Por Giuseppina Ciuffreda
La agricultura es una de las dos grandes arenas en las que se juega el futuro de la sostenibilidad de nuestro vivir: la energía y la tierra. Y es la encrucijada de graves problemas ambientales: agua, biodiversidad, fertilidad de la tierra, deforestación. Desde el punto de vista social, debemos tener conciencia de que el 70% de los pobres viven en áreas rurales, de manera que todo lo que ocurre en agricultura tiene un impacto sobre su destino .
Giuseppina Ciuffreda entrevistó en Berlín para Il Manifesto a Wolfgang Sachs, director de investigación del Instituto de Wuppertal para el clima, el medioambiente y la energía.
¿Por qué habéis elegido la agricultura?
Por razones políticas, humanas y medioambientales. La agricultura es una de las dos grandes arenas en las que se juega el futuro de la sostenibilidad de nuestro vivir: la energía y la tierra. Y es la encrucijada de graves problemas ambientales: agua, biodiversidad, fertilidad de la tierra, deforestación. Desde el punto de vista social, debemos tener conciencia de que el 70% de los pobres viven en áreas rurales, de manera que todo lo que ocurre en agricultura tiene un impacto sobre su destino. En fin, la agricultura está en el centro de las negociaciones sobre la reforma del comercio internacional. En este momento, es el nudo que no se puede desenredar, y es el punto en el que se estrellará la ronda de Doha de la OMC (Organización Mundial del Comercio). La lógica de las negociaciones deja de lado el derecho a la existencia de poblaciones enteras, así como la integridad de la biosfera.
En vuestro informe les dais la vuelta a las ideas hoy dominantes sobre el comercio agrícola, sobre el desarrollo y sobre la lucha contra la pobreza. Habláis de redes sociales y naturales, y no únicamente de la generación de renta. Usáis palabras que ni siquiera se hallan en otros análisis críticos de la globalización: biosfera, naturaleza, regeneración de los suelos...
En los análisis, también en los de quienes se oponen, el énfasis se pone en los derechos humanos de los campesinos. Está bien, pero quedan fuera entonces muchas cosas de la dimensión ambiental. Desde la reunión de la OMC en Cancún dedicada a la agricultura, se ha convertido en un lugar común que la vía más expedita para conseguir mayor justicia social era un acceso más libre a los mercados del Norte por parte de los productos agrícolas del Sur. En nuestra opinión, tal énfasis anda errado. Es verdad que los mercados del Norte están estructurados de modo injusto, pero al abolir todas las barreras puestas a las exportaciones procedentes del Sur tendríamos ciertamente un mercado más equitativo, pero que seguiría siendo libre mercado, y por lo mismo, incapaz de resolver el problema de la pobreza, y no digamos los problemas del medio ambiente.
La clave de la alternativa pasa, según vosotros, por las pequeñas empresas familiares. Es una propuesta totalmente a contrapelo de los procesos de concentración en curso.
Si queremos combatir la pobreza y el hecho de que cada vez más personas pierdan la posibilidad de ganar la propia subsistencia, tenemos que preocuparnos del destino de los pequeños productores. No es un sentimiento romántico, sino un enfoque pragmático. Una gran mayoría, cada vez más grande, de personas trabaja hoy en el sector. Pequeños productores o pequeños comerciantes que forman parte de una economía rural fundamental para la vida de millones de pobres.
Esta clave la enmarcáis en la valorización del comercio local y nacional, al que veis como prioritario. En cambio, al comercio continental y global, y también aquí vais a contracorriente, le asignáis un papel de todo punto secundario.
En el discurso dominante, la orientación hacia la exportación se ve como el instrumento del desarrollo. Nosotros, en cambio, como muchos otros, decimos que para el pequeño productor el punto central no es el acceso a los mercados lejanos, sino el acceso al mercado aledaño. De aquí que sea necesario el desarrollo de mercados locales y de economías nacionales, buscando la integración en ellos del sector rural. Sólo como una cosa más, de uno u otro modo complementaria, podría ser interesante desplegar cierta actividad en el mercado internacional. Pero casi nunca debería ser el factor decisivo
Sostenéis que los obstáculos al libre comercio no son los Estados, sino las grandes empresas transnacionales, y reivindicáis el papel del Estado y de las comunidades locales. Trasnacionales malas, comunidades buenas...
