Los miércoles al mediodía busco a mis pequeñas nietas a la salida del colegio y las traigo, a casa, para comer juntos. Niños y niñas salen en tropel, hambrientos, después de una intensa jornada laboral. Todas las personas que buscan a los niños les llevan algún alimento que estos devoran con fruición y los entretiene hasta llegar a casa a comer.
Observo alarmado que la mayor parte de los supuestos alimentos son bolsitas de snacks cuyo contenido, además de no tener ningún valor nutricional contienen aditivos destinados a producir un sabor y un aroma que enmascaran esa carencia nutricional, aditivos que además son tóxicos y adictivos. “¿A que no puedes sólo una?”, reconoce alguna publicidad. Otros supuestos alimentos son bollos y dulces que reúnen condiciones similares a las descriptas
A continuación transcribo un resumen que he tomado de la página del doctor Mércola, mercola.com en la cual desarrolla detalladamente el proceso químico e industrial responsable de muchas de las afecciones, dolencias y enfermedades que padece la población mundial y en particular la infancia.
Los animales seleccionan instintivamente los alimentos que necesitan para corregir sus deficiencias nutricionales en función de su reacción al sabor; los humanos están dotados con una capacidad de detección química similar, que ahora es cautivada por alimentos con sabor artificial.
La experiencia del sabor requiere de más materia gris que cualquier otra experiencia sensorial, y la mayor parte del genoma humano involucra al proceso de creación de la nariz. Entonces, desde una perspectiva evolutiva, esta capacidad de detección química parece particularmente importante.
El sabor es un indicador de la densidad nutricional de los alimentos. La tecnología del sabor artificial ha generado el deterioro radical de la calidad de los alimentos, ya que puede enmascarar fácilmente el sabor de ingredientes de calidad inferior con sustancias químicas.
Al utilizar sustancias químicas con sabor, ahora pueden producirse alimentos que prácticamente no cuentan con ningún valor nutricional; sin embargo, el excelente sabor y aroma engañan a los consumidores al hacerles creer que consumen un alimento saludable.
Los sabores artificiales promueven la obesidad ya que le incitan a comer alimentos que normalmente no querría comer, y en mayores cantidades a las normales.
Si se adhiere a un estilo de vida saludable, lo más probable es que no necesite tomar medicamentos.
Por Juan Pundik
Ecoportal.net