Por Andrés Ruggeri
"Podemos decir que posee las tres B: Buena, Bonita y Barata". Así se refería uno de los supuestos expertos militares de la CNN en español a las "bombas inteligentes" que los aviones norteamericanos están arrojando por millares sobre Bagdad y otras ciudades iraquíes.
"Podemos decir que posee las tres B: Buena, Bonita y Barata". Así se refería uno de los supuestos expertos militares de la CNN en español a las "bombas inteligentes" que los aviones norteamericanos están arrojando por millares sobre Bagdad y otras ciudades iraquíes. La frivolidad con la que este individuo habló acerca de un arma de destrucción masiva, capaz de acabar con centenares de vidas en segundos sólo se puede comparar con el "estamos ganando" del periodista oficial de la dictadura argentina durante la guerra de Malvinas, José Gómez Fuentes. Pero ni siquiera el locutor argentino se hubiera animado a llamar bonito a un artefacto de muerte que, además, dista bastante de ser barato: cada uno de ellos, como él mismo había afirmado segundos antes, cuesta 300.000 dólares.
Afirmaciones como estas forman parte de la gigantesca manipulación de la información que ellos mismos destacan como una parte de la guerra, la guerra "psicológica". Aunque la naturaleza de esta parece estar cambiando con el correr de los días. Si al principio la CNN y otros órganos de propaganda del poder imperial se esforzaban en dar todo tipo de detalles hollywoodenses sobre la operación cruelmente llamada "Libertad de Irak", ya en el cuarto día de guerra una seria vocero del Pentágono se negaba a dar demasiadas precisiones sobre dónde se encontraban las columnas blindadas yanquis "para no dar información al enemigo".
El primer día de imágenes heroicas mostraba los bombardeos "quirúrgicos" sobre Bagdad que, increíblemente, no dejaban casi víctimas porque buscaban con exactitud descabezar la cúpula del régimen de Saddam Hussein. Ni lo uno ni lo otro. Las bajas civiles empiezan a aparecer, no casualmente desde la expulsión de la CNN de Irak y su reemplazo en la generación de información por la cadena árabe Al Jazeera, en imágenes que muestran una visión menos artificiosa, menos espectacular y más real de lo que es, a todas luces, una guerra de conquista. Y como en 1991, la cabeza de Saddam Hussein parece más difícil de cortar de lo que parecía, o por lo menos con mayor inteligencia para esconderse que las bombas y misiles que lo persiguen.
El corresponsal de Clarín, por ejemplo, se reía el viernes del aspecto y de los dichos del ministro de la Información iraquí, que negaba las rendiciones masivas de sus tropas, la asepsia de las bombas y la toma del territorio sureño fronterizo a Kuwait. Y si bien los militares iraquíes también juegan su rol en la lucha por mostrar lo que sucede al mundo, el panorama de un par de días después tiende a confirmar lo dicho: los 8000 o 10000 soldados de la 51º división del ejército iraquí que se habían rendido sin disparar un tiro, cual capitán Astiz, el primer día de invasión por tierra, se han reducido con el correr de las horas a 800 o 1000 hombres.
El puerto, estratégico, de Umm Qasr, que los norteamericanos se habían apresurado a dar por conquistado el 20 de marzo, resulta que es teatro de fuertes combates con iraquíes que resisten a los marines ingleses y estadounidenses el 23. La propaganda de Bush se había mandado una maniobra proclamadamente sutil: había publicado la foto de la bandera de las barras y estrellas ondeando sobre el objetivo, aclarando después que había sido retirada porque "no se trata de una conquista, sino de una liberación". Pero no se habían privado de izarla, remedando Iwo Jima, y mostrando una toma de posesión que se reveló más complicada de lo previsto.
