Los restos de agrotóxicos, con que los laboratorios hacen sus pingües negocios, se ven cada vez más en las cuencas de arroyos y ríos, y se los verifica con los miles de peces panza arriba, demasiado a menudo se los puede rastrear en los mismos alimentos, en los daños, generalmente irreversibles, sobre quienes operan y trajinan con tales productos, en la merma apreciable de abejas y otros insectos (las mayoría benéficos para la naturaleza y por ende para la humanidad), en las malformaciones congénitas que los habitantes de las zonas rurales deben enfrentar entre sus animales domésticos y en sus propios hijos…