Con el conflicto en Medio Oriente escalando continuamente, la Casa Blanca empieza a mover sus fichas y prepararse ante una eventual intervención que, de ocurrir, empezaría en dos semanas.
Preparados para el ataque
En horas de la mañana, la fuerza aérea del ejército de los Estados Unidos, ordenó el reposicionamiento de seis aviones bombarderos sigilosos B-2, estacionados en la base aérea Whiteman, ubicada en el estado de Missouri, con destino a la isla de Guam, en el Pacífico Sur.
Las aeronaves B-2 son de las más avanzadas y exclusivas del arsenal militar estadounidense, están diseñadas para poder transportar y dejar caer «bombas anti-búnker», que podrían ser fundamentales en una eventual intervención más directa de Estados Unidos en la escalada bélica de Medio Oriente.
Cabe la aclaración, de que el desplazamiento de estas aeronaves a una base diferente, no significa directamente que haya una decisión tomada en relación a un posible ataque. En el ámbito militar no es inusual reposicionar recursos estratégicos, para facilitar un abanico de opciones mayor para los mandatarios y comandantes.
La carga y el objetivo
Las bombas GBU-57, también conocidas como Penetrador de Artillería Masiva (MOP, por sus siglas en inglés), son explosivos que pesan más de trece toneladas, diseñadas para perforar la tierra y alcanzar objetivos subterráneos a gran profundidad.
Esto se logra solo gracias al gran peso de la carga a lo que se suma la fuerza de la gravedad para lograr penetrar múltiples capas de tierra, roca, minerales y hormigón, antes de detonar bajo tierra. Con ello, explican los expertos, podrían destruir la instalación subterránea o hacer colapsar su estructura, sin destruir la superficie completamente.
No obstante, los ensayos sobre la efectividad de las GBU-57 dieron resultados aceptables en objetivos enterrados hasta 60 metros de profundidad. Por lo tanto, hay serias dudas sobre su capacidad para afectar al objetivo principal de una posible intervención estadounidense.
La instalación de enriquecimiento de combustible de Fordo, en Irán, cuenta con instalaciones subterráneas ubicadas a 90 metros de profundidad, lo que sugiere que sería necesaria una secuencia de impactos consecutivos para poder alcanzar las estructuras enterradas, teniendo en cuenta que cada avión B-2 solo puede transportar hasta dos bombas MOP.
De hecho, la inutilización de las instalaciones de Fordo, donde el régimen iraní llevaba adelante buena parte de su investigación y enriquecimiento nuclear, parece ser el objetivo principal del Estado de Israel, y la razón por la que decidieron lanzar un «ataque preventivo».
Otro miedo nuclear
Un informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA), realizado tras una inspección de técnicos internacionales, aseguró que una parte del uranio en Fordo alcanzó un enriquecimiento del 83,7% de pureza. Las autoridades nucleares advirtieron que es un valor peligrosamente cercano al 90% necesario para la fabricación de armas nucleares.
Este informe fue más que suficiente para que el Estado de Israel diera inicio, el pasado viernes 13 de junio, a la «Operación León Ascendente», que implicaba el ataque sorpresivo y coordinado a varios sitios nucleares y bases militares dentro del territorio de Irán, lo que continuó en una serie de ataques de represalia que continúan hasta hoy.
Ante la posibilidad de que el régimen iraní obtenga su bomba atómica, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, autorizó el inicio de la operación y manifestó que se extenderá «tantos días como sea necesario».
Netanyahu (que si tiene armas nucleares a su disposición), celebró haber golpeado «el corazón del programa de enriquecimiento nuclear de Irán» y su «programa de misiles balísticos», al haber atacado tanto las instalaciones sobre tierra de Fordo, como las de Natanz, provocando hasta el momento la muerte de 657 iraníes.
El movimiento de activos bélicos entre bases estratégicas, es una parte elemental de la doctrina militar, que permite a los comandantes en diferentes zonas del mundo, acceder a más opciones a la hora de abordar una operación.