Grandes columnas blindadas avanzan rápidamente por el desierto sin encontrar resistencia. Las imágenes muestran los tanques Abrahms y Bradley penetrando a toda velocidad en suelo iraquí, y a los periodistas de CNN y a los "expertos" militares que proliferan en los medios haciendo cuentas del tiempo necesario para llegar a Bagdad, casi como un turista que calcula cuanto le va a salir el viaje a Mar del Plata. Avanzan tan rápido, que ni siquiera toman prisioneros, sólo los desarman y siguen. Sólo falta el general Custer. Todo obviando algunos detalles significativos, como la ausencia total de oposición aérea, que fue demolida en la anterior guerra del Golfo e imposibilitada de organizar en los 12 años de bloqueo y bombardeo casi diario. O el hecho de que sería suicida para una fuerza mal equipada ofrecer resistencia a una columna blindada insuperable, tecnológica y numéricamente, en un terreno abierto como el desierto, donde, además, no hay nada que defender. Sin embargo, al llegar a puntos donde sí hay algo que proteger, la cosa se pone distinta.
Todas las víctimas de los ejércitos invasores parecen ser por errores propios antes que por el fuego ajeno. Además del hecho de poner de relieve la cantidad de víctimas que puede haber en el campo de los que están bajo fuego no equivocado, queda siempre la sensación de que los norteamericanos no están dispuestos a reconocer que esto es una guerra, y dejar de mantener el discurso de la operación humanitaria y libertaria, en que la altruista administración Bush asume costos miles de veces millonarios y arriesga la vida de sus soldados para darles un gobierno justo a los iraquíes y salvar al mundo de las posibles armas de destrucción masiva que Saddam Hussein ha acumulado en grandes cantidades y que, aparentemente, tiene tan bien guardadas que no puede ahora usarlas para salvar su régimen. Pero las imágenes de miles de iraquíes buscando en las riberas del Tigris a dos pilotos caídos parecen demasiado elaboradas para ser sólo una puesta en escena.
Todo esto no significa negar que el poderío bélico desatado sobre Irak es tan enorme que la posibilidad de resistencia es muy escasa. Pero los EE.UU. y sus prolongaciones mediáticas intentan demostrar que se trata de una operación de violencia focalizada en los esbirros y la cabeza del régimen, y la evidencia de que no es así empieza a filtrarse como agua por los resquicios del orwelliano aparato de propaganda, incluso con mayor rapidez que a Gómez Fuentes. Ayudado todo esto, de manera invalorable, por la ruptura del frente único entre los Estados Unidos y los países de la Unión Europea.
Muy por el contrario, todo demuestra que la campaña debe desarrollar una fuerza brutal y genocida para lograr tumbar a Saddam, y que eso significa una cantidad de muertos, mutilados y desplazados poco o nada asimilables por una opinión pública mundial claramente desfavorable a esta conquista. Y que la verdadera razón de los intentos de golpear fuertemente al aparato militar iraquí para, o bien provocar su desmoralización y rendición en masa, o su exterminio, tratando de hacer el menor daño posible en la población civil, es en realidad una conveniencia económica a futuro. Lo que indudablemente los norteamericanos e ingleses están haciendo es no demoler la infraestructura económica de Irak, pues a nadie le conviene conquistar un país destruido. Un Irak devastado es un gran costo de reconstrucción, es más tiempo antes de poder ser explotado en todo su potencial, en especial en lo que refiere a la infraestructura petrolera. De hecho, el gran debate en los medios financieros y empresariales yanquis es el de los costos de la guerra, que incluyen tanto la campaña como la reconstrucción (a su imagen y semejanza).
Un genocidio evidente, por otra parte, no haría otra cosa que fortalecer el movimiento antibélico que ya empieza a sonar fuerte en el propio interior de los Estados Unidos. La ola de persecuciones y patrioterismo absurdo que levantó el 11 de septiembre está llegando a un agotamiento en el seguidismo de la opinión pública norteamericana del discurso casi oligofrénico de George W. Bush. Las protestas y manifestaciones por la paz están creciendo en número e intensidad y de la misma forma están siendo reprimidas y silenciadas. Doscientas mil personas marchando en Nueva York no son un dato despreciable ni para la CNN. La cadena Gómez Fuentes, a su pesar, debe informar que las protestas se realizan y que son mucha gente, pero ocultando la persecución y el hostigamiento policial y la detención de cientos de personas, en la consolidación de un régimen que cada vez tiene menos que envidiarle al gran tirano de Bagdad
Por Andrés Ruggeri