Constatamos solamente otro error de la OMC, cuando sostiene que el Estado es responsable de las distorsiones del mercado. Puede que sea verdad en algunos casos, pero si bien se miran las cosas, se ve que son las grandes empresas las que tienen el poder de dictar precios y estándares de producción. Y éste es el motivo de que tantos pequeños productores no tengan posibilidad de acceder a los mercados. La liberalización que elimina fronteras confiere más poder a las grandes empresas, que disponen hoy de un espacio mucho más grande para sus maniobras globales. Cualquier reforma del comercio agrícola debería, al contrario, tratar de reforzar la posición de los agentes más pequeños en la cadena transnacional de producción.
Pero no excluís un comercio dirigido la exportación para los pequeños productores.
Nosotros no estamos en contra de la exportación de productos agrícolas. Puede ser también positiva incluso para los pequeños granjeros. Ya hoy es así. Lo vemos en el caso del café y del cacao. Con frecuencia, son actividades de pequeños productores que forman asociaciones para enfrentarse al mercado. Nosotros tratamos de identificar criterios para una exportación sostenible. Que no margine a los pequeños y no sacrifique el agua, el suelo y los bosques para crear mercancías exportables.
Me parece que para vosotros es también muy decisiva la cuestión de la regeneración de la democracia.
La democracia viene directamente a colación cuando se habla de derechos de las naciones y de las sociedades, porque la filosofía del libre comercio apunta a su desaparición. Estorban al flujo de mercancías y de servicios. En este sentido, el libre mercado es un ataque a la democracia, porque democracia quiere decir expresión de las preferencias de una colectividad, hacer con las propias cosas y tratar de gestionarlas. Para dar más peso a la sociedad y a la política se precisa volver a dar espacio a las naciones y a los gobiernos nacionales. De aquí que se precise poner diques a la intención de la OMC de mitigar su autoridad.
EEUU, Europa, Japón: les llamáis “la tríada”. Y añadís Brasil, Argentina, China. Países dominantes que dictan reglas en ventaja propia. ¿Europa está pues entre los malos de la película?
Sí, todo contado, Europa está entre los malos. Por ejemplo, mientras que sus políticas medioambientales son bastante interesantes, en lo tocante al comercio internacional Europa se halla muy próxima de EEUU. Su estrategia general es la de abrir los mercados de otros países, en particular los del Sur, para la industria y para los servicios. Desgraciadamente para los europeos, el Sur se ha avivado, y dice: “Si queréis que abramos nuestros mercados, también vosotros tendréis que abrir los vuestros a nuestros productos agrícolas”. Pero es un problemón, porque una verdadera apertura al Sur significaría la muerte de gran parte de la agricultura europea. Así, Europa ha entendido que la verdadera globalización es imposible. Y trata de promover una política de doble rasero. Lo que honradamente debería decir, en cambio, es que si la liberalización de la agricultura no es buena para Europa, la liberalización de la industria y de los servicios puede no serlo para el Sur del mundo. Y partir de esa franca admisión del estado de las cosas, para relanzar los propios intereses. No ha sido así hasta ahora. Europa trata de conseguir lo uno, sin ceder en lo otro. La Unión Europea ha tomado la decisión de un porcentaje obligatorio de biocarburante por auto. Pero el medioambiente puede sufrir desequilibrios profundos a causa de los monocultivos necesarios para producir bioetanol y biodiesel, a trueque de inciertas ventajas para el clima de la Tierra: destrucción de selvas tropicales para producir palma de aceite, incrementos de precios del maíz o de la soja, concurrencia entre alimentos y carburantes... De todas maneras, no hay que ser demasiado pesimistas. El nivel de reflexión ha aumentado, y también la UE está ahora tratando de encontrar y aplicar criterios. Me parece que lo decisivo es no empeñarse en un comercio intercontinental. El biocarburante debe venir de Europa y debe obtener en primer lugar de los deshechos agrícolas, y no de plantaciones.
¿Por qué este título: Slow Trade Sound Farming?
Se me ocurrió estando en Turín con los de Terra Madre, la iniciativa con los pequeños productores campesinos de todo el mundo organizada por Slow Food (Comida Lenta). Con este título nos poníamos en la estela del espíritu del Slow Food, que no sólo es gastronomía. Es también preservar la agricultura de las razas autóctonas, de la biodiversidad alimentaria, del tejido social en el que se produce. De ahí Slow Trade (Comercio Lento), porque un comercio que trata de promover el derecho a la existencia y a la protección ambiental será siempre un comercio más lento. www.ecoportal.net
* Wolfgang Sachs, director de investigación en el Instituto de Wuppertal para el clima, el medioambiente y la energía, ha coordinado con Tilman Santarius el informe Slow Trade-Sound Farming para una nueva política comercial y agrícola.
Traducción parawww.sinpermiso.info Leonor Març