Manifiesto hacia la COP 26
“A pesar del fracaso de los mecanismos de mercado para producir reducciones reales de emisiones en todo el mundo, se siguen promoviendo como … Leer Más
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Un informe reciente del Instituto Oakland detalla las diversas formas en que los gobiernos, voluntariamente o por la presión de las instituciones financieras … Leer Más
El capitalismo nos conduce de manera acelerada al colapso ecológico y a un abismo de mayor violencia, autoritarismo y desigualdad. Para desmantelarlo, se … Leer Más
A pesar de la opulencia de las grandes empresas, de su volumen indecente de beneficios, de la impunidad con la que actúan, el … Leer Más
Los barrios de grandes ciudades como Brooklyn o Manhattan en Nueva York, Belleville (París), o Lavapiés en Madrid, han sido sometidos a transformaciones en el paisaje urbano, con mejoras en los servicios y rehabilitación de edificios.
Las recientemente culminadas cumbres sobre la crisis ambiental global, la Rio+20 celebrada entre gobiernos y grandes instituciones supraestatales, y la Cumbre de los Pueblos (Cúpula dos Povos) donde convergieron miles de personas de organizaciones y movimientos sociales de todo el mundo, probablemente no hayan dejado en sus saldos finales mayores sorpresas.
El “servicio ambiental” de bosques más “comercializado” hasta el momento es el carbono. La experiencia con este servicio ambiental a través del “mercado de carbono” muestra que se trata de una solución falsa a la crisis climática, y que, por si fuera poco, causa la violación de derechos de pueblos indígenas y no indígenas, tanto en el Sur como en el entorno de las empresas contaminadoras en el Norte. La expansión y la adopción global del pago y comercio de servicios ambientales profundiza el proceso de mercantilización y financierización de la naturaleza.
El concepto de desarrollo sostenible, nacido en Río’92, ya está en crisis. A nivel mundial, los poderosos insisten en un paradigma de desarrollo que sigue priorizando el crecimiento económico y la expansión de la mercantilización de los bienes, un modelo que está al servicio de las transnacionales. Por ello hay mayor desigualdad social, menor acceso a la tierra, al agua, a la comida, al empleo y a otros servicios elementales. Y la Madre Tierra continúa siendo herida. No es posible encontrar soluciones a la crisis de civilización dentro de este sistema. No es un tema tecnológico. No se puede gestionar la voracidad de un sistema insaciable que todo lo convierte en mercancía, no quiere reducir emisiones ni cambiar la matriz energética, sino que compra y vende carbono.
En el año en el que tendrá lugar la conferencia Rio+20 sobre medio ambiente, el WRM quiere brindar información sobre los temas que prometen ocupar un lugar privilegiado en la agenda. Entre ellos están los servicios ambientales y los fenómenos relacionados, como el pago en servicios ambientales y su comercio. Muchas personas consideran complejo este tema, tal como ocurre con temáticas semejantes, como REDD, REDD+ y el ‘mercado de carbono’. Pero, ¿se trata de temáticas realmente tan complejas? O ¿son intencionalmente presentadas de una forma ‘compleja’ para que la mayor parte de la población no las discuta, y el debate quede en manos de los llamados ‘especialistas’?
El monopolio y concentración permite un fuerte control a la hora de determinar lo qué consumimos, a qué precio lo compramos, de quién procede, cómo ha sido elaborado, con qué productos, etc. Nuestra alimentación depende cada día más de los intereses de estas grandes cadenas de venta al detalle y su poder se evidencia con toda crudeza en una situación de crisis. Su aparición en el transcurso del siglo XX, ha contribuido a la mercantilización del qué, el cómo y el dónde compramos supeditando la alimentación, la agricultura y el consumo a la lógica del capital y del mercado.
La crisis alimentaria global beneficia a las multinacionales que monopolizan cada uno de los eslabones de la cadena de producción, transformación y distribución de los alimentos. Las tierras, las semillas, el agua… son propiedad de multinacionales que ponen un precio exorbitante a unos bienes que hasta hace muy poco eran públicos. Frente a la mercantilización de la vida, debemos de reivindicar el derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria, a controlar su agricultura y su alimentación.
El comercio y las compensaciones de carbono distraen la atención de los grandes cambios sistémicos y de las acciones políticas colectivas que es necesario realizar para transitar hacia una economía baja en carbono. Los mecanismos de comercialización y compensación de carbono representan una reducción del problema del cambio climático que niega la existencia de variables complejas en aras de la rentabilidad.
Nuestros hábitos alimentarios y de consumo han sufrido, en los últimos años, una profunda transformación. La aparición de los supermercados, hipermercados, cadenas de descuento, autoservicios… han contribuido a la mercantilización del qué, el cómo y el dónde compramos supeditando la alimentación, la agricultura y el consumo a la lógica del capital y del mercado.
El modelo civilizatorio capitalista posee, a decir del ecofilósofo español Joaquín Araújo, una naturaleza vampírica, es decir, sobrevive de chupar la vida (materias primas, trabajo, identidad, historia) del ser o los seres, poblaciones o países de los que se alimenta, convirtiendo a éstos a la vez en “no vivos”, en “muertos vivientes”.