Por Víctor L. Bacchetta
Las difíciles relaciones del gobierno progresista con los problemas ambientales no se explican sólo por problemas propios de los diversos factores en juego sino también por aspectos históricos e ideológicos de la izquierda fundadora del Frente Amplio, en donde influye la cultura del país, en particular las del sindicalismo y la universidad.
Los problemas ambientales del país no surgieron con el gobierno del Frente Amplio (FA) que asumió el 1° de marzo de 2005. Algunos vienen de larga data, otros se iniciaron en la década anterior y todos se hicieron más notorios con la creciente conciencia que llevó a la creación del ministerio, en 1990, y a la sanción de leyes específicas en los años siguientes. Por resoluciones orgánicas y declaraciones de sus candidatos en campaña electoral, la fuerza política triunfante generó también aquí la expectativa de un cambio.
Un cambio en la dirección de una mayor preocupación por el medio ambiente. Tabaré Vázquez dijo, en un discurso en Minas de Corrales, el 5 de junio de 2004: "... a veces, es la producción de fábricas o la producción de determinados elementos que el mundo desarrollado sabe que producen la destrucción del medio ambiente (...) y sabiendo de las necesidades de trabajo de los países más pobres, con su gente empobrecida, nos traen acá inversiones en industrias que destruyen el medio ambiente".
Sin embargo, en uno de sus primeros actos como presidente de la república, Vázquez recibió a directivos de Botnia y asumió como suyas las decisiones de sus predecesores sobre las fábricas proyectadas en Fray Bentos. A pesar de las solicitudes, la presidencia no concedió entrevistas a personas o entidades críticas del los monocultivos de árboles y la producción de celulosa en gran escala y pasó a defender ese modelo de inversión por la necesidad de generar fuentes de trabajo y de industrializar el país.
Algo similar ocurre con la reforma constitucional sobre el agua aprobada en el plebiscito del 31 de octubre de 2004, con el respaldo del Frente Amplio y sus aliados. El gobierno electo interpretó que la reforma no cuestionaba los contratos existentes con empresas privadas de suministro de agua potable y no ha implementado hasta el presente sus disposiciones en materia de participación y control social y de políticas públicas con el fin de asegurar un manejo sustentable y equitativo de los recursos hídricos.
De ahí en adelante se instaló una relación con picos de tensión entre el gobierno y las organizaciones ambientalistas, que han sido llamadas fundamentalistas, ecofascistas o partidarias del crecimiento cero por autoridades oficiales, cuando no en términos más despectivos por connotados líderes del oficialismo. Las mismas autoridades realizan, a la vez, declaraciones genéricas y categóricas en pro del ambiente, que ponerlas en cuestión parece una ofensa o una falta de confianza personal inaceptable.
Varias caras, poco movimiento.
El investigador y escritor Eduardo Gudynas, secretario del Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES) y de la Red Uruguaya de ONGs Ambientalistas, que asiste a distintas instancias de consulta convocadas por el gobierno dice que "el actual gobierno tiene muchas caras frente a la temática ambiental, hay diferencias entre ministerios e incluso dentro de ministerios de acuerdo a las actitudes personales" y observa "cierto inmovilismo donde se hace difícil abordar la gestión con eficiencia e innovación".
"En general, este gobierno ha mantenido los espacios de dialogo con la sociedad civil y se han creado nuevas comisiones asesoras del ministerio de medio ambiente, áreas protegidas y otras", comenta el directivo de la red de ONGs, pero señala que persisten temas pendientes y lamenta que el conflicto con Argentina "en lugar de disparar la gestión ambiental, profundizarla y ampliarla a todo el país, parece terminar en una situación donde es un tema sobre el que se avanza muy lentamente".
Para Gudynas, especialmente en algunos sectores no se aborda la temática ambiental de una manera moderna. "Se dio un buen paso con la moratoria sobre los transgénicos - comenta el investigador-, pero no se aprovechan las opciones competitivas que brinda el slogan de Uruguay Natural ni de la producción orgánica". "En el sector de energía, los coqueteos con combustibles nucleares y el carbón significarían seguir dependiendo de combustibles importados y aumentarían los impactos ambientales", agrega.
El catedrático Daniel Panario, director de la Unidad de Epigénesis de la Facultad de Ciencias, coincide en que "las competencias reales siguen en manos de diferentes actores" y considera que a dos años de la actual gestión gubernamental "aún no hay una política ambiental definida". Estima que hubo un refuerzo de la Dirección Nacional de Medio Ambiente, que era técnicamente muy débil, pero el único esfuerzo que ubica en una dirección correcta es el del Sistema Nacional de Áreas Protegidas.
