La agricultura y los retos para la ciencia del siglo XXI

Por Dr. Alberto Matías González

La agricultura no puede tener un modelo único, ni se pueden imponer modelos. Es diversa, porque la cultura humana y sus ideales son diversos, la naturaleza en que se desarrolla es diversa, por lo que la creencia de hacer extensivos los resultados de las investigación a otros contextos sin entrar a considerar circunstancias culturales, geográficas, históricas es errónea, viola la relativa independencia del otro.

“La agricultura es la única fuente constante, cierta y enteramente pura de riqueza”

José Martí


La agricultura ha sido durante milenios una de las principales fuentes de alimentación y de actividad humana, el hombre ha encontrado en ella un espacio productivo de creación de bienes, entorno al que inventa complejos sistemas de creencias técnicas, sabidurías, cosmovisiones, donde que se confunden lo bello, lo feo, el bien, el mal y los dioses. Sin embargo hoy, ya sea por negligencia, caprichos humanos o por la inevitable lógica o ilógica de la historia, atraviesa una profunda crisis, cuyas evidencias se resumen en:

  • Perdida de admiración, de orgullo y del sentido de belleza ante lo grandioso que significa el logro de los sembrados, es la expresión del individualismo consumista que dirige la atención hacia las “altas” tecnologías industriales de la ciudad, lo “bello” se identifica con un fetiche, una marca de confecciones, autos o alimentos procesados. En resumen carencia de proyectos sociales trascendentes.Estos modos de pensar y de hacer generan comportamientos que evidencian el desprecio hacia las labores agrícolas, uno de los ejemplos más representativos acontece en los países industrializados, como tendencia los pueblos asentados en ellos abandonaron las actividades agrícolas en busca del “sueño moderno” de la ciudad llena de consumo y “progreso” dejando estas actividades a inmigrantes del tercer mundo, que obligados por las circunstancias dejan sus orígenes en busca de soluciones económicas a sus precarias existencias tercermundistas.Recientemente salió en los periódicos de Estados Unidos las inquietudes de inconformidad de los citadinos por las políticas de envió de las industrias hacia los países asiáticos en busca de mayores ganancias con la consiguiente pérdida de empleos en la industria, no faltaron las expresiones de quienes se negaban a realizar labores agrícolas por considerarlas humillantes, es la presencia en definitiva de una de las enfermedades espirituales actuales, que por la profundidad de su arraigo y la dificultades para su curación constituyen en la opinión del autor la peor evidencia de crisis.
  • Crisis de los patrones de agricultura industrial monoproductiva, que coloca al hombre en el centro del interés, considerando la naturaleza y con ello el suelo y las aguas como fuente inagotable de riquezas, actitud que ha estado en la base de los daños ocasionado al medio ambiente natural y social: entiéndase desertificación, erosión y salinización de los suelos, pérdida de biodiversidad, transformación exagerada de paisajes culturales tradicionales en función del mercado.
  • La ruina de muchos agricultores, fundamentalmente pequeños que no pueden sostener la competencia con las grandes transnacionales agrícolas. Esto es muy conocido en América Latina.
  • Deformaciones obsoletas asociadas al monocultivo y a la dependencia alimentaria de muchos países, cuyas estructuras agrícolas están invalidadas para asumir un desarrollo independiente, por la incapacidad de sus economías para enfrentar el poder imperialista y transnacional y por falta de estrategias realistas y de valentía política de sus gobernantes para tomar decisiones que favorezcan a sus conciudadanos.
  • Incapacidad para alimentar a toda una población creciente. Solamente en los países en vías de desarrollo existen 820 millones de personas subalimentadas. Según estimaciones de la FAO, de los 854 millones de personas subalimentadas en el mundo, 9 millones viven en países industrializados, 25 millones en países en transición, y 820 millones en países en desarrollo.

La ciencia puede jugar un papel activo en la solución de muchos de estos problemas, sin embargo la propensión dominante en la investigación científica de los procesos agrarios ha sido estudiarlos desde perspectivas muy segmentadas, pocos estudios se escapan de esta tendencia, que es de por si un obstáculo, dada la dinámica de interrelaciones de diversos factores que participan en la agricultura.

