Por Por José Santamarta
Las multinacionales de la alimentación a lo largo del año 2001 han ido retirando los alimentos transgénicos, a causa del rechazo de los consumidores. La crisis de las vacas locas es el Chernóbil de la agricultura y la ganadería industrial, y debería suponer una reforma ecológica del sector, que pasa sin duda por el abandono de los cultivos transgénicos.
La epidemia de las vacas locas se ha extendido por media Europa, y es sólo una manifestación de un modelo que se manifiesta en el caso de los pollos contaminados por dioxinas, el uso generalizado de los antibióticos y las hormonas en la ganadería industrial, el empleo masivo de plaguicidas, la extensión de la fiebre aftosa y la peste porcina, la contaminación por nitratos y los cultivos transgénicos, un modelo que perjudica la salud y el medio ambiente, y hace más acuciante la necesaria transición hacia una agricultura y una ganadería ecológica.
La llamada encefalopatía espongiforme se detectó por primera vez en 1732, cuando se describieron los síntomas en ovejas, dándosele el nombre de scrapie o tembladera, pero hasta 1938 no se demostró que era una enfermedad transmisible. En las vacas se llama encefalopatía espongiforme bovina (EEB), que se transmite a los seres humanos, provocando la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, identificada en 1920, aunque no se asoció al scrapie hasta finales de 1950.
La encefalopatía espongiforme transmisible del ganado vacuno se descubrió en el Reino Unido en 1986 y desde entonces se han contabilizado más de 180.000 casos en el Reino Unido, Francia, Irlanda, Suiza, Portugal, Alemania y España, entre otros países. El origen de la enfermedad en las vacas tiene su origen en el scrapie, y se debió a la utilización de restos de animales contaminados (vacas y ovejas) para fabricar piensos para vacas. Esta práctica se prohibió en julio de 1988 en el Reino Unido, pero la materia prima siguió exportándose de manera totalmente irresponsable. El periodo de incubación en las vacas es de 3 a 5 años, y sus efectos en la población pueden ser graves.
El gobierno español, a través de la entonces ministra Loyola de Palacio, impidió adoptar medidas serias para contener la enfermedad. Hasta finales del año 2000 la UE no aprobó la eliminación de los materiales considerados de riesgo, y hubo que esperar a marzo de 2001 para que se prohibiese usar animales no aptos para el consumo humano para la fabricación de piensos.
Los primeros casos de encefalopatías espongiformes en seres humanos se describieron en los años cincuenta en una tribu de Nueva Guinea que tenía la costumbre de comer el cerebro de sus muertos. La enfermedad de Creutzfeldt-Jakob aparece de forma esporádica y tiene una baja incidencia, afectando mayoritariamente a personas de entre 55 y 75 años. Las encefalopatías espongiformes transmisibles son mortales y, hasta el momento, no se conoce tratamiento para su curación. La variante de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob se ha relacionado directamente con la bovina y la crisis de las vacas locas.
A diferencia de la forma tradicional, afecta principalmente a personas menores de 30 años. La enfermedad de Creutzfeld-Jakob, cuando se manifiesta, produce la muerte en un año, pero antes puede permanecer incubándose durante más de diez años. Hoy hay descritos 89 casos confirmados en Europa, pero es probable que haya cerca de 140.000 personas ya contaminadas.
Las enfermedades infecciosas transmisibles suelen estar causadas por virus y bacterias.En las encefalopatías espongiformes, el agente infeccioso es una proteína anormal, que se llama prión. La hipótesis sobre los priones fue formulada por Stanley Prusiner. El prión no tiene material genético. A principios de los años ochenta, el método que usaban los productores británicos para reutilizar en los piensos los despojos de las ovejas fue alterado: la temperatura se redujo y se eliminaron algunos solventes. Como resultado, los priones que infectaban a las ovejas dejaron de ser inactivados en los piensos y contaminaron masivamente al ganado vacuno.
En 1983 se creó la primera planta transgénica, y en menos de 20 años los cultivos transgénicos, impulsados por unas pocas multinacionales, pasaron de la nada a más de 43 millones de hectáreas en el año 2000, sin que aún se conozcan sus consecuencias sobre la salud y el medio ambiente. El 87% del área plantada con transgénicos corresponde sólo a una empresa, Monsanto, hoy en manos de Pharmacia. Monsanto tenía el 80% del mercado en 1999, seguida por Aventis con el 7%, Syngenta con el 5%, BASF con el 5% y DuPont con el 3%. Hoy representan una parte importante de las cosechas de Estados Unidos, Argentina, Canadá y China (éstos 4 países representan el 99% de la superficie plantada con transgénicos), aunque en el resto del mundo afortunadamente no pasan de ocupar un lugar marginal. En España en 1998 se autorizaron las primeras variedades de cultivos transgénicos, y en la actualidad es el país de la Unión Europea con más cultivos modificados genéticamente.
Hoy se cultiva una variedad de maíz de Novartis (Compa) que llevan incorporado un gen de la bacteria Bacillus thuringiensis, que en teoría la hace resistente al taladro. En el año 2000, según Novartis, se sembraron unas 25.000 hectáreas de maíz transgénico, sobre todo en Aragón (10.000 hectáreas) y Castilla-La Mancha (4.000 hectáreas), cantidad similar a la de 1999. Pero tal cultivo tendrá que se ser abandonado en el año 2005, pues en abril del año 2000 el Parlamento Europeo decidió que a partir de ese año no se cultiven semillas transgénicas cuando sean resistentes a los antibióticos, como es el caso del maíz Compa.
Igualmente hay cultivos transgénicos experimentales: entre 1993 y 1999 se autorizaron 250 ensayos en 57,4 hectáreas. España es el cuarto país europeo en cultivos piloto de transgénicos, fundamentalmente con maíz, remolacha, algodón y patata. La importación es la vía principal de entrada de los transgénicos en España. Según el Ministerio de Agricultura, se importaron dos millones de toneladas de maíz transgénico, destinado a piensos animales (el 70%) y a alimentación humana (el 30% restante) y un millón de toneladas de soja para piensos y alimentación humana (vía el aceite). Los fabricantes de piensos no están obligados a etiquetar el contenido transgénico de su producto, a diferencia de los destinados a la alimentación humana directa.
Las multinacionales de la alimentación a lo largo del año 2001 han ido retirando los alimentos transgénicos, a causa del rechazo de los consumidores. La crisis de las vacas locas es el Chernóbil de la agricultura y la ganadería industrial, y debería suponer una reforma ecológica del sector, que pasa sin duda por el abandono de los cultivos transgénicos. En Alemania la copresidenta del Partido Verde, Renate Künast, ha sido nombrada ministra de Agricultura, y ha declarado que la agricultura ecológica pasará en Alemania de representar el 2,6% en el año 2000 al 20% en el año 2010.
La transición a una agricultura y ganadería ecológica es una necesidad imperiosa, y así empiezan a entenderlo los consumidores. La agricultura biológica en Europa pasó de un millón de hectáreas en 1990 a más de 3 millones en 1999. Los transgénicos tendrán consecuencias mucho más graves y prolongadas que la epidemia de las vacas locas, y suponen el último eslabón de un modelo insostenible que empobrece a los agricultores y perjudica a los consumidores, beneficiando sólo a unas pocas empresas multinacionales, con un enorme poder de manipulación e influencia sobre algunos gobiernos, como el de Estados Unidos.
*Director de World Watch