Corrupción, Competencia y Eficiencia

Por Jorge Enrique Robledo Castillo

En los últimos años no pocos países desarrollados han sido sacudidos por escándalos tan grandes y de tantas implicaciones que hasta derribaron gobiernos, como sucedió en el Japón, o borraron del mapa partidos políticos que tenían medio siglo de controlar el Estado, como ocurrió en Italia.  

No se debe concluir este análisis de las políticas neoliberales sin tocar tres de los argumentos más socorridos por los defensores de esta concepción: que el Estado es ineficiente y corrupto por definición y que, en cambio, la eficiencia y la honradez acompañan a la empresa privada, también por definición, a lo cual le suman la descalificación de la propiedad oficial por monopólica. Pero quienes utilizan el natural repudio de los colombianos a las prácticas corruptas para justificar la privatización, curiosamente suelen olvidar tres hechos de la mayor trascendencia para la lucha contra esta práctica indeseable: que el fenómeno también afecta al sector privado, que existen estrechos vínculos entre los "serruchos" y la lógica estructural del funcionamiento del capital, y que buena parte de las relaciones neocoloniales se organizan mediante métodos corruptos.

Para ir colocando las cosas en su sitio, hay que señalar que la gran corrupción oficial no es patrimonio exclusivo de Colombia, o de las naciones atrasadas, como suele decirse. En los últimos años no pocos países desarrollados han sido sacudidos por escándalos tan grandes y de tantas implicaciones que hasta derribaron gobiernos, como sucedió en el Japón, o borraron del mapa partidos políticos que tenían medio siglo de controlar el Estado, como ocurrió en Italia. Se sabe menos que en todos esos escándalos resultaron implicados docenas de particulares y varios monopolios. En Italia, por ejemplo, se probaron cargos de corrupción contra transnacionales de tanta alcurnia como Olivetti (1) o como Fiat Spa, la empresa privada más grande de Europa(2).

Aunque todas las marcas las bate el supuestamente impoluto régimen nipón, donde las corruptelas han alcanzado tal grado de institucionalización que el Partido Liberal Democrático (PDL), desde hace décadas en el poder, está organizado en zoku (tribus), relacionadas con las diferentes ramas de la economía. Y a través de los zoku deben canalizarse, mediante el pago de comisiones, todos los negocios que hace la empresa privada con el Estado: "Todo el mundo sabe que el 2.8 por ciento del total de ingresos percibidos por el sector de la construcción es canalizado hacia el PDL a través de su ‘zoku’ de la construcción"(3). Hace poco se acusó al ex líder japonés Shin Kanemaru por apropiarse de donaciones políticas por 420 millones de dólares, empleando inclusive una empresa especializada en recibir los sobornos que dirigía su propio hijo. En el escándalo resultaron involucrados directivos de Shimizu, la mayor constructora del país, Tobishima, especialista en proyectos hidráulicos y ferroviarios, y Ahoki, Kajima, Nishimatsu y Sagawa, entre otros. En las investigaciones hasta salieron a relucir relaciones con la Yakusa, la mafia de ese país(4).

En las economías "emergentes" de Oriente, tan puestas como ejemplo antes de su grave crisis en 1997, la corrupción ha abundado. Por ejemplo, en Corea del Sur, en una "campaña moralizadora", fue capturado el legislador Park Chulum, familiar del ex-presidente Roh Tae-Woo, por recibir un soborno de 625 mil dólares del "padrino" de la industria de tragamonedas(5). Y en ese mismo país se condenó por corrupción a nueve importantes empresarios, entre los que aparecen los presidentes de Samsung y Daewoo(6). Mientras tanto, las revistas internacionales publican estudios sobre la corrupción privado-estatal de esa región, en la que se hacen comentarios como éste, que también alude a las corruptelas norteamericanas:

Lo que le confiere al escenario financiero del Este de Asia un carácter extraordinario es el hecho de que el paso de la pobreza a la riqueza haya sido tan rápido. Para encontrar el precedente más cercano, es preciso remontarse a la historia de Estados Unidos hace cien años, cuando todavía no había sindicatos fuertes, supervisores de valores financieros ni leyes antimonopólicas. Gordon Y. S. Wu, presidente de Hopewell Holdings Ltd., la gigantesca empresa de finca raíz y proyectos de infraestructura, está consciente de esta analogía. Wu, egresado de la universidad de Princeton, gusta comparar a los principales magnates asiáticos con los "barones corruptos" que construyeron el primer ferrocarril, la banca y los emporios del acero en Norteamérica(7).

