¿Añorando el socialismo?

Por Roldan Tomas Suárez

13 años después de iniciado el proceso de privatizaciones en Polonia, cuando prácticamente todas las antiguas empresas públicas han pasado a manos privadas ¿qué opinan los polacos sobre los resultados?, ante la pregunta "¿La privatización ha tenido un efecto positivo o negativo sobre la economía?", el 87% de los encuestados respondió "negativo". 

Recientemente uno de los periódicos de mayor circulación en Polonia ("Gazeta Wyborcza", 05-06-02), publicó los resultados de una encuesta cuyo propósito era explorar qué opinaban los habitantes de ese país acerca de las bondades que había traído para su economía el proceso de privatización de las empresas del Estado, iniciado en 1989.

Recordemos que ese año Polonia empezó a transitar un camino político que la llevó, finalmente, a abandonar el régimen socialista -que la había gobernado ininterrumpidamente durante 45 años- para iniciar la construcción de una sociedad ajustada a los cánones del mundo capitalista. En aquel entonces la privatización de las empresas del Estado se planteó como la forma más expedita de pasar rápidamente de un sistema en el que el Estado monopolizaba todas las actividades económicas, a un sistema de libre mercado donde un conjunto de agentes económicos competiría por satisfacer al consumidor con sus productos. Dicha competencia debía ser el principal motor de la productividad, y por tanto, del mejoramiento de la calidad y de los precios de los bienes de consumo. De hecho, ante el mal estado en el que se encontraba la economía polaca en aquel momento, la privatización era presentada como la vía ideal tanto para revitalizar dicha economía, como para generar ingresos adicionales al erario público. Estos últimos le permitirían al Estado cumplir con el cúmulo de compromisos que le imponía el extensísimo sistema de protección social heredado del socialismo.

Pues bien, 13 años después de iniciado ese proceso, cuando prácticamente todas las antiguas empresas públicas han pasado a manos privadas -por lo general extranjeras, en el caso de empresas grandes- ¿qué opinan los polacos sobre los resultados? ¿Se han cumplido sus expectativas? Veamos.

Según la mencionada encuesta, ante la pregunta "¿La privatización ha tenido un efecto positivo o negativo sobre la economía?", el 87% de los encuestados respondió "negativo" y sólo el 7% dijo que "positivo". Ante la pregunta: "¿Cuál de estas expresiones describe mejor la privatización?", el 74% respondió "robo" o "remate", mientras que sólo el 18% escogió la palabra "venta". Ante la pregunta "¿Se han privatizado demasiadas empresas del Estado o muy pocas?", el 78% respondió "demasiadas" y sólo el 3% dijo que "muy pocas". Finalmente, ante la pregunta "¿Debería el Estado re-comprar las empresas que fueron privatizadas, incluyendo aquellas que se encuentran hoy al borde de la quiebra?", el 69% respondió "sí", y sólo el 18% dijo "no". "Gazeta Wyborcza" resume con visible pesar estos resultados: "13 años después de haberse iniciado la re-estructuración de la economía nacional, al 75% de los polacos la privatización les suena a robo o remate".

Pero estos resultados podrían tener un significado mucho más profundo. Recordemos que la privatización no puede ser considerada, simplemente, como un aspecto más de las transformaciones ocurridas en Polonia desde 1989. La privatización toca la esencia misma de ese proceso, a saber, la creación de una economía capitalista. De modo que el rechazo al proceso de privatización -más aún, la voluntad de revertirlo- parece apuntar, en el fondo, hacia un rechazo a la totalidad del proceso de transformación sufrido por ese país. Ante esto, la pregunta que inmediatamente se impone es: ¿Estarán arrepintiéndose los polacos de haber abandonado el régimen socialista?

Ciertamente la tendencia de opinión antes descrita no es un fenómeno aislado. Poco se menciona que las dos últimas elecciones en Polonia (las presidenciales y las parlamentarias) fueron ganadas por amplio margen por el partido Alianza de Izquierda Democrática, que se reconoce abiertamente como sucesor del extinto partido comunista polaco. A la vez, los partidos que nacieron en el seno de "Solidaridad" han sufrido una pérdida notable de popularidad en los últimos años -llegando, incluso, algunos de ellos, a desaparecer casi por completo de la escena política. Como resultado de esto, el 75% del Parlamento polaco se encuentra actualmente en manos de partidos que se manifiestan en contra de la privatización de la economía. Vale la pena mencionar, también, que el propio Lech Walesa, líder legendario de "Solidaridad" y símbolo viviente de la caída del socialismo, recibió menos del 10% de los votos en las pasadas elecciones presidenciales.

Por otra parte, las tendencias de opinión que acabamos de resumir encuentran perfecta justificación en la realidad socio-económica actual de Polonia. Las promesas económicas de la privatización se cumplieron, si acaso, sólo en un pequeño grado. Ciertamente hubo una mejoría en la calidad de los productos y servicios. Sin embargo, muchos de estos productos ahora ya no son accesibles para una buena parte de la población. Tal mejoría, además, no fue precisamente de los productos polacos. La mayor parte de éstos, simplemente, desapareció al no poder resistir la competencia con los productos extranjeros. Esto, obviamente, produjo una avalancha de cierres de fábricas, despidos y elevados índices de desempleo. Incluso la industria pesada y la minería -otrora pilares de la economía polaca- fueron colocados al borde de la quiebra. Finalmente, el aparato público de protección social ha sido desmantelado casi en su totalidad, por lo que un número creciente de habitantes no dispone de un adecuado acceso a la salud, a la educación, a la vivienda o a una jubilación digna.

Este complicado cuadro social se resume de manera más global y objetiva en el comportamiento del indicador macroeconómico conocido como el "coeficiente de Gini". Dicho coeficiente fue diseñado para medir el grado de inequidad en la distribución de la riqueza en una sociedad. Su mínimo valor teórico (0) corresponde a una situación en que la riqueza de la sociedad se distribuye en partes iguales entre todos sus miembros. Por el contrario, su valor máximo (1) se daría en el caso de que un solo individuo se apropiase de toda la riqueza de la sociedad. A lo largo del siglo XX, sólo algunos países -en su mayoría socialistas, incluyendo a Polonia- lograron bajar el coeficiente de Gini a valores cercanos a 0,2. Pues bien, de acuerdo con diversas fuentes (revísese http://www.wider.unu.edu/wiid/data/POL.htm ), desde principios de los 90 esta variable ha presentado un sostenido crecimiento en Polonia. De hecho, actualmente roza el 0,4, superando el promedio de los países europeos (0,3) y acercándose peligrosamente a los niveles de inequidad propios del Tercer Mundo.

Todo esto, según creo, apunta hacia cuatro cuestiones de gran importancia. La primera es muy simple: quizás el socialismo que se construyó en Europa del Este, con todas sus insuficiencias, no era tan malo como lo pintaban (aunque los polacos, quizás, estén descubriéndolo demasiado tarde). La segunda es la siguiente: ¿hasta qué punto es lícito utilizar el desmoronamiento del bloque socialista como prueba de que el capitalismo satisface las aspiraciones humanas mejor que cualquier otro tipo de sociedad? El tercer asunto es este: ¿cuántas más "experiencias" como la de Polonia o la de Argentina necesitaremos para convencernos de los nefastos efectos de una privatización desenfrenada que aniquila los bienes públicos de una sociedad? Y, finalmente, el tema más difícil e insondable, casi abismal: los polacos, al menos, aún tienen algo que añorar… ¿Qué añoraremos los latinoamericanos

*Roldan Tomas Suárez
roldansu@ula.ve