En las disciplinas históricas se trata el tema desde la participación de los distintos sujetos sociales en los procesos políticos y económicos, podemos encontrar investigaciones de la participación campesina en la Revolución Mexicana, del protagonismo de los hacendados criollos en los procesos de independencia latinoamericana, de los colonos norteamericanos en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, pero es poco recurrente encontrar indagaciones de cómo el desenvolvimiento y la solución de estos procesos económicos y políticos incorporan las repercusiones que los mismos han tenido en el medio natural en que se desenvuelven.

Por citar un ejemplo, en los libros de historia se recogen estudios sobre procesos de reforma agraria que han tenido lugar en diversas partes del mundo, y de las ventajas o desventajas que representaron en su tiempo, pero es poco usual que esas historias describan cómo esos procesos han influido en el paisaje, o en el uso del suelo y del agua. Es una historia parcial que conduce a ocultar relaciones existentes en las extensiones de los hechos, con lo que se pierde todo el potencial educativo que ellos representan, así como el valor cognoscitivo y práctico que poseen.

Se necesita de una apertura al pasado, reconstruirlo en consonancia con la relación hombre-naturaleza, es indispensable y necesario entender que esta relación es un componente del pasado y que no debe ser excluida.

También abundan los estudios sobre agricultura en las ciencias económicas, que han dirigido su atención hacia temas como la movilidad de la fuerza de trabajo, la eficiencia y la sustentabilidad económica o la rentabilidad; y en el caso de la sociología, se pueden encontrar información científica sobre comunidades rurales agrícolas de muy variados contenidos: el género, la educación, las interacciones sociales, etc.

Cada una de estas disciplinas conforman una unidad con una lógica institucional que se ramifica en comunidades de investigadores que a la vez se conectan a través de eventos, publicaciones y de un sistema de relaciones interpersonales más o menos constantes, se puede afirmar que la critica a los modelos y desempeños agrícolas ha estado presente, aunque no en todos los trabajos.

En el caso de las ciencias agropecuarias se han orientado a la búsqueda de mecanismos y modelos agrícolas y ganaderos que aumenten o mejoren la calidad de la producción de alimentos, con propuestas que incluyen desde la agricultura industrial mecanizada hasta estructuras de producción familiar y de subsistencia, cuentan con una red de centros y facultades universitarias dedicadas a la investigación, y con dispositivos instituidos para la difusión de sus resultados, a través de eventos y publicaciones propias.

Estos estudios no escapan de las manipulaciones de las transnacionales, que financian muchos de los proyectos, en consonancia con las exigencias de las estructuras depredadoras de mercado, con una tendencia al triunfalismo acrítico, en que se absolutizan las ventajas de las ideas científicas, pero en muchas ocasiones no se corresponden con los contextos naturales y culturales en que se tratan de introducir y se olvidan de las necesidades reales de alimentación de los más desposeídos del planeta. Los biocombustibles son una muestra clara de este comportamiento.

Indiscutiblemente a la comunidad científica le corresponde un importante papel en el entendimiento de la situación y en la propuesta de soluciones, el devenir necesita de alternativas sociales viables, que sin lugar a dudas, pasan por la solución de los problemas de las producciones alimentarias.

Es innegable los aportes que estos estudios han realizado, pero la situación de la agricultura, en cuanto a magnitud de solución de las necesidades alimentarias de la población mundial, por lo menos de la más empobrecida, no se corresponde con la profundidad y abundancia de conocimientos que las ciencias y los saberes humanos han producido de ella, fundamentalmente después de la Segunda Guerra Mundial en que una parte de la industria de tecnología militar se desvió hacia la actividad agrícola.

Es una de las contradicciones de la totalidad social y natural que rodea la agricultura, en que se combinan en un sistema componentes y dimensiones que necesitan ser comprendidos desde nociones integradas de saber, por lo que la investigación científica debe ser reformada, la realidad no existe fragmentada, y si la ciencia quiere servir a la vida debe ser estructurada en correspondencia con la lógica o la ilógica de los acontecimientos que suceden desde la multidimensionalidad.

En esta noción de multidimensionalidad lo agrícola, a diferencia de otras épocas, ha rebasado su espacio físico geográfico y demográfico, se inserta en un todo donde lo urbano industrial comparece dominador con conceptos de mercado, productos químicos, maquinarias y combustibles fósiles y donde la globalización hace que un evento natural ocurrido en cualquier continente del planeta pueda incidir negativa o positivamente en el resto de los agricultores del planeta.

