Por Pablo Cingolani
Los ejecutores de las matanzas cambian pero los muertos siguen siendo los mismos. Todos los que no hemos perdido la sensibilidad frente a los dramas humanos, a las atrocidades que tienen que sufrir siempre los pobres y los humildes debemos exigir que se esclarezca el hecho y que los responsables materiales e intelectuales reciban el juicio y el castigo que se merecen.
La balada de Bruno y Bernardino
Los Takana eran los Señores de la Selva. Hay muchos estudios etnohistóricos que prueban su gravitación e influencia. El Ecuai, el líder del pueblo, los guiaba siempre en busca de Caquiawaca, la montaña encantada, a la cual "se ve pero nunca se puede llegar". Jawaway es el dueño de los animales, especialmente de los que van en tropa y sirven como alimento: siempre había que pedirle permiso y honrarlo, ya que, de otra manera, los tapires, los jochis y los chanchos desaparecían y se podía pasar hambre.
Los Incas del Cuzco respetaron la cultura de los Takanas. Los moradores de la selva baja que cubre las cuencas de los grandes ríos que desembocan en el más grande de todos (el río Beni) fueron intermediarios entre los recién llegados desde las tierras altas y otras naciones y pueblos de las tierras bajas. Los Takana vivían en la puerta de entrada de un gran reino. Los Moxos eran un estado ejemplar que se extendía por las llanuras de inundación. Vivían allí cientos de miles de personas que habían desarrollado un singular complejo de manejo de las aguas, que permitió el surgimiento de una potente economía agrícola, que se tradujo en prosperidad para la gente. Y una fama que se extendió, más allá de los pantanos y de los cerros. Guamán Poma cuenta cómo el Inca Uturunco -el Rey Jaguar­- no solo trajo la coca de las selvas y la propició en los Andes, sino que también se casó con alguna princesa takana o moxeña, quien sabe. Lo cierto es que, en esos tiempos, había algo que ahora no hay, o se olvidó o se perdió entre la confusión y el horror que vendrían: una relación lo bastante armónica, una comunidad de respeto, entre los pueblos de las tierras altas y sus pares de las tierras bajas. La palabra guerra recién apareció en las crónicas cuando quienes las escribieron, llegaron desde la otra orilla del océano a invadir este lugar del mundo.
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Fue una noche con fogón, con coca y trago en Ixiamas. Noche negra en la Amazonía, noche de fin del mundo, hace años, cuando llegar a Ixiamas se hacía largo, difícil. La conversación fluía, el compañerismo también, al compás de los grillos y de las ranas. Hasta que alguien empuñó un violín o una guitarra y empezó a tocar y sobre todo a cantar. Conocía los buris de Apolo, de Santa Cruz del Valle Ameno, de esos lados del Machariapu y el Tuichi. Pero estos buris, o esa música, el metal de la voz, su tono, eran otra cosa, de otra dimensión, otra hondura. Jamás había escuchado algo tan triste pero, a la vez, algo tan altivo, tan orgulloso y tan sentido. Cuando lo encaré al hombre para preguntarle qué estaba tocando, me contestó: música takana. Cuando quise averiguar su nombre, proclamó, como una flecha cortando el viento de la historia y el olvido, que se apellidaba Racua y que un pariente suyo estaba enterrado en el cementerio del pueblo.
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Los españoles tuvieron que enfrentarse contra los Takanas confederados para impedir que se apoderasen de su territorio. La "guerra cruel", como la llamó el propio Adelantado Álvarez de Maldonado, que le plantaron los originarios a los usurpadores durante la segunda mitad del siglo XVI, fue un brillante ejemplo de resistencia anticolonial exitosa. Allí surgen los primeros nombres de los héroes que la historia oficial siempre negó: Tarano, el cacique de los Toromonas; Arapo, el cacique de los Uchupiamonas. Todos eran Takanas y tan valientes y ardorosos en el combate que impidieron que los invasores se asienten en la Amazonía Sur por mucho tiempo. En realidad, nunca lo lograron. Vencidos por las armas, mandaron a los curas. Los frailes explotaron el lado sensible y bondadoso de los habitantes de la selva y los sedujeron, empezando una labor de zapa, que persiste hasta hoy, para abolir su cultura, para que olviden su Caquiawaca y su Jawaway, para que dejen de ser ellos mismos. Fundaron unas misiones -en 1721, la de Ixiamas- para reducirlos, "civilizarlos" y controlarlos. Los Takanas no fueron lo dóciles que pretendían los ensotanados y se fugaban a los montes pero sobre todo se morían con las pestes que les inoculaban los foráneos. Así pasaron años, décadas, siglos, hasta que la selva tembló, y esta vez de verdad y para siempre: al norte del mundo, un árbol de la Amazonía había cobrado un valor inusitado por darle usos y fabricar cosas para los pobladores de esos países que se situaban a miles de kilómetros de la selva. Sin embargo, como parte del devastador efecto del mercado mundial, que siempre estuvo de una u otra manera "globalizado" por los imperios de turno, la fiebre por la extracción del caucho condujo a miles de forasteros a la floresta. Su accionar se tradujo en una pesadilla que hasta hoy sigue ocultada y silenciada y peor, persiste, como lo demuestran los hechos vividos en El Porvenir hace unos días: el primer gran momento del genocidio de los pueblos indígenas amazónicos. Los Takanas no escaparon a esa furia y esa ambición capitalista que "devino en persecución ("correrías") a los indígenas, que prácticamente fueron exterminados por matanzas, trabajo esclavo y el traslado de familias enteras a los gomales del norte".[1]
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"En los buenos tiempos, lo que más se necesitaba en los bosques de caucho eran hombres. (…) Como la mano de obra era tan preciada, se intentaba atar a los trabajadores mediante el sistema de las deudas… Se las ingeniaban de tal manera que los indios siempre tenían grandes deudas, de modo que en realidad eran esclavos. Los trabajadores se vendían transfiriendo sus deudas a otra persona. Como se sabía que no podían pagar las deudas por sí mismos, al comprarlos se pagaban además sobreprimas. Tanto en las herencias como en los casos de quiebra, los trabajadores se inventarían como haberes".
Erland Nordenskiöld: Exploraciones y Aventuras en Sudamérica. APCOB-Plural, La Paz, 2001, págs. 340-341
"Si es verdad triste que los salvajes han recibido ofensas anteriores hasta ver a sus hijos arrebatados por los cristianos, también es un hecho que el último escándalo se producirá con frecuencia [nr: se refiere a ataques de los indígenas a las "empresas industriales"] sino se piensa en poner un reparo a la ferocidad de los salvajes (…) El salvaje es una fiera que cuando se enoja acomete sin distinción y a la fiera hay que darle caza…"
Editorial de La Gaceta del Norte, 1889, N° 19. Tomado de Pilar Gamarra: Orígenes históricos de la goma elástica en Bolivia en Historia, N° La Paz, 1990, pág. 53
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El caucho le había recordado a esa Bolivia que había nacido en 1825 que sus territorios terminaban en el Río Purús. Bruno Racua, takana de Ixiamas, como su pariente cantor que me llevó a visitarlo al cementerio, fue uno de los enganchados que terminó a la fuerza en los gomales. Algunos dicen que había nacido hacia 1870 y que fue por su propia voluntad a la Guerra del Acre, la guerra que se libró contra los brasileros por el territorio donde crecían los árboles del caucho. La historia personal de los "invisibles" siempre se pierde en los meandros del pasado. Si hoy recordamos a Bruno Racua es porque se volvió héroe en esa contienda, a pesar incluso de la mayoría de los historiadores republicanos, que no lo nombran. El hijo de Nicolás Suárez -que los potentados de ayer y de hoy encumbran como "El Rey del Caucho" y promotor de la "civilización" y el "progreso" cuando no fue sino un invasor de los territorios ancestrales de los pueblos indígenas, a los cuales masacró y explotó sin misericordia- narró así el desenlace de la estratégica Batalla de Bahía, el 11 de octubre de 1902: "Al efecto, llamose a un indio ixiameño cuyo nombre no recuerdo, [el destacado es nuestro] se le entregó un arco y una flecha provista de una mecha impregnada en kerosene; lanzada ésta sobre los techos de hojas de palmera resecas por la acción del sol, dos minutos después edificios y trincheras a merced de las llamas hacían desalojar, poniendo en derrota, despavoridos, a los que días antes habían ultrajado la soberanía nacional…".[2] Gracias al "indio cuyo nombre no recuerdo", Nicolás Suárez pudo conservar sus gomales y seguir explotando a los hermanos de Racua. Bolivia pudo conservar algo más importante: la soberanía hasta el Río Acre, a cuyas orillas, se alza hoy la ciudad de Cobija (la antigua barraca llamada Bahía), capital del departamento de Pando, desde donde partieron los sicarios que hace dos días asesinaron a otro pariente de don Bruno, el dirigente campesino Bernardino Racua. Si la historia había sido lo suficientemente ingrata al olvidar a Bruno Racua, un héroe nacional indígena[3]; hoy la historia no sólo se repite como drama para los nuevos condenados de la selva, sino que se ensaña en esa absurda mueca de desprecio del destino con el asesinato de Bernardino Racua.
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"Mataron a Bernardino Racua. ¿Lo recuerdas? Estaba en el I Foro Amazónico, era el biznieto de Bruno Racua. Me siento impotente, triste y llena de rabia" -una compañera me alerta y me escribe angustiada- "A los heridos los mataron en el hospital y hay mas heridos al otro lado del río…fue una masacre". Ya comienzan a aflorar los testimonios de las ejecuciones de lo que ya se conoce como "La Masacre de El Porvenir" y que gente tan criminal como los que empuñaron las armas pero utilizando teclas o micrófonos pretende encubrir bajo el manto insolente de un "enfrentamiento", las mismas canalladas que se arguyeron bajo el imperio y el terror de la Doctrina de Seguridad Nacional. Ya lo dijimos: fue la continuidad del genocidio contra los pueblos indígenas y los campesinos amazónicos que arrancó en el siglo XVI, que llegó al paroxismo asesino en los años del caucho y que se perpetúa hasta ahora.
Los ejecutores de las matanzas cambian pero los muertos siguen siendo los mismos. Todos los que no hemos perdido la sensibilidad frente a los dramas humanos, a las atrocidades que tienen que sufrir siempre los pobres y los humildes debemos exigir que se esclarezca el hecho y que los responsables materiales e intelectuales reciban el juicio y el castigo que se merecen. Es muy duro escribir sobre esto, sobre una nueva docena de mártires, que se suman a esa lista anónima e interminable de las víctimas de la opresión y la injusticia. Pero en esta terrible hecatombe, porque tal vez sea un símbolo, deberíamos recordarlo a Bernardino, el biznieto de Bruno, aquel que legó a todos los bolivianos ese jirón de la patria y, malditas paradojas, a los asesinos de su biznieto, lo que ellos consideran su hacienda y su oprobioso poder que lo terminó masacrando. Deberíamos recordarlo como lo que fue, como lo que eran también sus compañeros acribillados: indígenas y campesinos amazónicos, trabajadores de toda la vida, zafreros que se internaban en las selvas a cosechar castaña, amantes de la naturaleza y sus protectores porque ella les daba, cada año, el pan para sus hijos, gente humilde, gente buena, gente digna.
Si algo ha cambiado en Bolivia estos últimos años es que ya la conciencia social no soporta estos actos violentos de absoluto desprecio a la vida de los más desprotegidos y a la misma condición humana y que, por ello, no deberían quedar impunes porque fue genocidio, crímenes de lesa humanidad, algo imposible de olvidar y de perdonar.
Mientras tanto, mientras el clamor y ojalá que la justicia encuentren su cauce, Bernardino ya habrá llegado junto a Bruno y desde la cumbre del Caquiawaca, nos seguirá enseñando y amparándonos con su memoria.
[1] Díez Astete, Álvaro y Murillo, David: Pueblos Indígenas de Tierras Bajas. Características principales. MDSP-VAIPO-PNUD, La Paz, 1998, pág. 201
[2] Nicolás Suárez hijo: La Campaña del Acre, 1928. Tomado de Saavedra, Carlos P.: Pando, el último paraíso. Ed. Franz Tamayo, Cobija, 2001, pág. 169
[3] Agradezco la puntualización a Wilson García Mérida, comunicación personal.
Leopoldo Fernández, el "carnicero de Porvenir"
Redacción Bolpress
Más de 30 personas habrían sido asesinadas en la localidad pandina de Porvenir el 11 de septiembre de 2008, una de las peores masacres campesinas en democracia. El principal responsable de la matanza, el prefecto de Pando Leopoldo Fernández, "el carnicero de Porvenir", llamó a sus grupos de choque armados a resistir el estado de sitio "abusivo y bravucón" del gobierno.
El jueves 11 de septiembre, aproximadamente mil campesinos de comunidades de Puerto Rico, Madre de Dios y el Palmar marchaban hacia la ciudad de Cobija para participar en un ampliado del sector.
Funcionarios del Servicio Departamental de Caminos, empleados de la Prefectura y activistas cívicos enviados por el prefecto Leopoldo Fernández intentaron sin éxito detener a la caravana campesina a unos siete kilómetros de Porvenir. Luego emboscaron a los marchistas en inmediaciones del puente Cachuelita, donde cavaron una zanja de 10 metros de ancho para evitar el paso de camiones y gente.
"Todos venían armados (los campesinos), hicimos unas zanjas para evitar que lleguen hasta Cobija, uno de los últimos recursos que teníamos porque tenían la intención de tomar la Prefectura y luego Cobija; lo sabían las autoridades policiales y militares. Y ahí tuvimos los primeros heridos", narra el prefecto Fernández.
Según Fernández, el supuesto "enfrentamiento" se desató cuando su grupo de choque "incendió dos camionetas de esta gente (campesinos); parecía un polvorín, durante varios minutos regaba balas y disparos por todo lado, porque estaba explosionando todo el cargamento que tenían estos campesinos pacíficos que dice el gobierno".
Los campesinos desarmados recuerdan que francotiradores instalados en las copas de los árboles comenzaron a disparar ametralladoras automáticas. Una volqueta del Servicio de Caminos aplastó a dos campesinos.
"De pronto escuchamos disparos y algunas personas cayeron heridas. Hombres, mujeres y niños corrieron a todo lado para salvar sus vidas, pero muchos fueron heridos o tomados por la fuerza para ser torturados", recuerda Roberto Tito, testigo directo de la masacre.
"Fuimos matados como chanchos, con ametralladoras, con rifles, con escopetas, con revolver. Los campesinos solo traían sus dientes, palos, ondas, no traían escopetas. Luego de los primeros disparos, algunos huyeron hacia el río Tahuamanu, pero les persiguieron y les dispararon", cuenta Shirley Segovia, dirigente de una subcentral de Porvenir.
El dirigente social pandino Dionisio López declaró a radio Patria Nueva que al menos 30 sicarios casi lo matan a golpes: "Estaba queriendo rescatar a los heridos de bala, y ahí me interceptaron en Porvenir, más o menos a la una y media (13:30). En Cobija me golpearon más o menos hasta las 10 de la noche. Dijeron que yo era masista por el color de mi cara, querían matarme…".
Ese jueves, después de la emboscada sangrienta, los sicarios y narcotraficantes al mando del prefecto del departamento de Pando continuaron asesinando campesinos. Al menos cien personas cruzaron la frontera para salvar la vida.
Días antes los vándalos y grupos de choque quemaron casas, saquearon mercados y atentaron contra varios medios de comunicación. La violencia se desbordó luego de la masacre. El prefecto Fernández llamó a la ciudadanía a mantener la calma y pacificar la ciudad de Cobija, pero mantuvo movilizadas a sus huestes "por la restitución del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH)". La autoridad departamental culpó al Poder Ejecutivo de las ocho muertes registradas hasta ese momento, la mayoría campesinos
"Este gobierno no conseguirá ni en Pando, ni Tarija, ni en Beni, ni en Santa Cruz, ni Chuquisaca, ni en el país en su conjunto, consumar lo que pretende (…) no voy a retirarme en ningún momento de esta lucha (…) La mentira no vencerá en este país, queremos dejar un mejor futuro para nuestras familias (…) guardemos nuestras fuerzas para luchar (…) hay que retirarse para darle un poco de tranquilidad a esa gente que está en zozobra", dijo Fernández.
El viernes continuaban las persecuciones y los asesinatos en Cachuelita y Filadelfia, provincias rebeldes que rechazaron el "referéndum autonómico" de los patrones autonomistas y que revocaron a Fernández en el referéndum del 10 de agosto. Los paramilitares pagados por la prefectura no dejaban rescatar a los heridos y los cuerpos de los asesinados.
En la ciudad de Cobija, amedrentaban 40 funcionarios de la Prefectura de Pando encapuchados, con armas cortas y metralletas. Se denunció la existencia de 15 campesinos rehenes en las oficinas del Comité Cívico.
"La situación es dramática y trágica, están asesinando campesinos cada momento y la Policía y el Ejército no están actuando para salvar vidas. Mucha gente fue torturada en los ambientes del Comité Cívico; pedimos que se intervenga el departamento Pando", clamó el senador de UN Abraham Cuellar, amenazado de muerte por funcionarios de la Prefectura.
La representante presidencial en Pando Nancy Texeira, al borde del llanto, criticó al gobierno por abandonar a su gente y exigió una intervención inmediata del departamento.
A las 7 de la noche del viernes, el gobierno de Evo Morales dictó estado de sitio regionalizado en el departamento de Pando con el fin de evitar mayores crímenes de lesa humanidad.
Pero los grupos sediciosos se rieron de la noticia y asaltaron dos tiendas de armamento en Cobija y atacaron con ametralladoras a los militares que retomaron el control del aeropuerto. En la refriega murieron dos funcionarios de la Prefectura y el conscripto Ramiro Tañini Alvarado (17), victimado con una bala calibre 22.
