Al mediodía, en el Vaticano, el Papa León XIV se reunió con más de 1300 personas en situación de pobreza y exclusión para compartir un almuerzo especial en el Aula Pablo VI, convertida para la ocasión en un enorme comedor comunitario. La actividad formó parte de la Jornada Mundial de los Pobres, un momento que cada año invita a mirar de frente a quienes viven con mayores dificultades.
Un almuerzo preparado con dignidad y una organización internacional detrás
León XIV se sentó a la mesa junto a 1300 personas vulnerables, compartiendo un almuerzo cuyo propósito era recordar que la dignidad humana no se negocia; también el encuentro fue organizado por la Congregación de la Misión, en representación de los misioneros vicencianos del mundo, quienes celebran este año el 400º aniversario del nacimiento de su fundador.
Junto a ellos participaron también las Hijas de la Caridad, parte clave de la familia vicentina, que aportó voluntarios y organización; también le devolvió 62 artefactos indígenas a Canadá. El menú buscó transmitir cariño: lasaña, pollo empanado con patatas y el tradicional babá italiano, servido directamente por voluntarios de las distintas ramas vicencianas.
Lo cierto es que esa decisión fue coherente con el sentido profundo de la jornada para ofrecer no solo un alimento caliente, sino una muestra de respeto porque cada mesa fue atendida con dedicación, demostrando que todos merecen sentirse acogidos, especialmente quienes viven en situaciones difíciles.
Mensajes del Papa y una oración que abrazó a todos
Tras el almuerzo, el Papa tomó la palabra para agradecer la labor de la familia: «Este almuerzo que ahora recibimos es ofrecido por la Providencia y por la gran generosidad de la Comunidad de San Vicente», expresó, reconociendo el trabajo de quienes acompañan cotidianamente a los más pobres.
También recordó a su predecesor: «Con gran alegría nos reunimos esta tarde para este almuerzo, en la Jornada de los Pobres que tanto quiso mi amado predecesor, el Papa Francisco». En ese sentido, sus palabras hicieron eco en el Aula Pablo VI, donde muchos escuchaban con atención y emoción.
El Pontífice elevó luego una oración por los presentes y por quienes sufren en el mundo, pidiendo bendiciones para sus vidas y sus seres queridos, pero también habló de violencia, de hambre, de guerra y del deseo de celebrar la fraternidad, incluso en medio de los desafíos globales. Su mensaje final, sencillo y directo, fue una invitación a seguir caminando juntos en el amor: «Bendice nuestra vida, nuestra fraternidad… ¡Muchos saludos y buen provecho!».
Música napolitana, invitados y un gesto final de cercanía
La jornada estuvo animada por música interpretada por 100 jóvenes del barrio Rione Sanitá de Nápoles, participantes de los programas educativos Sanitansamble y Tomá a Cantá; sus melodías clásicas y napolitanas aportaron un clima festivo y esperanzador, como si cada nota recordara que la caridad también se expresa a través del arte, algo parecido al lenguaje de la paz que puede generar el cine.
Cabe mencionar que esto ocurrió como en años anteriores; la Santa Sede invitó, a través del limosnero papal, el cardenal Konrad Kranjewski, a un grupo de personas trans de Torvaianica. El P. Andrea Conocchia confirmó que eran cerca de 50 entre los más de 1300 invitados, un gesto que buscó remarcar que nadie queda fuera cuando se habla de dignidad y acompañamiento.
Por otro lado, antes de retirarse, cada participante recibió la llamada «Mochila de San Vicente», preparada por la Familia Vicenciana de Italia, que dentro llevaba alimentos, artículos de higiene y un recordatorio claro: la solidaridad no termina al dejar el Aula Pablo VI. También, el Pontífice nos indica que no hay que normalizar la guerra, ya sea entre clases o países, porque «Dios es un Padre misericordioso».
