Transgénicos & otras yerbas

Por Federico José Caeiro (h)

La manipulación genética implica que componentes de ADN de, por ejemplo, escorpiones, se implanten en el de verduras y frutas.

Si el mal de la vaca loca nos ha enseñado algo, es que debemos ser cautos antes de usar una tecnología que salta los límites naturales establecidos. No debemos engañarnos con un falso sentido de seguridad ni pensar que al regular algo que es intrínsecamente imprevisible e incontrolable, esto se hace seguro. El conocimiento científico que sustenta esta llamada tecnología, es completamente incapaz de garantizar que los transgénicos producidos ahora están libres de riesgos. La manipulación genética implica que componentes de ADN de, por ejemplo, escorpiones, virus acuáticos, bacterias y otras especies, se implanten en el ADN de cereales, verduras y frutas. En contraposición a lo que se argumenta, estas mutaciones nunca pueden ocurrir naturalmente. Se las obliga a ocurrir en especies aisladas en uno o dos años. En estado natural la evolución del ADN normalmente lleva varios millones de años, en un ambiente natural con especies viviendo conjuntamente y en equilibrio.
Geoffrey Clemments, físico y líder del Partido de la Ley Natural británico, ha dicho recientemente «Por tanto no tenemos en absoluto medios para predecir resultados adversos que puedan suceder. Cuando se entiende que los métodos de la modificación genética implican la utilización del ADN de virus y bacterias está claro que estamos liberando un desastre potencial para todas formas de vida». Y agrega: «El único camino es la prohibición total de todos los cultivos y alimentos y la retirada de todo los productos y cosechas que ya se están cultivando».
Las organizaciones públicas nacionales e internacionales, tendrán que monitorear y controlar que los conocimientos aplicados no sean propiedad del sector privado, para proteger que tal conocimiento continúe en el dominio público, para beneficio de las sociedades rurales. Deben desarrollarse regímenes de regulación, controlados públicamente y emplearlos para monitorear y evaluar los riesgos sociales y ambientales, de los productos de la biotecnología (Webber, 1990).
Finalmente, la tendencia hacia una visión reduccionista de la naturaleza y la agricultura, promovida por la biotecnología contemporánea, debe ser revertida por un enfoque más holístico de la agricultura, para asegurar que las alternativas agroecológicas no sean ignoradas y que sólo se investiguen y desarrollen, aspectos biotecnológicos ecológicamente aceptables.

Ha llegado el momento de enfrentar efectivamente el reto y la realidad de la ingeniería genética. Como ha sido con los pesticidas, las compañías de biotecnología deben sentir el impacto de los movimientos ambientalistas, laborales y campesinos, de modo que reorienten su trabajo para el beneficio de toda la sociedad y la naturaleza. El futuro de la investigación, con base en la biotecnología, estará determinado por relaciones de poder y no hay razón para que los agricultores y el público en general, si se les da suficiente poder, no puedan influir en la dirección de la biotecnología, con el objetivo de que cumpla con las metas de la sustentabilidad.
Graves denuncias, no sólo de ecologistas sino también de prestigiosos científicos, nos llevan a reflexionar sobre este tema. Las empresas de biotecnología estarían ocultando deliberadamente los peligros de los cultivos transgénicos, y en un mundo donde se protegen los intereses de las empresas sin importar mucho el bienestar del consumidor, esto puede ser muy grave. ¿Algún decisor se preguntó, sobre el derecho de los consumidores a saber y elegir libremente?.
Las leyes naturales deben ser respetadas y la biotecnología pareciera no estar haciéndolo, o al menos está jugando peligrosamente en un limite más que difuso. Las empresas de biotecnología alegan que el ADN de plantas y animales son similares y no hay cuestión ética cuando se transfieren moléculas de ADN de animales a plantas. A mí la transferencia genética entre especies me plantea un dilema de difícil solución. ¿Estaremos engendrando monstruos sin darnos cuenta?; ¿qué opinaría el hoy vuelto a cuestionar Darwin, sobre este tema?.

