En el contexto de una ceremonia muy sobria llevada a cabo en la Basílica de San Pedro, la homilía de la Misa del día de Navidad resonó con un mensaje de esperanza, afirmando que la paz que no es una utopía, sino una realidad presente, incluso en el seno de la devastación. El Papa proclamó que la paz «ya existe en medio de nosotros». La liturgia evocó desde el comienzo la figura profética del mensajero que desde las ruinas de la ciudad camina entre los escombros. «Prorrumpan en gritos de alegría», fue la invitación de inicio para quienes se encuentran «entre las ruinas de una ciudad que es necesario reconstruir». El Pontífice describió la belleza paradójica del mensajero que tenía «los pies llenos de polvo, heridos después de ir por caminos que son difíciles», pero que traía el anuncio de «todo renace».
La paradoja divina: el Verbo que llora
Uno de los puntos neurálgicos en el saber teológico se centró en la orientación del «Verbo» (la Palabra de Dios). Aclarado que «el «verbo», lingüísticamente, es una palabra que señala una acción», añade que «una propiedad sustantiva de la Palabra divina es que nunca queda sin efecto». Sin embargo, la Navidad establece una sorpresa desconcertante: «el Verbo de Dios se hace presente, no sabe hablar, viene como un recién nacido que llora y llora».
Esta manifestación en la desnudez radical de la carne humana es la presentación de la paz. Confirmaba la homilía que aunque Jesús aprendería más tarde la lengua de su pueblo, en el pesebre «lo que ahora habla es solamente su presencia sencilla y frágil». Esta fragilidad no es casual, es la representación de todos aquellos que no tienen voz. El Papa recordó a continuación que la carne humana, en su vulnerabilidad, «requiere de cuidado, solicita acogidas y reconocimientos, busca las manos capaces de ternura y las mentes listas para la atención».
Palpar la carne sufriente de la humanidad
El mensaje se tornó serio y urgente, ya que se tuvo en cuenta la realidad geopolítica actual. Recordando la exhortación Evangelii gaudium, el Papa recordó igualmente que Cristo espera de los creyentes que no busquen refugios personales con el fin de mantenerse alejados del «nudo de la tormenta humana»: la auténtica fe se traduce en «aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros» y en palpar «la carne sufriente de los demás».
Reconociendo explícitamente los conflictos de hoy, la homilía hizo conexión entre la «tienda» del Verbo encarnado y las crisis humanitarias actuales. «Y ¿cómo no pensar en las tiendas de Gaza, ya desde hace semanas expuestas a la lluvia, al viento y al frío?», cuestionó en el mensaje, evocando la situación de los desplazados, de los refugiados, de los despojados de sus casas en las ciudades actuales.
El final de los monólogos y el camino del diálogo
La homilía finalmente trazó la senda para la Iglesia y la sociedad: el recorrido del monólogo hacia el diálogo. Se advirtió que la Navidad incita a una «Iglesia misionera», no al servicio de una «palabra prepotente» (que sobran en todas partes), sino a una presencia que genera el bien sin atribuirse la propiedad.
El Santo Padre remarcó que «en Dios cada palabra es palabra dicha, bien puede entenderse como invitación para el diálogo»; a su vez, definió lo «mundano» como lo contrario: el «centrarse en uno mismo». La frase final en la que se precisó la convivencia de los humanos fue la siguiente: «Habrá paz cuando nuestros monólogos se frenen por la escucha y caigamos de rodillas ante la carne desnuda de los demás». La Misa de Navidad concluyó con una invocación a la Virgen María como Reina de la paz.