Entre las carencias, Panario señala la no implementación de la reforma constitucional del agua, la forestación al mismo ritmo y con la misma política de capitalismo salvaje, la falta de exigencia a las industrias del procedimiento adecuado, como el hecho de que a las pasteras no se les exigió planta de tratamiento terciario de aguas residuales, ni se prevén ellas en futuros emprendimientos estatales. E indica que "obras de presumible fuerte impacto como el puente sobre la Laguna Garzón, para unir la zona costera de los departamentos de Maldonado y Rocha, se anuncia ahora sin anestesia".
Problemas generacionales
"Hablar genéricamente de las necesarias inversiones y puestos de trabajo, es el mismo concepto neoliberal que se oye en otros lugares, sin cuestionarse qué significan esos megaproyectos para el medio ambiente, la población y el desarrollo social", comenta el ingeniero químico Ignacio Stolkin, quien asesoró a miembros del gobierno hasta que emitió un parecer técnico contrario a las plantas de celulosa. "Se han quedado atrás y se está haciendo lo mismo que hizo Europa hace 40 o 50 años", concluye.
Para Gudynas, el problema es que el liderazgo proviene de una generación anterior a la temática ambiental. "Persisten ideas y sueños de un desarrollo básicamente material, con muchas máquinas y grandes edificios, donde el ambiente es un costo que puede ser atendido pero no debe entorpecer el crecimiento económico", afirma. El secretario del CLAES considera que esta idea va más allá del plano partidario y se encuentra profundamente arraigada en la cultura de una generación.
"Eso explica -continúa Gudynas- que algunos dirigentes sindicales defiendan proyectos productivos mirando únicamente los puestos de trabajo, pero no la calidad de ese trabajo, que sólo una minoría de la academia aborda la cuestión ambiental de manera más profunda que la mera participación en consultorías sobre impacto ambiental y lo mismo se repite en buena parte de la prensa uruguaya". Y sentencia: "la profundización del tema ambiental esta esperando por la próxima generación progresista".
Uno de los fundadores de la carrera de ingeniería química en Uruguay, Stolkin, señala que el ingeniero no piensa en el medio sino en soluciones a sus problemas. "En la Facultad de Ingeniería y en la Facultad de Química los problemas del medio ambiente nunca fueron tocados muy seriamente. Al crearse la Facultad de Ciencias hubo un nuevo impulso, otros enfoques y surgieron otras relaciones con respecto al medio ambiente y la técnica", afirma.
Desde esta última facultad, Panario considera que la Universidad de la República sufrió un atraso considerable con respecto al resto del mundo durante la dictadura y que en la temática ambiental aún no se ha recuperado totalmente.
La herencia de la izquierda
La izquierda uruguaya de los años 50 y 60, donde se formaron varios dirigentes del actual gobierno, fue tributaria del pensamiento socialista desarrollado por Carlos Marx, según el cual la evolución de las fuerzas productivas y la lucha de clases son el motor de la historia. Si bien Marx puso en primer lugar a la lucha de clases como factor de transformación social, el marxismo de la época asumió que el avance de las fuerzas productivas era irrefrenable y que conducía en forma inevitable del capitalismo al socialismo.
A mediados del siglo XX, los países socialistas liderados por la Unión Soviética (URSS) y China, a los que se sumaría Cuba, se dedicaban a lograr una industrialización capaz de asegurar el bienestar de sus pueblos. A tal punto llegaba la confianza en la evolución de las fuerzas productivas que la URSS, en el 20º Congreso de su Partido Comunista, en 1956, lanzó la consigna de la "emulación económica pacífica entre los dos sistemas", dando por sentado que el socialismo superaría y liquidaría por esta vía al capitalismo.
La dimensión ambiental, que impone límites y condiciones al desarrollo, no formaba parte de esa concepción. Así se evidenció al desmoronarse a fines de los 80 la URSS y su alianza europea, cuando salieron a luz serios desastres ambientales, agravados por la censura y la corrupción estatales. Todavía hoy son observables las consecuencias de ese enfoque, en los graves impactos provocados por el crecimiento vertiginoso de China.
Se han rescatado referencias de Marx a la sobreexplotación y el saqueo del trabajador y de la naturaleza. Hay reformulaciones, como el 'ecosocialismo' de Michael Lowy y otros. En la izquierda uruguaya, sin embargo, la discusión teórica se estancó 40 años atrás. El gobierno del Frente Amplio ha retomado una visión "desarrollista" que en los años 60 tuvo cierto auge. Se pretende un crecimiento económico con justicia social y el ambiente ha sido formalmente integrado al desarrollo. Pero el cambio prometido sigue dependiendo del primado de la sociedad y el ambiente sobre la lógica del capital. www.ecoportal.net