La producción de granos para biocombustibles se dispara a pesar de los riesgos ambientales
El cultivo de granos para biocombustibles, un mercado que creció un 800% en cinco años, avanza en la Amazonía y el Cerrado y … Leer Más
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La humilde planta de agave es conocida principalmente por su uso en la producción de tequila, pero un equipo de investigación de la … Leer Más
El presidente de Brasil Bolsonaro permite ahora el cultivo de caña de azúcar en la región amazónica y en el Pantanal, antes prohibido. … Leer Más
Esa es la opinión de Alberto Iglesias y Cecilia Corregido, que trabajan en el Área de Enzimología Molecular del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL), dependiente de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y del CONICET
En Centro América, El Salvador, al igual que Guatemala, Honduras y Nicaragua padecen severos daños y pérdidas por los impactos del cambio climático. A pesar que solo contribuye con el 0.5% de las emisiones globales de gases de invernadero, actualmente está entre las regiones más impactadas. El año pasado la organización alemana Germanwatch en su Índice de Riesgo Climático Global concluye que 4 países de Centroamérica como los más afectados mundialmente por el cambio climático.
En el marco del debate actual, los economistas, nuevamente, han dado en el clavo: ¡Hay que diversificar la matriz productiva! Sin embargo, como el escenario hiede a circo y lo que digas o dejes de decir son votos, empiezan los disparos a ojo cerrado. Así pues, el Sr. Presidente, con todo el ánimo del caso y la mejor intensión, se ha referido a los biocombustibles como una vía más para la diversificación de la matriz productiva, y rápidamente la respuesta ha sido dada por el ex-Presidente de la Asamblea Constituyente: “…biocombustibles ¡No! Solo si son de segunda generación…con residuos”.
La tarea del corte de la caña es en sí enormemente penosa y físicamente desgastante. Cada mañana los trabajadores se lanzan sobre el surco de caña con el machete en la mano sabiendo que centenares de metros más adelante, después de haber cortado 10 o 12 toneladas de caña, apenas habrán ganado lo mínimamente necesario para comprar algunos alimentos y, en el caso de los trabajadores migrantes, para ocasionalmente enviar algo a sus familias que quedaron lejos. Ellos saben en carne propia que la tierra libera cuando es sustento familiar, pero encadena y mata cuando es simple engranaje de una producción industrial.
Brasil es mundialmente considerado un caso ejemplar y “camino hacia delante” cuando se habla del éxito de los agrocombustibles. Lástima que los gobiernos que afirman eso para promover en sus países el modelo brasileño insistan en desconocer el alto costo social y ambiental del modelo de etanol de caña. Los movimientos y organizaciones sociales de Brasil se oponen a la idea de que se clasifique como “limpia” la energía generada por la caña, pues sus impactos sociales y ambientales son cada vez más devastadores.
En los últimos meses la oposición política al actual gobierno ha estado intensamente activa y no ha dudado en politizar ciertos temas socioeconómicos, entre ellos el tema alimentario, utilizando para el efecto no solo a los medios de comunicación a su servicio sino también a una serie de publicaciones que generan confusión, dudas y temores entre la población que no necesariamente es especialista en el tema.
“El Biodiesel: mitigará los efectos del cambio climático”, “mejorará las condiciones del ambiente” o “con la utilización de biocombustibles se estaría contribuyendo a un desarrollo sustentable del ambiente, a disminuir gradualmente la dependencia de los combustibles fósiles…
Hay un nuevo partícipe en las deliberaciones internacionales en torno al calentamiento global y los agrocombustibles: la industria de la biotecnología. Los gigantes corporativos de la genética proponen nuevas tecnologías, como árboles transgénicos, etanol celulósico de segunda generación y biología sintética, para sacar a la sociedad de su dependencia de los combustibles fósiles y combatir el cambio climático.
Los biocombustibles de primera generación, como el etanol y el biodiesel, debutaron en el escenario mundial como la solución a la trampa de los combustibles fósiles. Pronto comenzó a acumularse la evidencia de que esta supuesta solución bien podría ser un conjunto de nuevos problemas.
Las mal llamadas políticas de “desarrollo” impulsadas desde hace décadas por organismos internacionales como el BM, el FMI, la FAO, la OMC y otras, ya han demostrado ser un total desastre social y ambiental. Lo único que han logrado “desarrollar” son las ganancias de las grandes transnacionales, a expensas del hambre de la gente y la degradación ambiental.
La crisis alimentaria global beneficia a las multinacionales que monopolizan cada uno de los eslabones de la cadena de producción, transformación y distribución de los alimentos. Las tierras, las semillas, el agua… son propiedad de multinacionales que ponen un precio exorbitante a unos bienes que hasta hace muy poco eran públicos. Frente a la mercantilización de la vida, debemos de reivindicar el derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria, a controlar su agricultura y su alimentación.
El boom de los agrocombustibles surge a partir de las necesidades de energía de los países Europeos y de los estados Unidos principalmente, que han encontrado en los países latinoamericanos las condiciones ideales para producirlos, una despensa a la que se puede acudir para que puedan seguir manteniendo su desaforado ritmo de consumo, lo cual podría no ser tan malo si obedeciéramos al pie de la letra el principio de la precaución.
El Convenio sobre la Diversidad Biológica tiene una gran responsabilidad entre manos: definir si la biodiversidad estará al servicio de las empresas o al servicio de la gente. La próxima reunión de la Conferencia de las Partes (COP 9) que se realizará en Bonn, Alemania, del 19 al 30 de mayo, deberá resolver varios temas pendientes, entre ellos agrocombustibles, árboles transgénicos y diversidad forestal, en torno a los cuales no ha habido consensos.