Los proyectos e intentos de frenar el aumento de partículas de CO2 en el aire son variadísimos, costosísimos e insegurísimos. Se mencionan todas las “soluciones” imaginables, salvo una bastante clara y directa: emitir menos CO2. Consumir menos. Viajar menos en auto, más en bicicleta; apostar más a transportes públicos y de entre ellos, a los que produzcan menos CO2. Achicar fletes y que por lo tanto, los perros y gatos porteños no puedan ya ingerir productos alimenticios provenientes de EE.UU., que tengamos que comer bananas misioneras y no ecuatorianas, limitar en una palabra la mundialización (que en realidad está avanzando) del mercado y apostar más a mercados locales o regionales.