La espera concluyó de la forma más desafortunada para dos familias. La noticia que todo el mundo no quería conocer ni escuchar tiene nombre y apellidos: Sargento Edgar Brian Torres Tovar y Sargento William Nathaniel Howard. La Guardia Nacional ha confirmado lo que nadie deseaba oír. Estos dos jóvenes, uno de 25 años, el otro de 29, eran los soldados que perdieron la vida en la emboscada terrorista en la que fueron alcanzados el sábado pasado en Siria. Ambos formaban parte de la Guardia Nacional del Ejército de Iowa y estaban allí llevando a cabo una misión muy complicada: apoyar las operaciones para frenar el terrorismo en esta región.
Nombres que son historia y sufrimiento
Esa confirmación oficial no fue sólo un trámite administrativo. Fue un mensaje cargado de sensatez. La Guardia Nacional emitió un comunicado en el que se sentía el golpe que esto significa para la institución. «Enviamos nuestro cariño a sus familias… honramos su valor y sacrificio, y nunca los olvidaremos», decía el texto. No son palabras de simple protocolo. Perder a «dos de los suyos» golpea la moral de cualquier unidad.
Edgar Brian Torres Tovar era de la capital, Des Moines. William Nathaniel Howard, de Marshalltown. Ambos estaban lejos de casa, en un ambiente hostil, intentando que otros pudieran estar seguros. El ataque no sólo se llevó a dos hombres con experiencia. Dejó una herida abierta en sus hermanos sobrevivientes y en la familia del intérprete civil que también murió. Un recordatorio brutal de que, por mucho que a veces parezca que estas guerras son distantes o finales, el peligro para quienes están en el terreno está presente como una realidad cotidiana.
La visita que nadie quiere recibir
El relato de William Howard que todos conocían como Nate ha aflorado un sentimiento extremadamente vulnerable. Su padre, Jeffrey Bunn, jefe de policía de la Nación Meskwaki, tuvo que hacer uso de su página en las redes sociales para corroborar la pesadilla. Su testimonio fue desgarrador. Se limitó a relatar que él y su mujer, Misty, recibieron «esa visita de los comandantes del ejército que nadie quiere tener». Nate no era sólo un soldado con 11 años de experiencia que anhelaba alcanzar los 20 de servicio, era un hijo, un nieto que siguió los pasos de su abuelo y un tipo normal al que le gustaban los videojuegos, la carpintería y su trabajo de grabar con láser.
Sus compañeros lo describieron con una frase que lo deja todo claro: «Era el primero en entrar y el último en salir». Esa lealtad es lo que lo define. Nate trabajaba en Fisher Controls cuando no fuera del uniforme y era un miembro muy querido de su comunidad. Ver a un padre que tiene que escribir «volveremos a verte, hijo, hasta entonces, nos quedamos aquí» le otorga un rostro humano y devastador a los números de bajas que solemos ver en la televisión.
Un ataque que despierta sensaciones de amenaza.
Los ataques en Siria perpetrados por un remanente del ISIS nos devuelven la sensación de amenaza. Más allá de la geopolítica, lo que queda hoy en Iowa es el vacío que genera la muerte de quienes estaban extremando esfuerzos por la seguridad de los demás. Se borran así las diferencias cuando solamente queda el respeto por quienes pagaron el precio más alto. Al final, la muerte de Edgar y Nate se traduce en la tristeza de dos vidas truncadas. En medio de los homenajes y cuando las banderas se levantan a media asta, las historias de un chico de Des Moines y de un veterano de Marshalltown que amaba a su familia quedan grabadas en la memoria de su gente.