Durante años, los académicos han supuesto que la agricultura no representa un problema especial para la ética ambiental, a pesar del hecho de que la vida y la civilización humanas, dependen de la artificialización intencional de la naturaleza para llevar a cabo la producción agrícola. Hasta los críticos de los impactos ambientales de los pesticidas y de las implicancias sociales de la tecnología agrícola, no han podido conceptualizar una ética ambiental coherente, aplicable a los problemas agrícolas (Thompson, 1995). En general, la mayor parte de los proponentes de la agricultura sostenible, condicionados por un determinismo tecnológico, carecen de un entendimiento de las raíces estructurales de la degradación medioambiental ligada a la agricultura capitalista. Por lo tanto, al aceptar la actual estructura socioeconómica y política de la agricultura como algo establecido, muchos profesionales del agro se han visto limitados para implementar una agricultura alternativa, que realmente desafíe tal estructura (Levins y Lewotin, 1985). Esto es preocupante, especialmente hoy cuando las motivaciones económicas, más que las preocupaciones sobre el medio ambiente, determinan el tipo de investigación y las modalidades de producción agrícola que prevalecen en todo el mundo (Busch et al., 1990).

El problema clave que los agroecólogos deben enfrentar es que la moderna agricultura industrial, hoy epitomizada por la biotecnología, se funda en premisas filosóficas fundamentalmente falsas y que precisamente esas premisas, necesitan ser expuestas y criticadas para avanzar hacia una agricultura verdaderamente sostenible. Esto es particularmente relevante en el caso de la biotecnología, donde la alianza de la ciencia reduccionista y una industria multinacional monopolizada, que conjuntamente perciben los problemas agrícolas como simples deficiencias genéticas de los organismos, llevarán nuevamente a la agricultura por una ruta equivocada (Lewidow y Carr, 1997).

El objetivo de este trabajo es contrarrestar las falsas promesas hechas por la industria de la ingeniería genética, que alega, que ella alejará a la agricultura de la dependencia en los insumos químicos, que incrementará su productividad y que también disminuirá los costos de los insumos, ayudando a reducir los problemas ambientales (OTA, 1992). Al cuestionar los mitos de la biotecnología damos a conocer lo que la ingeniería genética realmente es: otra solución mágica destinada a evadir los problemas ambientales de la agricultura (que de por sí son el resultado de una ronda tecnológica previa de agroquímicos), sin cuestionar las falsas suposiciones que crearon los problemas (Hindmarsh, 1991). La biotecnología desarrolla soluciones monogénicas para problemas que derivan de sistemas de monocultivo ecológicamente inestables, diseñadas sobre modelos industriales de eficiencia. Ya se ha probado que tal enfoque, unilateral, no fue ecológicamente confiable en el caso de los pesticidas (Pimentel et al, 1992).
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Las críticas ambientalistas a la biotecnología cuestionan la suposición de que la biotecnología está libre de valores y que no puede estar equivocada o mal utilizada y piden una evaluación ética de la investigación, en ingeniería genética y sus productos (Krimsky y Wrubel, 1996). Quienes proponen la biotecnología, suelen tener una visión utilitaria de la naturaleza y favorecen el libre intercambio (trade-off) de las ganancias económicas por el daño ecológico, indiferentes ante las consecuencias para los seres humanos (James, 1997). En el corazón de la crítica están los efectos biotecnológicos sobre las condiciones sociales y económicas y los valores religiosos y morales que conllevan a preguntas como:
• ¿Deberíamos alterar la estructura genética de todo el reino viviente en nombre de la utilidad y las ganancias?
• ¿Es la constitución genética de los seres vivos la herencia común de todos, o puede ser adquirida por las corporaciones y de esta manera convertirse en propiedad privada de algunos?
• ¿Quién dio a las compañías individuales, el derecho a monopolizar grupos enteros de organismos?
• ¿Los biotecnólogos se sienten los dueños de la naturaleza? ¿Es ésta una ilusión construida sobre la arrogancia científica y la economía convencional, ciega a la complejidad de los procesos ecológicos?
• ¿Es posible minimizar los conceptos éticos y reducir los riesgos ambientales, manteniendo los beneficios?
También surgen algunas preguntas específicas sobre la naturaleza de la tecnología, en tanto otras cuestionan la dominación de la agenda de investigación agrícola, por intereses comerciales.
La distribución desigual de los beneficios, los posibles riesgos ambientales y la explotación de los recursos genéticos, de las naciones pobres por las ricas, demandan algunos interrogantes más profundos:
• ¿Quién se beneficia de la tecnología? ¿Quién pierde?
• ¿Cuáles son las consecuencias para el ambiente y la salud?
• ¿Cuáles han sido las alternativas ignoradas?
• ¿A qué necesidades responde la biotecnología?
• ¿Cómo afecta la tecnología a lo que se está produciendo, cómo, para qué y para quién se está produciendo?
• ¿Cuáles son las metas sociales y los criterios éticos que guían el problema de la elección de la investigación biotecnólogica?
• ¿Biotecnología para lograr qué metas sociales y agronómicas?
Muchas preguntas. Respuestas difíciles. Yo no las tengo.
Pensemos juntos.