Desde este discurso de dominación se presenta la “genial” idea de usar los alimentos para producir biocombustibles, lo que ha generado reacciones muy diversas: para el capitalismo dominante, que las promueve, la oportunidad del empleo y del crecimiento productivo para el tercer mundo, con ello el mejoramiento de la vida, para otros que de una manera reflexiva asumen el asunto en sus contradicciones, significa el encarecimiento de los alimentos y con ello el aumento de la crisis alimentaria, hambre para millones de personas, más de la que ya muchos tienen, todo para poder satisfacer las ansias de consumo del occidente industrializado.

Aquí el obrar correctamente o incorrectamente, lo tolerable o lo intolerable se confunde, no están absolutamente demarcados, pero de lo que no debe quedar duda es que el asunto tiene dimensiones políticas, éticas, culturales y filosóficas que desbordan lo meramente técnico y económico. Con la particularidad de que las exigencias reflexivas no pueden esperar por la urgencia manifiesta de soluciones prácticas, soluciones que no pueden salir de conciencias parceladas: es como que las tradicionales humanidades irrumpen públicamente los tradicionales laboratorios experimentales y los sistemas estadísticos de los economistas, es que hacer ciencia agrícola ya no es solo mediciones, estadísticas y experimentos.

La noción de examen profundo, de cautela, de responsabilidad debe acompañar la investigación, la revolución del saber ha sido tal que unido a certezas logradas, adoptan presencia aguda las amenazas de lo incierto, por lo que la presencia de estos valores alcanza un mayor significado, no como un anexo sino como un componente del conocimiento. Más si se tiene en consideración que detrás de este desarrollo se encuentran los intereses de las transnacionales agrícolas que movidas por la codicia del lucro sitúan sus intereses por encima de los pueblos y de la naturaleza misma.

Otro ángulo en el análisis que plantea nuevas exigencias a la ciencia, es el relacionado con los procesos migratorios, una primera contradicción consiste en que por un lado el mundo occidental desarrollado necesita inmigrantes en sus plantaciones agrícolas, por otro los reprime y crea todo tipo barreras y muros, más las consiguientes reacciones xenófobas, indiscutiblemente este no es solo un asunto para los políticos, es un asunto aparentemente externo a la agricultura, pero en realidad no es así, los estudios sobre la agricultura están obligados a asumirlos desde cualquier iniciativa, necesita de saberes integrados y soluciones integradas, que potencien procesos de superación de la miseria en los países emisores de inmigrantes, de lo contrario continuaremos observando en las noticias el desagradable espectáculo de las embarcaciones llegando o sin llegar a la costas de Occidente o muriendo por la insolación y la falta de alimentos en medio del mar. Es evidente que entre los muros, construidos por occidente y la agricultura actual hay un nexo indudable.

Un asunto que debe concentrar el interés de los científicos es lo que debe ser conservado de la agricultura tradicional campesina. El componente incluido de violencia que transformó los campos en haciendas capitalistas, proceso que comenzó con los cercados en Inglaterra y que expulsó miles de campesinos de sus tierras obligándolos a ir a las ciudades, se aceleró con la “Revolución Verde”, dicha penetración de las relaciones capitalistas de mercado en el campo se desarrolló desde los principios de la ciencia clásica y desde el instrumentalismo burgués, y en estos cuatro siglos no ha dejado de arruinar la agricultura tradicional, puede afirmarse que gracias a su capacidad de resistencia y de subsistencia todavía existe, en parte como verdadera “pesadilla” para los neoliberales, pero sin liberarse de la amenaza del desalojo.

Esta tendencia tuvo en las ciencias agrícolas su componente, en los dos últimos siglos se absolutizó determinadas formas de hacer agricultura ligadas al liberalismo de racionalidad occidental, con descrédito de la diversidad de prácticas milenarias que los distintos contextos culturales han desarrollado, desde esta configuración de dominación impuesta con el lenguaje de la razón científica con lo que se borra de la memoria valores del saber acumulado por pueblos, etnias, familias y comunidades representativas de códigos excluidos por el lenguaje totalizador, es por eso que esta ciencia, aunque use el método científico, es de por sí un dispositivo más del discurso político dominante que acompaña al colonialismo, al neocolonialismo y a todas las variantes de explotación humana de los últimos siglos.


