Hacia un Futuro Nuevo

Por Pablo Mora

Siempre la humanidad se ha sentido impulsada por anhelos de progreso, mejoramiento y perfección, alcanzando tan ilimitado punto sus aspiraciones, que se han confundido con lo imposible, desconocido e insospechable.

Hacia una utopía concreta

Producto de épocas en crisis social, expresión de capas sociales desesperadas, ubicadas ya en el espacio, ya en el tiempo de los deseos, en cuanto conciencia anticipadora de la realidad; excluida hoy de las ciencias y de las letras; de la economía y de la política; de la filosofía y de la teología; debatiéndose entre la antigua pugna de la razón utópica versus la razón instrumental; la utopía, fuerza de la transformación de la realidad, aparece como auténtica voluntad innovadora que, estando en la base de toda renovación social, representa una corrección o integración ideal de una situación político-social existente con miras a un cambio en prospectiva positiva. Proyecto o ideal de un mundo justo a partir de la crítica del orden presente, la utopía representa un modo específico de conocer la realidad a través de la proyección ideal de la misma, trascendiendo el presente mediante un modelo ideal de futuro, constituyéndose en el sueño del verdadero y justo orden de vida.

Siempre la humanidad se ha sentido impulsada por anhelos de progreso, mejoramiento y perfección, alcanzando tan ilimitado punto sus aspiraciones, que se han confundido con lo imposible, desconocido e insospechable. La utopía: lo que no está en ninguna parte, lugar que no existe, que no hay, podría, de la mano de Tomás Moro o de Ernst Bloch, recordarnos a los venezolanos de hoy el sueño de un país cuajado y labrado dentro de la mejor prospectiva de nuestro proceso histórico renovador, dentro de una humanización capaz de darle cauce a un desarrollo sostenido a medida de hombre en cuanto proyecto factible de utopía concreta, donde teoría y praxis se apuntalen, unifiquen o confundan a partir del principio de esperanza (Ernst Bloch) puesto que vivimos rodeados de posibilidad, somos seres-en-esperanza (J.J. Tamayo) con la suerte aún no echada, frente a las infinitas fronteras de lo posible, oyendo, esperanzados, la melodía del futuro.

Como en la isla desconocida de Moro, soñar en que todo puede ser común dentro de nosotros. En que todos deberíamos trabajar. En que los ocios son enemigos del orden social como lo son igualmente los ladrones y delincuentes. En que lo mío y lo tuyo son los causantes de los crímenes, las injusticias, las desigualdades y maldades que reinan entre los hombres. Soñar concretamente en que una de las principales causas de la miseria pública la configura "el excesivo número de nobles, zánganos, ociosos, que viven del trabajo y del sudor de los demás". Soñar en un Estado Futuro, en una Venezuela Posible a través de un Proyecto Preciso, en espera de verlo realizado un día. En medio de la miseria y el crimen, el engaño, la lucha y el sufrimiento cotidiano, soñar y proponernos de veras, con nuestra imaginación creadora, un mundo nuevo, un país nuevo, un hombre nuevo.

Convencernos de que nuestro más grande error fue el empeñarnos en entregar al Estado nuestro don más caro: la libertad; de que a pesar de que la Libertad parezca utópica ilusión, la utopía es la realidad, de la cual aquella nace; de que las raíces de la utopía están en los propios hombres, provienen de lo más profundo de su ser-en-esperanza; se originan en el alma humana, en la estructura fundamental del hombre, de sus pueblos e ideales.

Con muerte o sin muerte de las utopías, la utopía ­–imagen movilizadora, horizonte orientador de la praxis, instancia crítica de la realidad, visión dialéctica abierta– eternamente regirá el destino humano y, así, el destino de los pueblos, puesto que sin utopía el presente carece de futuro o de sentido. Con imaginación, "con qué facilidad sacaríamos de la nada un mundo". Un mundo, un país, un hombre, de verdad, de justicia, de amor y de paz. Siempre habrá de haber tiempo para un orden nuevo. No en balde Giulio Girardi enfatiza que "la paz no consiste en la tranquilidad del orden existente, sino de un orden nuevo mediante la acción solidaria de los hombres… En este sentido, la paz pasa a través de la revolución, La revolución integral tiende a realizar una humanidad nueva… un futuro nuevo… No es cuestión de explorar la tierra nueva, sino de crearla… Es la hora de la creación, de la esperanza y del riesgo… La hora de asumir personal y comunitariamente el riesgo de la aventura humana y afrontar con fortaleza la eventualidad del fracaso… Sólo una tierra distinta hará menos increíble el cielo."

Sólo una patria distinta hará menos increíble toda democracia o utopía. Sólo entonces la esperanza, alzada desde el fondo de la caja de Pandora, podrá subir y esparcirse por todos los cielos en la única paz que garantizan las transformaciones profundas y las conquistas que nos faltan.

Tras una patria nueva

Para Giambatista Vico, dentro de un sistema cíclico por el que transitan las naciones, cada pueblo pasa por distintas etapas (corsi) que modelan toda su actividad hasta llegar a la decadencia, la que a su vez conduce a recomenzar el proceso (ricorsi) en un plano distinto y superior. Antonio Gramsci, por su parte, acuñó el concepto de "crisis orgánica", para referirse a esos momentos históricos en que a las fuerzas dominantes se le fracturan las relaciones entre la sociedad y el Estado, entre la economía y la política, y no pueden ejercer su dirección del modo habitual: "La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo". Circunstancias en que el bloque ideológico dominante tiende a disgregarse y a perder su capacidad de impulsar el capitalismo hacia adelante, contando aún con fuerzas que pueden moderar la situación e impedir un desenlace revolucionario.