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Las corporaciones de agroquímicos, que controlan la innovación agrícola a través de la biotecnología, sostienen que la ingeniería genética mejorará la sustentabilidad de la agricultura, resolviendo los problemas que afectan al manejo agrícola convencional y librarán a los agricultores del tercer mundo de la baja productividad, la pobreza y el hambre (Molnar y Kinnucan, 1989; Gresshoft, 1996).
Comparando el mito con la realidad, Miguel Altieri, de la Universidad de Berkely, California, Estados Unidos, describe cómo y por qué los avances actuales de la biotecnología agrícola no logran tales promesas y expectativas. Aquí sus comentarios:

1- La biotecnología beneficiará a los agricultores de EE.UU. y del mundo desarrollado.

La mayoría de las innovaciones en biotecnología agrícola, son motivadas por criterios económicos más que por necesidades humanas, por lo tanto la finalidad de la industria de la ingeniería genética no es resolver problemas agrícolas sino obtener ganancias. Más aún, la biotecnología busca industrializar la agricultura en mayor grado e intensificar la dependencia de los agricultores en insumos industriales, ayudados por un sistema de derechos de propiedad intelectual que inhibe legalmente los derechos de los agricultores a reproducir, intercambiar y almacenar semillas (Busch et al., 1990). Al controlar el germoplasma desde la semilla hasta la venta y forzar a los agricultores a pagar precios inflados por los paquetes de semilla-químicos, las compañías están dispuestas a obtener el mayor provecho de su inversión.

Debido a que las biotecnologías requieren grandes capitales, ellas continuarán condicionando el patrón de cambio de la agricultura en los Estados Unidos, aumentando la concentración de la producción agrícola en manos de las grandes corporaciones.
Como en el caso de otras tecnologías que ahorran mano de obra, al aumentar la productividad, la biotecnología tiende a reducir los precios de los bienes y a poner en marcha una maquinaria tecnológica que deja fuera del negocio a un número significativo de agricultores, especialmente de pequeña escala. El ejemplo de la hormona de crecimiento bovino confirma la hipótesis de que la biotecnología acelerará la desaparición de las pequeñas fincas lecheras (Krimsky y Wrubel, 1996).

