Fast Fashion se ha convertido en un modelo de negocio que es completamente insostenible: es malo para el ambiente, para sus trabajadores y para los consumidores. No es un ganar-ganar, pues sólo sus dueños amasan millones de dólares, mientras los compradores adquieren una prenda que pocas veces pasará de un año.
Se trata de la industria de la moda rápida, conocida por sus términos en inglés fast fashion o low cost, la cual se ha comercializado como una forma de obtener diseños en tendencia por un bajo costo. ¿Cuántos no han llenado sus clósets con ropa de Zara, H&M, Forever 21, Mango o Pull & Bear?
Desde hace algunos años hay activistas, investigadores y organizaciones en pro del medio ambiente y los derechos humanos, que han denunciado las consecuencias que este negocio tiene ya en varios ámbitos y que de seguir la tendencia, terminaría en una catástrofe ambiental.
Para empezar, la calidad de la ropa deja mucho que desear, en su libro Overdressed: the shockingly high cost of cheap fashion, la periodista Elizabeth Cline explica que se usa algodón de la peor calidad, mezclados con una creciente proporción de fibras sintéticas derivadas del petróleo, así como tintes baratos y mal fijados y acabados pobres. Pero esto no es una casualidad, ellos se aseguran que la prenda durará poco y tendrá que ser repuesta en un corto periodo de tiempo, pero no por gusto del usuario, sino por necesidad. En la industria del fast fashion cada prenda da muy poco margen de beneficio, por lo que se deben lograr unas ventas globales altas para hacer rentable la inversión.
Pero, también apelan a la psicología de los compradores y al lanzar colecciones con alta frecuencia (por semana o incluso cambian a diario su inventario), les pueden generar la sensación de estar fuera de moda y de que tienen que comprar lo que les gustó en ese mismo momento, pues corren el riesgo de ya no encontrarlo.
Sin embargo, lo anterior no es ni de cerca lo peor. Un estudio del Centro de Salud Ambiental de los Estados Unidos del 2013, reveló que los límites legales para la presencia de plomo en prendas y accesorios de moda eran alrededor de las 300 partes por millón (ppm), la realidad era que numerosos objetos comercializados por las marcas de “moda rápida” mostraban niveles superiores a las 10 mil ppm, según el color.
Este plomo puede pasar a las manos de las personas cuando se toca la ropa, de ahí puede llegar a la boca y al interior del cuerpo. Además del plomo otros metales presentes en los tintes son el mercurio y el arsénico, todos ellos tóxicos.
El factor humano
En 2013, el derrumbe de un edificio que albergaba cinco talleres de confección dejó un saldo de por lo menos mil 120 personas muertas y casi tres mil heridas. La prensa reportó que grietas graves aparecieron en la construcción un día antes, sin embargo, los trabajadores fueron llamados para trabajar al día siguiente. El 24 de abril, alrededor de las 9 de la mañana, el edificio colapsó con sus víctimas en el interior, la gran mayoría eran mujeres, pobres y con hijos, a quienes dejaban en una especie de guardería en el mismo lugar.
Se informó, también, que algunas de estas trabajadoras cobraban solamente alrededor de 500 pesos al mes por su labor.
Dos años antes, también en Dacca, capital de Bangladesh, un incendio mató a 111 trabajadores de otra fábrica de ropa.
De acuerdo con Forbes, 75 millones de personas trabajan actualmente en esta industria y 80 por ciento de ellas son mujeres de entre 18 y 24 años. “A una trabajadora de la confección, le toma 18 meses ganar lo que el CEO de una marca de ropa gana durante el almuerzo”, escriben.
De acuerdo con ElDiario.es, este modelo de explotación comenzó en Galicia en los años 80 de la mano de empresas como Zara, pero también de otros productores y diseñadores gallegos, que fueron acotando los márgenes a base de presionar a las cooperativas de cosedoras, tal como refleja el documental Fíos fora.
