La miel, placer sensorial y bocado exquisito, no solo endulza y procura energía sino que favorece la digestión y tonifica el sistema nervioso. Descubre las virtudes de esta alternativa natural al azúcar.
Compuesta principalmente por azúcares simples (82%), la miel proporciona unas 325 calorías por 100 gramos. Estos azúcares, de absorción rápida, se asimilan mejor que los de otros endulzantes.
El resto de la miel es prácticamente todo agua (17%) y una cantidad mínima de proteínas. En cuanto a micronutrientes, contiene pequeñas cantidades de minerales y vitaminas, así como varios flavonoides y ácidos fenólicos.
Sin embargo, uno de los componentes más interesantes de la miel por su efecto sobre la salud son las enzimas.
Se le atribuyen propiedades tonificantes, digestivas, antioxidantes, un efecto prebiótico, propiedades antimicrobianas, expectorantes, cicatrizantes y laxantes. Está indicada en caso de:
Estreñimiento. Por su suave acción laxante ayuda a regular el tránsito intestinal.
Afecciones respiratorias. De suave acción expectorante y antitusígena, la miel –y en particular la caliente– es útil en procesos bronquiales simples con tos seca y en niños. Tomada con regularidad (20 a 30 g diarios) puede evitar ataques de asma, posiblemente por el efecto desensibilizador del polen, que actuaría como una especie de vacuna (en pacientes sensibles puede dar reacción alérgica).
Nerviosismo y agotamiento. La glucosa es el principal nutriente para las neuronas. Además, procura energía a las células musculares. Dos cucharadas de miel potencian el efecto de cualquier infusión sedante.
Diarreas infecciosas. Tomar 3 o 4 cucharadas de miel al día, disuelta en agua, contribuye a cortar las diarreas infecciosas. Por su acción antibacteriana, también es efectiva en colitis infecciosas.
Protección hepática. La fructosa de la miel favorece la producción de glucógeno en las células hepáticas, sustancia que actúa como depósito de energía.
En gárgaras alivia la irritación de garganta, amigdalitis y faringitis.
Externamente se aprovechan sus propiedades antimicrobianas y antisépticas.
Riesgo para los bebés
La miel, al igual que otros endulzantes, puede ser peligrosa para los bebés. Esto se debe a que al mezclarse con los jugos digestivos no ácidos del niño se crea un ambiente ideal para el crecimiento de las esporas Clostridium botulinum. Las esporas del botulismo son de las pocas bacterias que sobreviven en la miel. Aunque son inofensivas para los adultos, el sistema digestivo de los pequeños no se halla lo suficientemente desarrollado para destruirlas y pueden causar botulismo infantil. Por esta razón se aconseja no alimentar con miel ni ningún otro endulzante a niños menores de 18 meses.
Del panal a la mesa
La miel ofrece todo un mundo de posibilidades en la cocina de cada día. En ensaladas, con algunos quesos frescos, en repostería y ensaladas de hoja verde la miel resulta un excelente compañero.
Si se emplea miel en lugar de azúcar en una receta de repostería, debe tenerse en cuenta que hay que reducir los líquidos en un 20%, pues ya los aporta la miel, y recordar que, por su capacidad de retener la humedad, la textura final de la masa será diferente.
Una miel diferente para cada flor
Según la flor de la que procede, la miel varía de sabor, color y textura, y se le atribuyen unos efectos u otros.
De romero: Sólida y blanquecina o ambarina, tonifica en caso de estrés o agotamiento, y estimula el hígado.
De azahar: De sabor fino, a naranja, fluida, amarillenta y de efecto sedante.
De espliego: Antiséptica y sedante, útil en bronquitis, catarros y tos nerviosa.
De eucalipto: Eficaz ante la tos y afecciones respiratorias.
De brezo: Oscura y sólida. Desinfecta y desinflama las vías urinarias, útil en cistitis y cálculos urinarios.
De encina: Oscura y consistente, rica en minerales.
De tomillo: Rojiza. Antiséptica y digestiva.
Dr. Pablo Saz (salud)
Laura Kohan (cocina)