2 – La biotecnología beneficiará a los pequeños agricultores y favorecerá a los hambrientos y pobres del tercer mundo.
Si la Revolución Verde ignoró a los agricultores pequeños y de escasos recursos, la biotecnología exacerbará aún más la marginalización porque tales tecnologías, que están bajo el control de corporaciones y protegidas por patentes, son costosas e inapropiadas para las necesidades y circunstancias de los grupos indígenas y campesinos (Lipton, 1989). Ya que la biotecnología es una actividad principalmente comercial, esta realidad determina las prioridades de qué investigar, cómo se aplica y a quién beneficiará. En tanto el mundo carece de alimentos y sufre de contaminación por pesticidas, el foco de las corporaciones multinacionales es la ganancia, no la filantropía. Esta es la razón por la cual los biotecnólogos diseñan cultivos transgénicos para nuevos tipos de mercado o para sustitución de las importaciones, en lugar de buscar mayor producción de alimentos (Mander y Goldsmith, 1996).
En general las compañías de biotecnología dan énfasis a un rango limitado de cultivos para los cuales hay mercados grandes y seguros, dirigidos a sistemas de producción de grandes capitales. Como los cultivos transgénicos son plantas patentadas, esto significa que campesinos pueden perder los derechos sobre su propio germoplasma regional y no se les permitirá, según el GATT, reproducir, intercambiar o almacenar semillas de su cosecha (Grupo Crucible, 1994). Es difícil concebir cómo se introducirá este tipo de tecnología en los países del tercer mundo de modo que favorezca a las masas de agricultores pobres. Si los biotecnólogos estuvieran realmente comprometidos en alimentar al mundo, ¿por qué los genios de la biotecnología no se vuelcan a desarrollar nuevas variedades de cultivos más tolerantes a las malezas, en vez de a los herbicidas?, ¿o por qué no se desarrollan productos más promisorios de biotecnología como plantas fijadoras de nitrógeno o tolerantes a la sequía?.
Los productos de la biotecnología debilitarán las exportaciones de los países del tercer mundo, especialmente de los productores de pequeña escala. El desarrollo, vía biotecnología, del producto "Thaumatin", es apenas el comienzo de una transición a edulco-rantes alternativos que reemplazarán al mercado del azúcar del tercer mundo en el futuro (Mander y Goldsmith, 1996). Se estima que alrededor de 10 millones de agricultores de caña de azúcar, en el tercer mundo, podrían enfrentar una pérdida de su sustento cuando los edulcorantes, procesados en laboratorio, comiencen a invadir los mercados mundiales. La fructosa producida por la biotec-nología ya ha capturado cerca del 10% del mercado mundial y ha causado la caída de los precios del azúcar, dejando sin trabajo a cientos de miles de trabajadores. Pero tal limitación de las oportunidades rurales no se limita a los edulcorantes. Aproximadamente 70.000 agricultores productores de vainilla en Madagascar quedaron en la ruina cuando una firma de Texas produjo vainilla en sus laboratorios de biotecnología (Busch et al., 1990). La expansión de las palmas aceiteras clonadas por Unilever incremen-tarán de manera sustancial la producción de aceite de palma con dramáticas consecuencias para los agricultores que producen otros aceites vegetales (de maní en Senegal y de coco en Filipinas).

3 – La biotecnología no atentará contra la soberanía ecológica del tercer mundo.

Desde que el norte se dio cuenta de los servicios ecológicos que proporciona la biodiversidad, de los cuales el sur es el mayor repositorio, el tercer mundo ha sido testigo de una «fiebre genética», en la medida en que las corporaciones multinacionales exploran los bosques, campos de cultivos y costas, en busca del oro genético del sur (Kloppenburg, 1988). Protegidas por el GATT, estas corporaciones practican libremente la "biopiratería", la cual cuesta a las naciones en desarrollo, según la Fundación para el Avance Rural (RAFI), unos US$4.5 mil millones al año por la pérdida de regalías de las compañías productoras de alimentos y productos farmacéuticos, las cuales usan el germoplasma y las plantas medicinales de los campesinos e indígenas (Levidow y Carr, 1997).
Está claro que los pueblos indígenas y su diversidad, son vistos como materia prima por las corporaciones multinacionales, las cuales han obtenido miles de millones de dólares en semillas desarrolladas en los laboratorios de EE.UU., a partir de germoplasma que los agricultores del tercer mundo mejoraron cuidadosamente, por generaciones (Fowler y Mooney, 1990).Por el momento, los campesinos no son recompensados por su milenario conocimiento, mientras las corporaciones multinacionales empiezan a obtener regalías de los países del tercer mundo, estimadas en miles de millones de dólares. Hasta ahora las compañías de biotecnología no han recompensado a los agricultores del tercer mundo por las semillas que toman y usan (Kloppenburg, 1988).

4 – La biotecnología conducirá a la conservación de la biodiversidad.
Aunque la biotecnología tiene la capacidad de crear una mayor variedad de plantas comerciales y de esta manera contribuir a la biodiversidad, es difícil que esto suceda. La estrategia de las corporaciones multinacionales es crear amplios mercados internacionales para la semilla de un solo producto. La tendencia es formar mercados internacionales uniformes de semillas (MacDonald, 1991). Aún más, las medidas dictadas por las corporaciones multinacionales sobre el sistema de patentes, que prohibe a los agricultores reusar la semilla que rinde sus cosechas, afectará las posibilidades de la conservación in situ y el mejoramiento de la diversidad genética en el ámbito local.
Los sistemas agrícolas desarrollados con cultivos transgénicos, favorecerán los monocultivos que se caracterizan por niveles peligrosos de homogeneidad genética, los cuales conducen a una mayor vulnerabilidad de los sistemas agrícolas al estrés biótico y abiótico (Robinson, 1996). Conforme la nueva semilla producida por bioingeniería reemplace a las antiguas variedades tradicionales y a sus parientes silvestres, se acelerará la erosión genética (Fowler y Mooney, 1990). De este modo, la presión por la uniformidad no sólo destruirá la diversidad de los recursos genéticos, sino que también romperá la complejidad biológica, que condiciona la sustentabilidad de los sistemas agrícolas tradicionales (Altieri, 1994).

5 – La biotecnología no es ecológicamente dañina y dará origen a una agricultura sostenible libre de químicos.
La biotecnología se está desarrollando para parchar los problemas causados por anteriores tecnologías con agroquímicos (resistencia a los pesticidas, contaminación, degradación del suelo, etc.), los cuales fueron promovidos por las mismas compañías que ahora son líderes de la bio-revolución. Los cultivos transgénicos, desarrollados para el control de plagas siguen fielmente el paradigma de los pesticidas, de usar un solo mecanismo de control que ha fallado una y otra vez con insectos, patógenos y malezas (NRC, 1996). Los cultivos transgénicos tienden a incrementar el uso de los pesticidas y acelerar la evolución de «super malezas» y plagas de razas de insectos resistentes (Rissler y Melion, 1996). El enfoque «un gen resistente – una plaga» ha sido superado fácilmente por las plagas, las cuales se adaptan continuamente a nuevas situaciones y evolucionan mecanismos de detoxificación (Robinson 1997).
Hay muchas preguntas ecológicas sin respuestas, referentes al impacto de la liberación de plantas y microorganismos transgénicos en el medio ambiente. Entre los principales riesgos asociados con las plantas obtenidas por ingeniería genética, están la transferencia no intencional de los "trangenes" a parientes silvestres de los cultivos y los efectos ecológicos impredecibles que esto implica (Rissler y Mellon, 1996).
Por las consideraciones mencionadas, la teoría agroecológica predice que la biotecnología exacerbará los problemas de la agricultura convencional y al promover los monocultivos, también socavará los métodos ecológicos de manejo agrícola tales como la rotación y los policultivos (Hindmarsh, 1991). Como está concebida, en la actualidad la biotecnología no se adapta a los ideales amplios de una agricultura sostenible (Kloppenburg y Burrows, 1996).

