América Latina.
Cuba no es el reino de la virtud. Conozco muy bien ese país donde he estado más de 25 veces. Cuba convive con no pocos problemas que con esfuerzo enfrenta cuando los detecta y puede solucionarlos, no siempre. Pero Cuba hoy, pese a ser un país asediado por la potencia más grande del mundo y por sus lacayos que no son pocos, no solo es el país que posee el índice más bajo de mortandad infantil (6 por mil), no solo es el país que mantiene el más bajo índice de desocupación (3%), no solo es el país que mantiene una esperanza de vida que ya llega a los 77 años, no solo es un país donde ningún niño queda sin educación, sin cultura, sin deporte, sin atención médica y sin futuro. Esos datos lo saben todos, lo sabe y lo reconoce hasta el propio enemigo. Cuba es, a la vez, el país más democrático del mundo. Claro, no con el "multipartidismo" que nos muestra a Menem, a López Murphy, a Rodríguez Saa, a Elisa Carrió, a Leopoldo Moreau o a Kirchner. No con esta democracia vil e envilecida, falsa y tramposa, instrumentadas por un sistema corrupto para instalar en el poder hombres corruptos. Para que esa falsa democracia no existiera más, se hizo la Revolución en Cuba. Pedir que la restituyan, aún con argumentos reelaborados y rebozados, es indignidad o es ignorancia.
En Cuba cualquiera puede ser candidato, no necesita ser comunista, ni fidelista, ni revolucionario. Basta con que se presente como tal y a cualquier cargo. Sucede que ese no es el único requisito, debe cumplir otro, y ese sí es obligatorio: debe ser votado por el pueblo, debe sacar más votos que otro candidato, en votación secreta y con urnas custodiadas por los niños, por los pioneros, donde cualquier extranjero puede observar sin que nadie se lo impida. Y si nadie llegó al 50% hay segunda vuelta con los dos seres humanos más votados. No con los dos partidos más votados porque no hay partidos en las elecciones cubanas, hay personas, o si se quiere, hay once millones de partidos, uno por cada habitante. En Cuba las elecciones no son obligatorias y nunca votó menos del 99%. Y en el último plebiscito, el 98% reafirmó la condición de país socialista, sin que nadie obligara a nadie a ir a votar. ¿No se enteraron?
Esa Revolución, agredida por el imperio y también por los que conciente o inconscientemente la atacan como ejercicio espasmódico, solo puede sobrevivir sobre la base del gran apoyo interno que posee, al apoyo masivo de su población, de su pueblo y a la solidaridad internacional. No la hicieron para que se regrese a la parodia de la democracia burguesa; la hicieron para reemplazar la farsa de esa "democracia" que tan bien conocemos por una verdadera democracia popular. Los intelectuales, considerados como tales, pues "poseen" más propensión a pensar, deberían saberlo.
* Oscar Natalichio Escritor – Economista
Docente de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo