Por Pedro Rivera Ramos
En la revista Science Express del 20 de mayo del 2010 y con el trabajo “Creación de una bacteria controlada por un genoma sintetizado químicamente”, el grupo de 24 investigadores muy bien remunerados del Instituto Venter, afirmaron haber dado vida a la bacteria Micoplasma mycoides JCVI-syn 1.0, controlada por un genoma totalmente sintético. Naturalmente que este paso “lógico” hacia la creación ulterior de células eucariotas, características de los organismos pluricelulares, no va dirigido, ---se apresuraron a desmentir los tecnoentusiastas-- a producir seres vivos tan complejos como los humanos.
Pero el abultado financiamiento de las investigaciones en el campo de la biología sintética, provienen principalmente de corporaciones como British Petroleum, Dupont, Chevron, Cargill, Shell y otras, que son las que decidirán finalmente si el negocio capitalista se limitará sólo a la producción de productos industriales, a la captura y secuestro de CO2, a aplicaciones biomédicas o a la producción comercial de vida artificial.
Al margen del alarde tecnológico al que ya va acostumbrando a la comunidad científica el doctor Venter, el desarrollo del genoma sintético vino a renovar el debate sobre las implicaciones de carácter ético, científico, filosófico y social, que este tipo de investigaciones conlleva. Sobra añadir lo terrible que sería si tecnologías de esta naturaleza, terminaran en manos equivocadas o fueran incorporadas para una eventual guerra biológica. Por eso es preciso insistir en demandar, como lo hizo el Grupo ETC una vez conoció de la existencia de “Sinthia”, una moratoria urgente a la liberación y comercialización de organismos artificiales.
Para aumentar nuestras razonables preocupaciones éticas y sobre los inminentes peligros de este supuesto “paso científico”, el 28 de junio del 2012, se descubre que los primeros seres humanos genéticamente modificados, habían nacido ya en los Estados Unidos. Se trataba de treinta bebés (la mitad de ellos ya tenían tres años) y dos contenían genes de tres padres distintos.
De modo que estamos asistiendo al crecimiento descontrolado de una pseudociencia, que amparándose en una controvertida interpretación de la libertad en la investigación científica, se ha puesto al servicio íntegramente del lucro desmedido y de las ambiciones personales y de poderosos intereses privados. Aquí se salta el rigor y las precauciones que debiesen existir en toda actividad científica, principalmente cuando lo que se manipulan son seres vivos, que de fallar la “certeza”, muy común cuando el dinero es el que impone las reglas y los objetivos, las implicaciones para toda la humanidad podrían resultar desastrosas.
Precisamente esos poderosos intereses económicos que están detrás de toda esta peligrosa tecnología, hacen posible que las pocas voces incómodas que surgen desde la ciencia, apelando a la ética, el bien común y la cautela o demostrando con sus estudios los riesgos a los que estamos expuestos, son inmediatamente atacadas por una batería impresionante de hombres de “ciencia”, muy bien remunerados para esa “loable” labor. Tal es el caso reciente del profesor Gilles-Eric Seralini, que en el 2012 encontró tumores en ratas que consumieron maíz transgénico o fueron expuestas a un plaguicida de la empresa Monsanto. También en el pasado el mismo descrédito sufrió Rachel Carson cuando publicó en 1962 su obra “Primavera Silenciosa”.
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Pedro Rivera Ramos [pedrorivera58@hotmail.com]