Por Luis Felipe Sigüenza Acevedo
En lo directamente referido a sus acciones, el turismo en Oaxaca es esencialmente empírico, con escasa capacitación, mal remunerado, no diversificado, centralizado, se saturan pocos sitios y se desprecian otros, se promocionan excesivamente algunas actividades hasta arrebatarles su espíritu y sentido original.
La Ciudad de Oaxaca es un destino turístico consolidado, famoso y demandado. Su éxito se debe a la conjunción de naturaleza pródiga, historia, dinámica artística y esencia indígena, representados por un pueblo amable y generoso. Los oaxaqueños han observado, desde la fundación de la ciudad, cómo ésta se levanta y crece -con el sufrimiento de muchos, la riqueza de algunos y el esfuerzo de todos-, de los terremotos y las guerras que frecuentemente la asolaron. Desde hace cuarenta años, merced de las leyes nacionales y los tratados internacionales, ha tenido una transformación, muchas veces afortunada y otras no tanto, que le han dado la denominación de Zona de Monumentos Históricos y, más tarde, de Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Hoy día, los destinos turísticos responsables buscan consolidarse como espacios cuya explotación comercial se base en la sustentabilidad, lo que significa que el turismo sea factor de riqueza, pero al mismo tiempo de respeto al entorno y sus habitantes, una actividad que genere bienes y, junto a ello, nuevos canales que los distribuyan para beneficio de la sociedad.
Una administración turística responsable tiene como tarea fundamental velar por el bien común, es decir, de la sociedad en su conjunto y no sólo de alguna de sus partes. La sociedad la integran todos los ciudadanos, y sus intereses mucho tienen que ver con la protección del patrimonio común, de sus espacios colectivos y de las tradiciones, modos, usos y costumbres que los unen e identifican entre sí.
Las políticas públicas en materia turística en México han tenido, y siguen teniendo en el caso oaxaqueño, una tendencia a la promoción empresarial, donde lo que cuenta es facilitar la inversión privada, la creación de empleos y la derrama económica, y tiende a ser altamente irresponsable con la sociedad, la naturaleza y el resto de las actividades económicas. El sector turístico oaxaqueño, empresarial y gubernamental, rara vez asume responsabilidad alguna en el trastocamiento de la cultura local, en la apropiación de los espacios comunes, en la explotación comercial de las fiestas populares y en la puesta en venta de la identidad del pueblo.
En lo directamente referido a sus acciones, el turismo en Oaxaca es esencialmente empírico, con escasa capacitación, mal remunerado, no diversificado, centralizado, se saturan pocos sitios y se desprecian otros, se promocionan excesivamente algunas actividades hasta arrebatarles su espíritu y sentido original.
Los últimos acontecimientos sufridos en el Centro Histórico de la Ciudad de Oaxaca tienen vinculación con tendencias de política económica y urbana perfectamente definidas e intencionadas, que se manifiestan eventualmente en una u otra parte del mundo. El denominador común de estas políticas urbanísticas, sobre todo en ciudades turísticas, es la imposición del criterio de unos cuantos, ignorando profundamente a la opinión pública, pasando por alto planes y obras previas, e inclusive despreciando los elementos que históricamente han definido el perfil urbano y las condiciones de vida de sus habitantes.
El turismo ha sido muy buen pretexto para llevar a cabo este tipo de intervenciones autoritarias; sin embargo, la opinión profesional de los especialistas en turismo brilla por su ausencia. En principio, no hay un solo argumento sólido, hasta ahora presentado, que justifique las intervenciones en los espacios y edificios públicos, ni en las explicaciones que tardíamente el gobierno del estado de Oaxaca presentó a la opinión pública, que puedan sustentar la viabilidad de ninguna de las adaptaciones planteadas por el ejecutivo local. Muy por el contrario, los especialistas en turismo observamos con mucha preocupación y alarma que se continúa con las acciones que atentan contra el patrimonio tangible e intangible de la Ciudad de Oaxaca, y alertamos desde ahora sobre las consecuencias desastrosas que dichas acciones tendrán para el turismo local en el corto, mediano y largo plazo.
La Ciudad de Oaxaca se ha salvado antes de ser convertida en una “Ciudad Escenografía”, donde se tiende a destruir lo auténtico y se reconstruye evocando lo destruido. Con estas acciones se segrega lo indeseado (las molestias y los gastos que genera la restauración y la conservación, así como la posibilidad de dar por concluidos arrendamientos vigentes durante décadas y contratos laborales, facilitando así la expulsión de grupos sociales marginados o no deseados) y se recuperan espacios para la convivencia de un nuevo grupo social, casi siempre asociado al turismo internacional. Esta política urbana se aplica, por ejemplo, en muchas ciudades chinas, arrasadas desde sus cimientos, vueltas a construir y puestas al servicio de un turismo creciente y voraz.
