La decisión de Estados Unidos de frenar las conversaciones comerciales con Tailandia cayó como un balde de agua fría en Bangkok, no solo porque el diálogo venía avanzando con cierta estabilidad, sino porque Washington lo vinculó directamente con los conflictos fronterizos que suceden entre Tailandia y Camboya.
La suspensión que reconfigura el tablero para Estados Unidos
La Cancillería tailandesa informó que recibió una carta formal de la administración estadounidense en la que Washington comunicó su decisión de detener temporalmente las negociaciones. En ese sentido, no se trata de un gesto menor porque Estados Unidos dejó en claro que las conversaciones «podrían reanudarse una vez que Tailandia reafirmara su compromiso de implementar» el acuerdo de paz firmado en octubre.
Detrás de esa fase diplomática se esconde la preocupación de Trump por el deterioro en la frontera debido a que tres días antes de la suspensión, soldados de ambos países se acusaron mutuamente de abrir fuego pese a que Camboya y Tailandia se reunieron en Malasia, pero el enfriamiento dejó un muerto y tres heridos del lado camboyano, un punto de inflexión que volvió a generar cierta tensión ante un límite históricamente delicado.
Cabe mencionar que Estados Unidos paralizó el convenio comercial no por razones económicas, sino como una forma de presión política frente a la ruptura del acuerdo de paz; para explicarlo mejor y en otras palabras… el comercio quedó atrapado dentro de este conflicto regional.
La reacción de Bangkok y el mensaje entre líneas
La respuesta del gobierno tailandés no tardó en llegar porque en su comunicado oficial, Bangkok lamentó la postura estadounidense y aseguró que «las cuestiones de seguridad no deben vincularse a los asuntos comerciales», una frase que expone con claridad el malestar interno.
Para Tailandia, la mesa económica debía seguir su curso sin condicionamientos, pero aun así, el Ejecutivo liderado por Anutin Charnvirakul evitó cerrar puertas, siendo que reiteró que continuará buscando nuevos tratados de libre comercio y ampliando mercados, una forma diplomática de decir: seguimos abiertos al mundo, incluso si esta negociación queda congelada.
Sin embargo, en la llamada que Anutin mantuvo con Donald Trump la noche del viernes, el primer ministro fue más directo. Le advirtió que Tailandia «debe reservarse el derecho de tomar las medidas necesarias para proteger su soberanía», una frase que muestra que la paciencia tiene un límite y que el conflicto con Camboya es, para Bangkok, un asunto importante de seguridad nacional.
El trasfondo: minas, fronteras y un conflicto que hierve
Todo este escenario se precipitó después de que Tailandia suspendiera el acuerdo de paz con Camboya el lunes pasado, pero la razón es que uno de sus soldados perdió una pierna por la explosión de una mina terrestre. Bangkok sostiene que el artefacto fue colocado recientemente; Noem Pen afirma que se trata de una mina vieja, remanente de otros conflictos.
Pero no es la primera vez que la frontera se convierte en un territorio impredecible, pero en julio, ambos países protagonizaron cinco días de enfrentamientos que dejaron alrededor de 50 muertos; en este caso, esto es un conflicto que arrastra historia: la frontera fue cartografiada por Francia en 1907, cuando Camboya era colonia, y desde entonces los desacuerdos se reavivan cada cierto tiempo.
Mientras tanto, Trump se adjudicó un rol de contención al asegurar que su mera advertencia sobre posibles tarifas comerciales bastó para evitar una escalada mayor; entonces, a su vez, también quiere verse como intermediario. Bangkok observa todo con cautela, mientras que Camboya mantiene su narrativa.
De igual manera, hay que tener en cuenta que la suspensión del diálogo comercial no cierra la puerta, pero sí envía un mensaje contundente: para la Casa Blanca, la estabilidad fronteriza es una condición previa al acuerdo para garantizar mayor seguridad, por eso Trump se metió para lograr el alto al fuego, pero Tailandia, en cambio, remarca que economía y seguridad no deben mezclarse.