Leopoldo Fernández declaró que no acataría el estado de sitio y advirtió que las movilizaciones continuarían. "Va a costar implementar un estado de sitio abusivamente. Creyeron que Pando era el eslabón más débil, (pero) vamos a seguir luchando, queremos un país con libertades, no van a conseguir paralizar el proceso autonómico ni le van a quitar a Pando esa esperanza de crecer, tenemos derecho, vamos a pelear por lo que nos corresponde, no nos quitarán nuestros recursos".
Hasta el mediodía de este sábado los militares aún no habían logrado tomar el control de la ciudad de Cobija y menos ingresar a Filadelfia y Porvenir. Se escuchaban ráfagas de ametralladoras en algunas zonas de la ciudad de Cobija.
A las 21 horas el ministro de la Presidencia Juan Ramón Quintana llegó a Cobija con más efectivos militares para hacer cumplir el estado de sitio.
El ministro de Gobierno Alfredo Rada confirmó el sábado que al menos 16 personas perdieron la vida en la masacre del jueves, pero horas después reportes extraoficiales daban cuenta de que habría por lo menos 30 muertos. Diversas fuentes informan que hay 80 heridos de bala y hasta 100 desaparecidos. La Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia denunció la desaparición de más de 50 afiliados y 26 heridos de bala.
¿Quién es Leopoldo Fernández?
Es un cacique de pueblo que mantuvo un control casi feudal de los poderes públicos y privados en Cobija y provincias entre 1979 y 2005. Fue funcionario público en las dictaduras de Luis García Meza (1980-1981), Celso Torrelio y Guido Vildoso (1981-1982); responsable en Pando del Instituto Nacional de Colonización (actual INRA); parlamentario, prefecto y ministro de Gobierno de Hugo Banzer-Jorge Quiroga (1997-2002).
Se cree que García Meza le regaló tierras. Ahora Fernández está metido en el negocio de la castaña y de la ganadería. Declaró a la Contraloría un patrimonio personal de 1,4 millones de dólares.
Fernández está bien relacionado con madereros, aserradores y terratenientes locales como los Sonnenschein, Hecker Hasse, Becerra Roca, Vaca Roca, Peñaranda, Barbery Paz, Claure y Villavicencio Amuruz, entre otros, que concentran miles de hectáreas de tierras fértiles.
Leopoldo Fernández sirve bien a la racista, intolerante y violenta elite local descendiente de los patrones de la goma y de la castaña que sometieron a los indígenas a un régimen de explotación laboral servidumbral desde fines del siglo XIX.
El pueblo pandino asegura que Fernández no defiende el IDH para la región sino su bolsillo. Lo único que ha hecho por el departamento en los últimos 30 años de politiquería: treinta kilómetros de carreteras.
La ex ministra de Gobierno Alicia Muñoz denunció en 2006 que Fernández entrenaba en Cobija a paramilitares supuestamente para trabajos de "seguridad ciudadana". El año pasado, Leopoldo mandó a quemar la casa del senador pandino Cuellar que apoyó la Ley de Reconducción Comunitaria de la Reforma Agraria de Evo Morales. La pasada semana nombró a un director apócrifo de la oficina del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) en Pando, declarado hace poco por el gobierno como el primer "territorio saneado de Bolivia".
El presidente de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia (APDHB) Rolando Villena reveló que el prefecto Leopoldo Fernández contrató a sicarios de Brasil y Perú para extinguir a los indígenas y campesinos que apoyan el proceso de cambio en Bolivia.
Fernández está claramente incriminado en la masacre: "No se preocupe, la masacre del Porvenir, la mayor masacre en democracia, proporcionalmente superior a la ocurrida en El Alto en 2003, cuando murieron 60 (la guerra del gas), no ha de quedar en la impunidad", enfatizó el ministro Rada.
La Coordinadora Nacional para el Cambio (Conalcam) que aglutina a varios gremios sociales representativos exigió al prefecto Fernández que renuncie de inmediato por ser el autor intelectual y material de los crímenes en Porvenir, junto con trabajadores de la Prefectura, narcotraficantes, la mafia maderera y la Embajada de Estados Unidos.
El máximo ejecutivo de la Csutcb Isaac Ávalos pidió al Ministerio Público y al Fiscal General de la Nación que inicien de inmediato un proceso penal y encarcelen "al criminal Leopoldo Fernández", el "carnicero de Porvenir". www.ecoportal.net
Fuentes: Edgar Ramos, ABI, Erbol, Red Antiracismo, UPIC-Tierra.
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