Esta agricultura tradicional, reservorio de saber, de prácticas de convivencia y coherencia con la naturaleza, pueden no ser científicos, pero si válidos, eficaces y sostenibles en determinadas circunstancias, y a pesar de los esfuerzos de la FAO, de algunos asociados a la agroecología y al movimiento de campesino a campesino, siguen estando amenazados, en una época necesitada de tolerancia y de respeto a la diversidad cultural.

Los agrónomos encerrados en sus fincas de laboratorio, aun aquellos que no pertenecen a ningún partido o movimiento social, y aunque les parezca ridícula la idea, también son políticos. Desentrañar esta madeja de conexiones ante las creencias establecidas, debe ser un objetivo de la ciencia y de la educación, y resulta improbable llegar a esta comprensión a partir de las estructuras de formación de científicos instituidas en las universidades.

El egocentrismo característico de esos patrones de comportamiento cimentados, asociados a la modernidad, tienen que ser tomados en consideración por las ciencias agrícolas aunque hayan sido diseñados por la ilustración y aparentemente no tengan nada que ver con los ingenieros.

También el recelo ante la innovación y la transferencia de tecnología, que de una manera espontánea existe en estos agricultores tradicionales puede ser asimilado por los científicos y los ingenieros, como barrera ante el exceso de optimismo. El estudio de este tipo de comportamiento puede dejar lecciones educativas para un mundo de desenfreno tecnológico.

La ciencia agrícola del siglo XXI debe ser para incluir, no para excluir, la exclusión es intolerancia, fundamentalismo aunque no se haga en nombre de Cristo o de Alá, sino del mercado que se presenta como otro “Cristo u otro Alá”, al final el resultado es semejante.

Un último argumento a favor de nuevas concepciones en la organización y realización de las investigaciones científicas sobre agricultura, está relacionado con los modelos de producción agrícola. Ante los fracasos y virtudes de modelos y estructuras agrícolas conocidos, para la ciencia existen muchas interrogantes, sobre cuál debe ser el camino a recorrer, si la agricultura industrial, con su variante de Agricultura de Precisión, la agricultura orgánica, la agroecología, o la agricultura familiar.

Todos los caminos tienen defensores y acusadores, en realidad pueden ser variados los caminos escogidos, las decisiones tomadas y diversas las opiniones, sin embargo, ha sido dominante la idea de un modelo único: agricultura industrial, fin esperado y solución alimentaria para el mundo humano, pero como se ha demostrado dicho concepto tiene profundas grietas y encierra amenazas destructivas.

La agricultura no puede tener un modelo único, ni se pueden imponer modelos, esta es diversa, porque la cultura humana y sus ideales son diversos, la naturaleza en que se desarrolla es diversa, por lo que la creencia de hacer extensivos los resultados de las investigación a otros contextos sin entrar a considerar circunstancias culturales, geográficas, históricas es errónea, viola la relativa independencia del otro.

En resumen puede afirmarse que en las actuales reglas subyugadas por el mercado y las transnacionales y la búsqueda de alternativas superadoras y viables desde la ciencia, no está desvinculado de interrogantes como pueden ser ¿cuál es la mejor variedad de caña para producir azúcar en un tipo de terreno? o ¿cuál es la mejor forma de organizar una granja y hacerla producir? Se necesita de “una gran religación de los conocimientos resultantes de las ciencias naturales con el fin de ubicar la condición humana en el mundo” [1] www.ecoportal.net


* Alberto Matías González. Profesor Auxiliar del Centro Universitario de Sancti Spíritus José Martí Pérez, Cuba. Master en Ciencia Tecnología y Sociedad (2000) y Doctorado por Universidad de Girona (2006)

Bibliografía:
Delgado Díaz, Carlos J. La educación ambiental desde la perspectiva política. “Cuba Verde”, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
Martí, José. La América grande. “Obras Completas, Tomo 8, La Habana, 1991.
Morín, Edgar. Los 7 saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO

Nota:
[1] Edgar Morín “Los 7 saberes necesarios para la educación del futuro” UNESCO