6 – La biotecnología mejorará el uso de la biología molecular para beneficio de todos los sectores de la sociedad.
La demanda por la nueva biotecnología no surgió como un resultado de demandas sociales, sino de cambios en las leyes de patentes y los intereses de lucro de las compañías de químicos, de enlazar semillas y pesticidas. El producto surgió a partir de los avances sensacionales de la biología molecular y de la disponibilidad de capitales aventureros, por arriesgar como resultado de leyes favorables de impuestos (Webber, 1990). El peligro está en que el sector privado está influyendo en la dirección de la investigación del sector público, en una forma sin precedentes (Kleinman y Kloppenburg, 1988).
En la medida en que más universidades e institutos públicos de investigación, se asocien con las corporaciones, aparecen cuestiones éticas más serias sobre quién es dueño de los resultados de la investigación y qué investigaciones se hacen. La tendencia a guardar el secreto de los investigadores universitarios involu-crados, en tales asociaciones, trae a colación preguntas sobre ética personal y sobre conflictos de intereses. En muchas universidades, la habilidad de un profesor para atraer la inversión privada, es a menudo más importante que las calificaciones académicas, eliminando los incentivos para que los científicos sean responsables ante la sociedad. Las áreas como el control biológico y la agroecología, que no atraen el apoyo corporativo, están siendo dejadas de lado y esto no favorece al interés público (Kleinman y Koppenburg, 1988).
A fines de los 80, una publicación de Monsanto indicaba que la biotecnología revolucionaría la agricultura en el futuro con productos basados en los métodos propios de la naturaleza, haciendo que el sistema agrícola sea más amigable para el medio ambiente y más provechoso para el agricultor (OTA, 1992). Más aún, se proporcionarían plantas con defensas genéticas autoincor-poradas contra insectos y patógenos. Desde entonces, muchas otros han prometido varias otras recompensas que la biotecnología puede brindar a través del mejoramiento de cultivos.
Miguel Altieri agrega a su análisis: "El dilema ético es que muchas de estas promesas son infundadas y muchas de las ventajas o beneficios de la biotecnología no han podido o no han sido hechas realidad. Aunque es claro que la biotecnología puede ayudar a mejorar la agricultura, dada su actual orientación, la biotecnología promete mas bien daños al medio ambiente, una mayor industrialización de la agricultura y una intrusión mas profunda de intereses privados en la investigación del sector público. Hasta ahora la dominación económica y la política de las corporaciones multinacionales, en la agenda de desarrollo agrícola, ha tenido éxito a expensas de los intereses de los consumidores, los campesinos, las pequeñas fincas familiares, la vida silvestre y el medio ambiente".
En este tema, el debate no termina dado que se van incorporando nuevos elementos de análisis que requieren extremar los mecanismos del equilibrio y la ponderación. En nuestro país, por caso, no puede obviarse los avances de la Siembra Directa (SD), una técnica que ha permitido recuperar suelos degradados y evitar la erosión de los que hoy se encuentran sometidos a una explotación intensiva. Esta técnica, permite una alta fijación de carbono al suelo y una sensible disminución en el uso de agroquímicos y combustibles fósiles (en maquinarias antes utilizadas en el método tradicional de siembra). Según lo demuestra un estudio publicado oportunamente por el CENIT, la aplicación de la SD le ha permitido a la Argentina aumentar considerablemente su producción en determinados cultivos, sin que se advierta una paralela degradación de aquellas tierras. Aumentar la producción de alimentos, es la otra variable que se incorpora en este debate. En su paso por nuestro país y en el mayor de los silencios, sin aparecer en las revistas de actualidad, ni en los suplementos de los grandes medios masivos de comunicación, el Premio Nobel de la Paz 1970, Norman Borlaug, fue muy claro respecto al panorama alimentario y poblacional del mundo.
"Cada año se suman a la demanda alimentaria mundial, 90 millones de personas. A pesar de las reservas existentes, según la FAO, hay 800 millones de personas en el planeta que no reciben el alimento suficiente. La resolución de esta situación debe ser prioritaria y en lo personal, no estoy interesado en distribuir equitativamente el hambre. Por eso, para hacer frente a estos requerimientos, necesitamos rápidamente aplicar la mayor tecnología posible a la agricultura". Y acto seguido lanzó el guante: "La biotecnología resulta la herramienta menos ofensiva. A diferencia de la naturaleza, es tremendamente rápida y precisa en la incorporación de genes que interesan para el mejoramiento de los cultivos; existe un desconocimiento por parte de la gente común acerca de la biotecnología. No sabe que está instalada en la naturaleza hace miles de años; las variaciones genéticas de las plantas son parte de un proceso natural. El trigo, por caso, es una planta muy compleja y a lo largo del tiempo ha ido sufriendo sus propias modificaciones". Habla el científico que merced a sus ensayos con el llamado "trigo petiso" dejó el terreno abonado para que millones de africanos y asiáticos cuenten hoy con trigo en su dieta.
Las organizaciones públicas nacionales e internacionales tendrán que monitorear y controlar, que los conocimientos aplicados no sean solo propiedad del sector privado, para proteger que tal conocimiento continúe en el dominio público, para beneficio de las sociedades rurales. Deben desarrollarse regímenes de regulación controlados públicamente y emplearlos para monitorear y evaluar los riesgos sociales y ambientales de los productos de la biotecnología (Webber, 1990).
Finalmente, la tendencia hacia una visión reduccionista de la naturaleza y la agricultura, promovida por la biotecnología contemporánea debe ser revertida por un enfoque más holístico de la agricultura, para asegurar que las alternativas agroecológicas no sean ignoradas y que sólo se investiguen y desarrollen aspectos biotecnológicos ecológicamente aceptables.

