Tomarse unas chelas es símbolo de esparcimiento y compartir entre amigos, pero esta rutina puede tener un coste medioambiental demasiado elevado, lo que afecta la preferencia de los consumidores al conocer que su bebida podría estar contribuyendo con la destrucción acelerada del planeta.
Esto puede causar que muchos cuando van a reunirse para tomar unas chelas perciban que ya no es un acto tan inofensivo y se sientan culpables por las consecuencias que tiene el proceso de fabricación, distribución y comercialización sobre el ambiente.
Industria de las chelas es altamente contaminante
La fabricación de chelas es un proceso poco amigable con el medio ambiente, en primera instancia por la siembra de cebada, el cereal principal para su elaboración, con fertilizantes y químicos que en las extensiones de tierra empleadas terminan quedándose durante largo tiempo.
Adicionalmente el uso intensivo de recursos como el agua que son empleados en proporción de 250% respecto a la producción de cada unidad. Igualmente, los procesos de filtrado a los que son sometidas las materias primas durante la producción de chelas, causa la emisión de aguas residuales y desperdicios sólidos.
Segun el tratamiento al que sean sometidos, pueden originar elevados niveles de contaminación. Así mismo, la cadena de distribución y comercio de este producto, al ser masivo, causa un impacto ambiental derivado de la emisión vehicular.
Chelas giran hacia la sostenibilidad
Durante los últimos años, hablar de sostenibilidad incorpora elementos ambientales, humanos y sociales propios de la interacción de las personas en los distintos ámbitos de la vida. De manera que no se puede hablar de sostenibilidad sin incorporar desde los procesos ligados intrínsecamente con el ambiente hasta los esquemas de incorporación de los ciudadanos en las responsabilidades o las interacciones de gobernabilidad dentro de las organizaciones.
La industria de las chelas no escapa a esta realidad, desde hace algunos años, las principales marcas se preocupan por dar respuesta a estas preocupaciones, incorporando nuevas estrategias a sus procesos clave, desde la manufactura hasta la distribución y el consumo. Apoyando las iniciativas de ESG y transición energética, participando incluso en importantes informes como el respaldado en Europa por la AENOR,
De esta forma, marcas particulares como Heineken, incorporan año tras año, elementos que le permiten impulsar la sostenibilidad, tales como la migración progresiva de todas sus plantas y estaciones a energías renovables, la incorporación de refrigeración ecoeficiente en sus aliados, entre otros, lo que le ha permitido certificar una reducción del 26% de la huella de carbono respecto al año 2018.
Igualmente, emplean una estrategia sostenible en la utilización del recurso hídrico, contribuyendo además al saneamiento de cuerpos de agua en trabajo conjunto con fundaciones y aliados sin fines de lucro. E incluso, han generado políticas de incorporación de los trabajadores turísticos en programas de formación mediante los que se impacta positivamente en el sector hotelero con relación a la sostenibilidad y retorno de los residuos.
Consumo responsable es más que una moda, cuáles son los pasos a seguir
Cada 10 chelas que son consumidas se aporta aproximadamente medio kilogramo de CO2 a la atmósfera, por lo que se considera significativo el aporte que realiza cada persona cuando decide refrescarse con esta bebida. De allí que ser un consumidor responsable amerita ser consiente del producto en todos sus aspectos, desde la producción hasta la disposición de los residuos posteriores a su consumo.
El consumo responsable va entonces más allá de solamente evitar que el producto o su envase se transformen rápidamente en basura, implica tener una ética ecológica en la que se reconozca cada paso que ha transitado el producto hasta nuestras manos, así como el destino final que tendrán cada uno de los residuos que se generan desde las plantas productoras o distribuidoras y posterior a nuestro consumo.