En la tan ponderada Alemania, donde el ex canciller democristiano Helmut Kohl fue cogido con las manos en la masa por los pagos que le hicieron a su partido, entre otras, "empresas favorecidas con la privatización estatal"(8), la corrupción pulula. De acuerdo con un conocedor, no entiendo de dónde sale la sorpresa de los colombianos en el caso de los recientes escándalos, que involucran personas y compañías alemanas (se refiere al mercenario Werner Mauss). La corrupción alemana es bien conocida en la Comunidad Económica Europea. Se sabe que nadie firma contratos en Alemania sin recibir la ‘tajada’ o comisión, si se prefiere el eufemismo. De hecho, es sabido que todos los presupuestos que se hagan, y que involucren compañías germanas, tienen que incluir en su presupuesto un 10 por ciento para ‘mordidas'(9).

En Estados Unidos, los 80 mil cabilderos de que habla López Michelsen y que actúan legalmente ante el congreso y las entidades públicas, cumplen con el evidente propósito de apelar a la corrupción para conseguir los favores estatales. Por lo demás, en ese país han hecho historia las corruptelas que se usaron para desmembrar a Panamá, las maniobras de la CIA en contubernio con el narcotráfico, las jugarretas de los especuladores de bolsa y hasta el caso Whitewater, contra el propio presidente Clinton.

Por su parte, George Soros ata en un solo haz la corrupción, las privatizaciones y el papel del Estado francés en las ganancias de sus monopolios:
El presidente de un país de Europa oriental a quien conozco quedó sorprendido cuando en una reunión con el presidente de Francia, Jacques Chirac, éste dedicó la mayor parte del tiempo que duró la entrevista a impulsarle a favorecer a un comprador francés en una venta de privatización(10).

Cómo no recordar que en la acumulación originaria de capital de todas las potencias occidentales fue clave el empleo de prácticas como la que se usó contra China, en la que se empleó hasta la guerra para imponerle a ese pueblo el consumo legal del opio que producían los ingleses en la India colonial. 

Entonces, antes y ahora y aquí y allá, y francamente hablando, a cada pillo en las entidades gubernamentales le corresponde por lo menos otro en la empresa privada. Cuando un contrato oficial se adjudica a cambio de una coima, viola la legalidad quien la recibe pero también quien la otorga. Cuando alguna mercancía se adquiere con sobreprecio, tan bandido es el funcionario que la compra como el particular que la vende. Analizando el problema en serio hay que aceptar que tan grande como la corrupción oficial es la de los particulares. No puede explicarse la una sin la otra y aquí no caben los maniqueísmos interesados ni interesan las discusiones sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina.

Aun cuando esta estrecha relación entre los corruptos del sector público y privado suele maquillarse en los medios de comunicación -no por casualidad de propiedad de los particulares- la prensa no deja de registrar opiniones de fuentes autorizadas que ilustran el asunto. 

Según el periódico El Tiempo, el ex ministro de Hacienda Rudolph Hommes, en un ataque de sinceridad, señaló que la corrupción de la aduana colombiana, una de las más viejas y consolidadas del país, sólo podía explicarse entendiendo que "el sector privado también tiene responsabilidad en algunas prácticas irregulares como es el caso del soborno y el contrabando (…) en los fenómenos de corrupción se necesitan dos protagonistas, el que corrompe y el que se deja corromper. Lo mismo sucede con el soborno"(11). A su vez, Cecilia López Montaño, directora en ese momento del Instituto de Seguros Sociales, afirmó:

Han pasado dos años como directora del Seguro y todavía paso gran parte de mi tiempo contestando llamadas de empresarios presionando para que se les adjudiquen las licitaciones. Este es un país muy olímpico. Resulta que aquí los buenos son el sector privado y los malos son el público. Y nadie ha querido entender que la corrupción es un proceso que se genera en los dos sectores. No habría corrupción pública si los particulares no la indujeran  (12).

El presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia hizo, en septiembre de 1990, una franca radiografía de las relaciones comerciales internacionales, cuando explicó que el comercio internacional de dichos bienes (se refiere a los agrícolas) no sólo no es diáfano, sino que es muy oscuro y, bajo su turbia sombra, la supuesta corrupción de los organismos públicos que intervienen en él, es apenas un pálido reflejo del la del sector privado y transnacional(13). Y que los procesos de privatización están preñados de prácticas bien discutibles, dadas las descomunales utilidades que representan y dado que ellos suelen ser definidos por personajes que llegan al Estado desde las empresas interesadas, lo explica Eduardo Sarmiento Palacio para el caso de Colombia:

Sin duda, el manejo de las privatizaciones se ha visto complicado por los enormes intereses creados y por la falta de contrapesos institucionales para enfrentarlos. Una transacción puede significar en 24 horas ganancias iguales al aumento del producto nacional en un año. Lo más grave es que muchas de las personas comprometidas en esas decisiones actuaron en el pasado como ejecutivos consejeros o promotores de las partes beneficiarias(14).

Es claro que la búsqueda de la máxima ganancia como la última razón de ser de los individuos en el sistema capitalista es el caldo de cultivo que nutre la corrupción. ¿No son las raterías de todo tipo una expresión extremadamente consecuente de la aplicación del principio del "egoísmo individual" en que se sustentan las economías de mercado? Si cada individuo y la sociedad deben funcionar por y para la consecución de la máxima ganancia, ¿qué tiene de extraño que alguien viole unas cuantas convenciones morales y legales para lograrlo? Hace más de un siglo se escribió una sentencia que explica cómo funciona el capital y cómo genera un sinnúmero de conductas antisociales. Dice así:

El capital odia la ausencia de ganancias o una ganancia mínima, como la naturaleza tiene horror al vacío. Si la ganancia es conveniente, el capital se muestra valiente: un 10 por ciento asegurado, y se le puede emplear en todas partes; un 20 por ciento y se entusiasma; un 50 por ciento y es de una temeridad demencial; al 100 por ciento pisotea todas las leyes humanas; con el 300 por ciento no hay crimen que no se atreva a cometer, inclusive a riesgo del cadalso. Cuando el desorden y la discordia dan ganancia, los estimula. Prueba de ello, el contrabando y la trata de negros(15).

Prueba de ello, podría decirse ahora, es el tráfico de drogas. Y sobre el narcotráfico, tan mentado en estos tiempos y tan empleado por el Estado norteamericano como pretexto para presionar apertura y privatización en Colombia y en América, hay que decir que, si bien requiere de la complicidad oficial, es, por sobre todo, un negocio que involucra a capitalistas privados. Esa es la naturaleza de los propios narcotraficantes y de todos aquellos que se lucran con los precursores químicos, el lavado de dólares y la venta de armas, operaciones que favorecen, principalmente, como la propia distribución de los fármacos, a ciudadanos norteamericanos, para no mencionar que las sumas fabulosas de ese negocio circulan por el sistema financiero internacional.

Al respecto de la actual corrupción generalizada en las cumbres del poder gubernamental y privado, Alfonso López Michelsen escribió:

Con la llegada de la cultura del dinero los escrúpulos fueron desapareciendo. No solamente en el sector público, como se cree generalmente, sino en el sector privado, aparecieron prácticas vitandas hasta la víspera, como el soborno, el tráfico de influencias, la divulgación de informaciones confidenciales, la farsa de las licitaciones y otras figuras semejantes que constituyen una verdadera estafa en la que se abusa de la ignorancia y credibilidad de la gente. Si Jacques Coeur en el siglo XV fue piedra de escándalo por irse en contravía de las costumbres cristianas, pero abrió el camino, en nuestro siglo el quebrantamiento de los cánones de honestidad tradicionales en el campo de las transacciones públicas y privadas se va también consolidando de día en día. De nada sirve que de un extremo a otro del continente, desde Washington, donde los senadores saqueaban su propio banco, hasta la Argentina, donde el libro de mayor venta es Robar para la Corona, una obra contra los familiares del presidente, un huracán de escándalos por corrupción recorre nuestro hemisferio. El lavado de dólares provenientes del narcotráfico quiere hacerse aparecer como una manipulación tercermundista a la cual son ajenos los grandes establecimientos bancarios del mundo. Sin embargo, uno y otro aceptan depósitos de dudosa procedencia, angustiados como viven por acrecentar su negocio. Y ¿qué decir de los llamados "bonos basura" que permitieron durante estos años amasar inmensas fortunas en la bolsa de Nueva York? Unos pocos se atrevieron a denunciar la audacia de las juntas directivas de grandes empresas que de la noche a la mañana aparecían comprando a menosprecio con bonos basura las mismas empresas que ellas regentaban. Desapareció la noción de la incompatibilidad, del conflicto de intereses, de la propia inmoralidad. El éxito sanea cualquier ascenso en el firmamento financiero. El fracaso deshonra, no por ir en contravía de algún principio moral, sino por el imperdonable pecado de no tener éxito(16).