Tratándose especialmente del Centro de la ciudad, el corazón social, comercial, administrativo, político y religioso de la ciudad, el argumento de “sacar las oficinas del gobierno”, incluido el despacho del gobernador, para ser trasladado por decisión unilateral a cualquier otro sitio, no quita del ideario popular que ese centro es la sede del poder. El pueblo sabe y reconoce de manera colectiva al centro como el ámbito donde se manifiesta el poder, y las manifestaciones populares se hacen donde se manifiesta el poder. Ante el hecho del desmantelamiento del Palacio de Gobierno, una mujer del mercado preguntaba hace unos días “¿Y dónde piensa el gobierno que celebraremos el grito de independencia?”. Es un desprecio gigantesco y escandaloso para la colectividad desacralizar el Centro por decreto, sobre todo si de lo que se trata es de hacerle más agradable la estancia a un ente ajeno y temporal, al que ninguna autoridad le ha preguntado lo que opina, como lo es el turista.
Un árbol centenario, de la especie conocida como laurel de la India, se vino abajo por negligencia o a propósito, con motivo del desmantelamiento arquitectónico de la plaza central, y la reacción popular se tradujo en un escándalo en los medios nacionales y dio la vuelta al mundo. Las autoridades nunca dieron una explicación satisfactoria, e incluso se observó el desplante de algunos representantes del poder local que trataron de minimizar su responsabilidad en el asunto. Mucho se habló de lo dicho en su momento por quienes debieran proteger el patrimonio, en el sentido de que al quitar los árboles se ganaría en amplitud y estética. La verdad es que ese criterio responde a otro móvil mercantilista que busca aplicar una política de “quitar bancos y poner sillas”: la idea es transformar las plazas en cafés, suplantar la banca gratuita para uso de muchos por la silla cobrada para uso de unos cuantos. Esta política urbana, aplicada en cientos de plazas, puestas al bolsillo de los turistas, atenta fundamentalmente contra los jóvenes, los trotamundos, los ancianos y los pobres. No hace falta hacer un análisis más profundo para entender esta lógica mercantilista, que además, en el caso de Oaxaca, implica la muerte de esos árboles esplendorosos, plantados a finales del siglo XIX y en la plenitud de su vida.
El zócalo de Oaxaca es además un espacio simbólico: un espacio concebido por y para el poder y que el proceso social ha democratizado. Por eso hace unos meses, sin mediar más causa que la consolidación del espacio público democrático y la resistencia a los efectos perversos de la globalización, la sociedad oaxaqueña impidió mediante la protesta pacífica la instalación de una sucursal de Mc Donald´s en uno de sus portales. Con ese antecedente inmediato ¿Quién tomó la decisión de desmontar la plaza central y todos sus elementos, sin mediar consulta ciudadana alguna? ¿Cómo se dispone del edificio emblemático del poder, el Palacio de Gobierno, para cualquier otro fin?
Indudablemente los promotores del levantamiento inescrupuloso de los adoquines y demás piezas que conformaban la plaza central, hasta provocar la caída del árbol centenario, y quien propone unilateralmente el abandono del Palacio de Gobierno y su posterior entrega para usos ajenos a su vocación original, omitieron la necesidad fundamental de valorizar los espacios de la memoria, especialmente importantes en las ciudades que, como Oaxaca, hacen de la Historia su razón de ser. La responsabilidad en el uso moderno de lo antiguo es enorme y sus repercusiones sociales son muy delicadas.
El Centro Histórico de Oaxaca ha sido degradado y renovado con la misma impunidad. Sus calles aledañas y sus plazas, sus templos y jardines, sus mercados y portales, han sido arrebatados a la sociedad, transformados y puestos en un nuevo valor con el pretexto del turismo, cuando el turismo no ha manifestado su opinión al respecto ¿Qué vendría un turista a buscar a Oaxaca si no la autenticidad de su forma de ser y de estar? La degradación, además, implica no sólo el uso de suelo: abarca igualmente el subsuelo, lo que desde abajo duerme el sueño de otra ciudad mucho más vieja, y sobre todo el uso del espacio, que cada vez es menos público y cada vez más turístico, como si esa intención, proclamada por las autoridades gubernamentales como meta triunfal, fuera el objetivo deseado y esperado por todos.
Mientras la plaza central y sus calles aledañas son intervenidas de esta manera, con la complacencia o el silencio del Municipio y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, las colonias populares claman por obras públicas urgentes. Los barrios populares requieren ser renovados y dotados de infraestructura básica. Un principio ético de los urbanistas indica que a menor ingreso de los habitantes, se espera mayor calidad de los espacios públicos. Oaxaca es una ciudad pobre, con abundancia de colonias sin agua ni calles pavimentadas, donde faltan áreas verdes, juegos infantiles, lugares para la recreación y el deporte. Faltan árboles, sombras vivas y no sombrillas multicolores.