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El planeta clama socorro y piedad a gritos desesperados, por eso cabe hacer referencia a una teoría basada en la alternativa de interpretar al planeta como cuerpo planetario vivo, que puede experimentar salud y enfermedad (la tierra vista como un sistema singular, una entidad viva). La teoría Gaia describe al ecosistema planetario como a un organismo vivo, en el sentido de activo, pues mantiene interacción entre todos sus componentes.
Sus enfermedades planetarias, podrían ser el equivalente a los conocidos problemas ambientales. Por ejemplo, los escalofríos nucleares, las fiebres del invernadero, la indigestión de la lluvia ácida o las manchas en el ozono serían las patologías que padece éste organismo, al cual se hace referencia. Los hombres ¿no nos habremos convertido en un tumor para la tierra?. Cabe el planteo para invitar a la reflexión.
Es verdad que esta hipótesis aún no está demostrada, pero bien puede servir como una visión más de los problemas que acontecen en la tierra, para marcar la importante necesidad que tiene la naturaleza -los hombres incluidos- de cambiar intereses inmediatos y egoístas, por desarrollo en beneficio del presente y del futuro en todo el mundo.
Los científicos suelen rebatir ésta posibilidad, calificando la teoría como no científica, pero ¿importa esto si de todos modos el argumento en el cual se apoya la hipótesis Gaia apela al despertar de ciertos sentidos dormidos? Creo que si logramos de una manera u otra -sin desatender la importancia de llevar a cabo investigaciones serias, ni separarnos del objetivo de buscar soluciones y prevenciones ambientales-, rescatar la arista ética de las personas para actuar en correspondencia con sus compromisos y responsabilidades morales, bien valdrá el intento de continuar apoyando el supuesto de un planeta visto como un organismo vivo.
Al esperar los resultados de lentos estudios por parte de la ciencia, como única disciplina que pueda ofrecer un diagnóstico serio, quizás estemos demorando, o lo que es peor aún, impidiendo que otras alternativas se asocien para aportar una solución a tanto caos.
 
Federico José Caeiro (h)
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(mucho más resistentes): consideraciones éticas
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