El reciente escándalo del ministro de Minas de Colombia, Luis Carlos Valenzuela, quien fue acusado por la Contraloría General de la República de tener un "conflicto de intereses" en el negocio que intentó imponerle a Ecopetrol con la transnacional Enron -porque él era accionista de la Corporación Financiera del Valle, entidad que también se favorecería-, muestra cuál es el ambiente impuesto por el neoliberalismo: ocho días después de su renuncia, fue nombrado presidente de la compañía de telefonía celular Celumóvil (17), confirmando así las apreciaciones de Soros, quien tiene porqué saberlo y sostiene que en el mundo de los grandes negocios no caben las consideraciones morales y que el éxito tiende a acompañar a los inescrupulosos. Según Soros, … los mercados financieros no son inmorales, son amorales (18). (En los negocios), la moralidad puede llegar a ser un estorbo. En un entorno sumamente competitivo, es probable que las personas hipotecadas por la preocupación por los demás obtengan peores resultados que las que están libres de todo escrúpulo moral. De este modo, los valores sociales experimentan lo que podría calificarse de proceso de selección natural adversa. Los poco escrupulosos aparecen en la cumbre. Este es uno de los aspectos más perturbadores del sistema capitalista global (19). La amoralidad de los mercados ha socavado la moralidad incluso en aquéllas áreas en las que la sociedad no puede funcionar sin ella (20).

Es en este tenebroso marco donde se realizan las privatizaciones y se determina la desprotección de las producciones nacionales, donde se asiste a "la farsa de las licitaciones", al "tráfico de influencias", al "soborno", a la eliminación del concepto de la "incompatibilidad, del conflicto de intereses"; donde "la moralidad puede llegar a ser un estorbo" y "los mercados financieros no son inmorales, son amorales", donde se transan activos estatales que valen miles de millones de dólares y los burócratas deciden qué sectores sobreviven o desaparecen. Como era de esperarse en este ambiente, la corrupción ya ha podido legitimarse por las propias normas legales. En El Salvador, por ejemplo, la privatización del sistema bancario recibió el nombre de "la piñata financiera", dadas las maniobras que permitieron adquirir el sector con el pago del 15 por ciento de su valor y créditos estatales que se respaldaron con las mismas acciones adquiridas, luego de haber saneado la cartera de esas instituciones en una operación en la que el gobierno le condonó deuda a la oligarquía de ese país por 230 millones de dólares, en tanto expidió una reglamentación del proceso lo suficientemente laxa para que permitiera el profuso empleo de testaferros, de forma que hasta la familia presidencial se convirtiera en uno de los mayores accionistas de la banca. Y, según las denuncias, "lo hicieron con la ley en la mano. Si usted revisa los procedimientos, todo es legal" (21). 

