El uso excesivo de antibióticos promueve el desarrollo de resistencia a drogas para los patógenos humanos. Cuando tomamos un antibiótico para eliminar una infección, en gran medida su carga efectiva se agota en el interior del cuerpo. Pero, una parte es desechada con la orina y las heces, llegando al ambiente (mares, ríos, cuencas cerradas, sistemas lacustres, pozos negros) con su poder antimicrobiano activo. Lo mismo ocurre cuando desinfectamos nuestro hogar o nos lavamos las manos con jabones antisépticos, cuyos principios activos se escurren por las cañerías. En los ambientes adonde llegan finalmente, suceden dos cosas: la primera es la muerte de numerosos microorganismos, que de hecho, resultan ser la base de la cadena trófica de los ecosistemas. La segunda consecuencia es la generación de resistencia de las bacterias a esos antimicrobianos, que induce al empleo de mayores concentraciones de antibióticos para su tratamiento en los organismos vivos, llegando a límites peligrosamente cercanos a la intoxicación.