Pablo Cingolani ha recorrido la selva boliviana, peruana y brasileña. Y se ha convertido en el defensor de su pureza. Su libro es una requisitoria a favor de sus fueros amenazados por una niebla de miseria. Pero más que un simple reclamo ecologista (que también lo tiene) su demanda –hecha con apasionada firmeza– es por el habitante de esa enmarañada hermosura, por el ser humano que sistemática y consuetudinariamente viene siendo diezmado en nombre de un progreso y una civilización devastadores, sin el menor resquicio de preservación de su ser mismo, de su cultura, de su poesía de su poder de creación.