Mención aparte merece un tipo de corrupción de la que sospechosamente no se dice nada o se menciona bien poco, pero que también existe y que se constituye en la peor de todas: la que organizan las transnacionales y los imperios y que atenta, de manera conciente y precisa, contra las posibilidades de desarrollo de los países atrasados. Al respecto de la gravedad de este tipo de corruptelas no sobra un comentario. Cuando un individuo roba a otro se comete un delito que debe ser sancionado, pero la verdad es que esa acción no constituye una pérdida social porque, simplemente, los bienes cambian de mano. Pero cuando la corruptela apunta a que se tomen decisiones que arruinan o impiden que se desarrollen unidades productivas, se da una pérdida de toda la sociedad que afecta el propio progreso nacional. Si algo debiera haber llamado la atención de la opinión pública y, sobre todo, de la fiscalía, fueron los enormes aportes que se sabe hicieron las transnacionales a las campañas electorales de Samper y de Pastrana, con el obvio propósito de conseguir favores oficiales de variados tipos, incluidos, seguramente, algunos vinculados con la política de apertura y privatización. Todas las formas de corrupción deben ser perseguidas, pero, sin duda, las que atentan contra la prosperidad del país y su soberanía son las peores; y entre todos los corruptos, los más repudiados y perseguidos deberían ser los que se aprovechan de sus cargos para venderle los intereses patrios al capital extranjero.

La corrupción de la alta burocracia colombiana tiene como uno de sus orígenes más conocidos las actividades de las transnacionales, según lo recuerdan las conocidas andanzas de los abogados de las compañías petroleras a principios del siglo XX. Carlos Lemos Simmonds, con una carrera pública tan larga que debe saber muy bien cómo es que actúan los monopolios extranjeros, dice:

Como se ha demostrado en infinidad de oportunidades, es el interesado en ganar la licitación el que se aproxima al funcionario y engrasa la mano con la mordida y con la comisión. Esta ocurrencia es particularmente frecuente en la corrupción transnacional. Muchas de las grandes multinacionales reservan en sus presupuestos una cuantiosa partida destinada a gestionar influencias y a comprarlas muy bien. No es de extrañar que idéntica cosa suceda a nivel local (22).

1. El Tiempo, 17 de mayo de 1993, p. 11A.
2. La Patria, 6 de mayo de 1993, p. 6D.
3. Summa, octubre de 1991. Tomado de Bussines Week.
4. El Tiempo, 23 de marzo de 1993, p. 16A.
5. La Patria, 24 de mayo de 1993, p. 6A.
6. La Patria, 27 de agosto de 1996, p 8A.
7. Summa, enero de 1994, p. 48. Tomado de Bussines Week.
8. "Alemania: corrupción y política", por Hernando Corral G., El Tiempo, 8 de febrero de 2000, p. 4A.
9. Carta de Nelson Vanegas, El Tiempo, 25 de noviembre de 1996, p. 4A.
10. Soros, George, Op cit., p.236.
11. El Tiempo, 3 de junio de 1994, p. 9B.
12. El Tiempo, 28 de septiembre de 1992, p. 10A.
13. El Tiempo, 20 de septiembre de 1990, p. 12A.
14. "Las ficciones de las privatizaciones", por Eduardo Sarmiento Palacio, El Espectador 23 de enero del 2000, p. 2B.
15. Dunning, F. J., citado por Marx, Carlos, Op Cit., T.I., p. 740.
16. Lecturas Dominicales, El Tiempo, 14 de junio de 1992.
17. "’El Chiqui’ Valenzuela, presidente de Celumóvil", El Tiempo, 17 de enero del 2000, p. Última A.
18. Soros, George, Op Cit., p. 229.
19. Ibid., p. 231.
20. Ibid., p. 235.
21. El Espectador, 14 de marzo de 1994, p. 1D.
22. "’El que paga por pecar’", por Carlos Lemos Simmonds, El Tiempo, 8 de marzo de 1999, p. 5A.
23. El Tiempo, 20 de marzo de 1993, p. 5A.
24. El Tiempo, 1 de mayo de 1993, p. 5A.
25. Summa, enero de 1994, p. 13.
26. "’Sector financiero crece en desmedro de la industria’", El Tiempo, 27 de octubre de 1997, p. 6C.
27. Sarmiento Palacio, Eduardo, Alternativas a la…, Op Cit., p. 152, 153.
28. Ibid., p. 141.
29. Contraloría general de la República, Informe Financiero, junio de 1992, p. 44.
30. Summa No. 52, octubre de 1991.
31. El Tiempo, 29 de diciembre de 1993, p. 5A.

*Por Jorge Enrique Robledo Castillo
Senador en Colombia
(Apartes del capítulo "Corrupción, competencia y eficiencia" tomado del libro de mi autoría www.neoliberalismo.com.co , balance  y perspectivas publicado por el Áncora Editores, en octubre de 2000)