Al respecto, Jorge Alberto Kreyness, al referirse a la crisis orgánica del capitalismo, basándose en Gramsci, sostiene que "el elemento decisivo de toda situación es la fuerza, permanentemente organizada y predispuesta desde largo >tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable ( y es favorable sólo en la medida que una fuerza tal existe y está impregnada de ardor combativo)." En tales circunstancias, se precisa la construcción de una contrahegemonía, de un contrapoder, de un nuevo sistema de instituciones que consoliden la direccionalidad de las fuerzas antagónicas a las de la dominación, hasta darle cauce positivo a la espontaneidad y acumular y redimensionar las fuerzas definidamente revolucionarias.

Ante un capitalismo con patente de justicia y eternidad, no queda sino construir las nuevas formas para arremeter contra la injusticia, la desigualdad, el hambre, la opresión y todos los horrores que asolan a tres cuartas partes de la humanidad. Ante la desfachatez de la superpotencia hegemónica central, frente a la gran periferia desplegada al sur del Río Grande a través de uno y otro intervensionismo geopolítico, nunca como hoy se justifica un proyecto contrahegemónico que nos ayude firmemente a ponerle coto a tanto "capitalismo salvaje", desenfrenado, hegemónico, invasor.

La nueva patria vendrá de un largo dolor y un largo trabajo. Pavese nos recordaba: "El secreto de la vida es obrar como si tuviésemos lo que más dolorosamente nos falta." El futuro de la patria no puede ser sino su construcción. No puede haber retorno sino medida e invención, constancia y creación, construcción del porvenir. Nuestra mayor arma, el estar vivos. Estar vivos ha de significar arrear nuestro destino. Entre flujos y reflujos, antes que el pueblo se mantenga a oscuras, redescubrir nuestra propia patria, sentirla, revivirla, hacerla; rehacerla, reorganizarla, reestructurarla, horadando las tinieblas hasta que reflorezcan la vida y la esperanza. Subvertir un orden viejo. Con el mundo entero por testigo, construir un orden nuevo en busca de una humanidad nueva.

Lectura de América

Difícil pretender una lectura de América o del mundo. En medio de la larga letanía del cósmico dolor humano, en esta hora de guerra planetaria, en esta hora incierta de los hombres, entre la herida universal del orbe, en esta suprema encrucijada de historia y liderazgos, mientras cada quien quiere su imagen agigantar, cuando la luna canjeó su puesto con la muerte, entre nosotros, medianamente imposible distinguir el rumbo, el ritmo, el viraje, el aire que nos falta, el necesario para leer en alta mar, para estudiar y cultivarse, mientras esperamos, atrincherados en luz, al enemigo, cual contrafuertes de justicia y esperanza.

Ojalá leyésemos a tiempo a América que sería como leer nuestros primeros jeroglíficos, entre tanta vorágine mundial. Ojalá una Cruzada Nacional-Continental le saliera al paso a tanto apabullante desconcierto, aturdimiento audiovisual, transnacional, capaz de responder por los fundamentos psicosociales, sobre todo socio-geopolíticos del fenómeno de la lectura, donde al tiempo que se estudie y considere la naturaleza de la misma como proceso de enriquecimiento evolutivo humano, se la entienda como posibilidad real de comprensión de nuestra trágica dependencia y como alternativa válida para la formación del Proyecto Nacional Continental Necesario.

Mientras a las puertas marinas de nuestro Continente, encima de nuestras patrias, cerca de los hombros de esta América, sin que nadie sepa de aquel hombre, aquella gesta, se yergue, orondo, el invasor con sus últimos alaridos de dominación y violencia, como nunca nuestra orgánica y subterránea unidad vital ha de afianzarse en nuestra Lengua, en nuestras ideas, nuestros enunciados, nuestros principios, canciones, minas, siembras, soledades, graneros, horizontes, tinieblas, clarores, llagaduras, signos, señas, para retomar el discurso de nuestra Liberación Continental mediante una auténtica lectura selectiva, analítica, evaluativa, nacional-continental-científica, convencidos de que nuestra mejor defensa es el conocimiento de nuestro propio idioma, nuestros propios textos, que es como decir de nuestros propios sueños, creaciones, trasnochos, vigilias o esperanzas.

Como toda revolución profunda y genuina, la de América Latina no puede sino estar destinada a dar cuenta y resolver los problemas específicos de su realidad, en el momento y en el contexto concreto en que tiene lugar. Lo que Mariátegui, apoyado en una perspectiva histórica de largo plazo y en la fecundidad creadora de las masas en el movimiento de la historia, denomina el socialismo indoamericano: "Profesamos abiertamente el concepto de que nos toca crear el socialismo indo-americano, de que nada es tan absurdo como copiar literalmente fórmulas europeas, de que nuestra praxis debe corresponder a la realidad que tenemos delante… No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América ni calco ni copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He ahí una misión digna de una generación nueva".

* Pablo MoraProfesor Titular, Jubilado,Universidad Nacional Experimental del Táchira, UNET. Venezuela.

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