En la Capilla Sixtina, los frescos de Miguel Ángel deslumbran por su grandeza, allí existe una pequeña habitación que contrasta con todo a su alrededor: la Sala de las lágrimas. En ella no hay oro ni luz, sino una bóveda, escaleras laterales y un mobiliario esencial: una mesa, un perchero, dos sillas oscuras y un sofá rojo.
Este lugar, es un espacio escondido, apenas visible que está ubicado justo tras la pared del Juicio Final, lo que demuestra que quien cruza su umbral deja de ser cardenal y se prepara para asumir la más alta responsabilidad de la Iglesia católica.
La sala de las lágrimas no es un simple vestidor, sino un lugar donde el nuevo pontífice, aún sin ornamentos, inicia su transformación. Poco antes, el elegido pronuncia la fórmula del ritual de aceptación, a solas o con la asistencia del maestro de ceremonias, tiene lugar pausa para la reflexión en donde algunos papas han llorado por la magnitud del hecho.
Stanza delle Lacrime: un lugar con historia silenciosa
El sitio llamado de manera oficial como Stanza delle Lacrime, tiene una historia silenciosa que marca que fue nombrado así tras el episodio de Gregorio XIV, quien en 1590 rompió en lágrimas al ingresar, recién elegido. Desde ese entonces, el llanto en este lugar se volvió casi una tradición que no está institucionalizado.
En este tramo que suele ser corto entre el cónclave y la aparición pública del nuevo Papa, la transformación se da frente a tres sotanas blancas de distintos tamaños, el elegido se viste por primera vez con la prenda que lo distinguirá como Sucesor de Pedro.
Durante siglos, este acto fue contemplado con importancia pero la elección de la sotana no es un trámite logístico sino que más bien es parte de un rito de pasaje donde el cardenal abandona su identidad anterior para abrazar el papado, el color blanco pureza viene de herencia del dominico Pío V desde 1566.
Cada Pontífice vivió ese momento de manera única
En el caso de Juan XXII, en 1958 se dio que lloró desconsoladamente al ver la túnica blanca que no estaba preparada para él y tuvo que ser adaptada para su uso. También, Joseph Ratzinger, al asumir como Benedicto XVI, describió ese instante como el peso de una guillotina que caía sin aviso.
Además, el Papa Francisco, expresó su sentir con una frase que rompió el protocolo: “El carnaval se terminó”, dijo luego de rechazar las tradicionales zapatillas rojas porque eligió las suyas, marcando desde ese momento una preferencia hacia la austeridad.
Desde entonces, su pontificado se caracterizó por el rechazo del lujo y el énfasis en lo esencial. En esa pequeña sala no solo ocurren las lágrimas de los elegidos, sino también sus decisiones más importantes ya que en silencio, el Papa entiende que su vida ya no le pertenece.
Esta Sala de las Lágrimas es importante ya que actúa como una frontera
Otro punto importante de esta sala es que el Papa, cuando la atraviesa, sale por una de las puertas laterales de la Capilla Sixtina, ya vestido de blanco, para ser presentado al mundo desde el balcón de la Basílica de San Pedro, con la transformación ya consumada.
Es el único momento en que el nuevo Pontífice está solo con su conciencia, además, este lugar lo enfrenta con lo que acaba de aceptar: guiar a más de mil millones de católicos, convertirse en el Vicario de Cristo y ejercer un rol que, como dijo el Evangelio, lo llevará “a donde no quiera”.
En esa sala tan importante para la fe católica, se resguarda un silencio que suele contener lágrimas, plegarias y fuerza para cargar con el peso del anillo del Pescador. Así, la Sala de las Lágrimas permanece como un rincón más íntimo del Vaticano, donde un hombre deja de serlo para asumir el peso del infinito.