¿La solución?… Moda Circular
Fundada en 2012, la Fundación C&A busca hacer un cambio en la industria desde la transformación del modelo de negocio, su gerente de fortalecimiento comunitario y comunicación, Patricia Barroso, platicó con Magazine sobre sus objetivos.
“La economía circular es una tendencia y una visión de los modelos económicos que pretenden romper con el modelo lineal de negocios que en la actualidad tenemos. Es decir, lo lineal es extraer recursos naturales, procesarlos para convertirlos en un producto que se empaca, distribuye, vende, usa y tira a la basura, en el que se generan muchos residuos que tienen un impacto ambiental muy severo, en esos residuos se están desperdiciando muchos materiales e insumos que podrían ser reciclados, reutilizados o transformados en un nuevo producto para darle otra vida.
La economía circular lo que pretende es convertir esa línea en un círculo, así desde la concepción del producto vislumbrarlo como uno que se va a reutilizar en otro, que se va a adaptar para actualizarlo, por ejemplo, si fuera un celular, ponerle las piezas adecuadas para ampliar la memoria y utilizar el 90 por ciento del mismo equipo y sólo suplir las piezas que lo requieren y las que sobraron quizá se puedan reintegrar a otra industria o que sean biodegradables, tratar de generar mejores residuos, para que si tú haces este círculo muchas veces en un producto, lo que estás haciendo es reducir significativamente esos residuos hasta que eventualmente desaparezcan”, explica.
Eso aplicado a la industria de la moda, donde se cosecha algodón y se saca del campo para convertirlo en hilo y luego en tela, cortarlo para hacerlo prenda, distribuirlas en tiendas, usarlas y cuando ya no se usan tirarlas y generar toneladas de basura. “En vez de hacer eso, lo que proponen es desde las materias primas pensar que sean más sustentables, hay un sinfín de innovaciones que se están realizando en la industria textil, como puede ser de cáscara de piña, de fibra de coco, de bambú, hay muchas fibras que son materias primas muchísimo menos agresivas en el proceso de producción en el medio ambiente y así, en cada fase volver a pensar con un nuevo enfoque, desde que se produce, utilizar menos energía eléctrica, menos consumo de agua, menos químicos agresivos al medio ambiente y a las personas, tintes menos tóxicos. A la hora de empaquetar y distribuir, pensar en generar la menor cantidad de huella de carbono posible en su distribución, más consumo local, sueldos justos, tratando a la gente dignamente y finalmente que la prenda cuando terminó su primer ciclo de vida, esté pensada y diseñada para que tenga otros usos”, menciona.
La Fundación C&A financió un centro de innovación en Amsterdam, llamado “Fashion for good”, el cual desarrolló una playera con un certificado de circularidad que se llama Cradle-to-Cradle, “esta t-shirt sigue todos estos procesos: no tiene etiquetas, pues están impresas en la propia prenda, con tintes que no son tóxicos,que son biodegradables y la playera misma cuando ya no la quieras, la puedes usar de composta en tu jardín y en 15 semanas se desintegraría. Este es el primer producto en la industria de la moda en el mundo que tiene este certificado de circularidad y que puede ser ya un producto pensado para que no genere basura y sea 100 por ciento reutilizable o biodegradable, todas sus fases de producción fueron bien cuidadas”, dice.
Pero, ¿esto impactará en el precio y la calidad de las prendas? “Todas las innovaciones cuando recién salen al mercado puede ser que tengan sobreprecio que conforme a la propia ley de oferta-demanda lo regule, encontrarán el precio adecuado. Esta playera de C&A como un ejemplo es un caso de éxito porque logró poner esa playera en manos de los consumidores a un bajo precio, creo que estaba en 140 pesos, sigue siendo sumamente accesible y que no dispara de lo que el consumidor está habituado a pagar. Mientras más marcas, más rápido y más podremos regular y encontrar ese equilibrio en el precio”, finaliza.
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