Pero si en sentido estricto hablamos de requerimientos urbanos para el turismo en la Ciudad de Oaxaca, no podemos empezar por desmantelar los mercados “Benito Juárez” y “20 de Noviembre”, y repetir el terrible error de Puebla que hizo de su extraordinario mercado Victoria un mediocre centro comercial “moderno”. Esos mercados, con miles de productos locales, algunos de ellos únicos, son para muchos la razón de visitar Oaxaca. La falta de espacios para estacionamiento no se resuelve desmontando este patrimonio fundamental. Después de los locatarios y de la ciudadanía, serían precisamente los turistas los primeros en criticar y desaprobar estas obras, y el conjunto del sector, incluidas por supuesto las empresas turísticas, los más perjudicados.
Mientras tanto, la inversión para recuperar o consolidar otros atractivos, como la plaza de Aguilera con la Fuente de las Siete Regiones, el acueducto de Xochimilco o la Ciudad de las Canteras, es inexistente. Los significados y los esfuerzos pretéritos que representan estos sitios, pasan impunemente desapercibidos para la autoridad actual, y su abandono deplorable constituyen una falta de respeto para sus creadores, para el visitante y sobre todo para la sociedad oaxaqueña. En contraste, el ejecutivo estatal propone dotar de luz y sonido la zona arqueológica de Monte Albán, Patrimonio de la Humanidad, y quedarse con el producto de las entradas, según declaró él mismo, para construir un centro de convenciones a la altura de los más exitosos de México. (Iván Rendón / Reforma / Oaxaca / 120505)
Por lo anterior, los profesionales del turismo exigimos mayor responsabilidad en la toma de decisiones que afectan al sector y a la sociedad. Ninguna decisión podrá ser sustentable ni tendrá un futuro cierto, sin el concurso de la comunidad y de los especialistas, sobre todo en una ciudad que a fuerza de tradición y respeto por su pasado ha sabido remontar los malos tiempos. El turismo no debe ser el pretexto para abusar del patrimonio de Oaxaca y de la confianza que los ciudadanos ponen en quienes se supone deben tomar las mejores decisiones al respecto. Hacer “guelaguetzas” de mañana y tarde, como si de un simple show se tratara, es la mejor forma de demostrar un profundo desprecio por las costumbres locales, en aras de una mayor comercialización de un espectáculo rebajado a categoría de simple “atractivo turístico”, donde no caben ideas nuevas para el entretenimiento turístico; donde se busca hacer en unos cuantos días el negocio que no cuaja, por falta de imaginación y estudios adecuados, el resto del año. Es mucho más fácil para un mal administrador repetir fórmulas que aparentemente funcionan como negocio, a pesar de lo que sea.
El turismo responsable evita hacer del espacio público un parque temático. Este riesgo es una realidad en muchas ciudades del mundo. La globalización no distingue ni pregunta, únicamente actúa con la complicidad de quienes por acción u omisión le dan entrada. De continuar esta política en Oaxaca, desde ahora los profesionales del turismo advertimos de los grandes riesgos que enfrentará el turismo en el futuro inmediato. En Oaxaca estas políticas erradas están acabando con la razón de ser del turismo, con su principal motivación basada en su autenticidad y dignidad. Hay muchas ciudades maquilladas, modernizadas por dentro y por fuera, inventadas con fuertes inversiones de capital privado, diseñadas de acuerdo con los cánones de la comodidad y el gusto urbano occidental, y puestas en el mercado del turismo, y no es justamente eso lo que deseamos para Oaxaca ¡Peligro! en el marco de la globalización un centro histórico expropiado para el turismo vuelve lacónico todo lo demás.
Como puede observarse, el problema no es un negocio de hamburguesas más, o un árbol caído, o una reacción exagerada ante una obra más del gobierno en turno, o cuatro “guelaguetzas” en lugar de dos: el problema fundamental radica en la unilateralidad en la toma de decisiones que perjudican al conjunto de la sociedad y en la impunidad con la que se actúa con el dinero público; en la falta de respeto por el interés común y por las tradiciones de un pueblo; en la transformación de los espacios que viven en la memoria colectiva, con base en proyectos fantasma apoyados por “especialistas”; en la tendencia a destruir y transformar con el pretexto del turismo.
El espacio público es un productor de ciudadanía. Es de todos y para todos. Y todos estamos obligados a preservarlo y a defenderlo como hoy lo hacemos, con la convicción de que Oaxaca nos gusta como es, y lo queremos más limpio, renovado en el respeto de su entorno histórico e incluyente, donde los oaxaqueños sean los protagonistas principales y el turismo un segundo beneficiado. Donde se tenga respeto por la ciudad en sí misma y por su gente, la de ayer, la de hoy y la que vendrá mañana. www.EcoPortal.net
* Luis Felipe Sigüenza Acevedo
Maestro en Administración Turística
Presidente de la Academia de Turismo de la Universidad Intercontinental
Vicepresidente del Colegio de Licenciados en Turismo de la Ciudad de México
Ex miembro del Comité de Autenticidad de las Fiestas de los Lunes del Cerro de Oaxaca
Oaxaqueño presente