En defensa de la Revolución Agroecológica
El sábado 26 de noviembre, nos hemos levantado con la noticia de la muerte de Fidel Castro.
El sábado 26 de noviembre, nos hemos levantado con la noticia de la muerte de Fidel Castro.
El Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) de Argentina realizó un estudio a madres que habían dado a luz en las maternidades del área metropolitana de Buenos Aires (Hospital Materno Infantil Ramón Sardá de la Ciudad de Buenos Aires, Hospital Posadas de Haedo y Maternidad Santa Rosa de Vicente López). Encontró niveles de plaguicidas en la leche materna un 15% superior a los autorizados en el Código Alimentario Argentino. Estos residuos, además de alterar la calidad nutricional de la leche, causan trastornos en la salud y el desarrollo de los bebés.
Hay que proteger la Seguridad y la Soberanía Alimentarias garantizando el derecho a una alimentación sana y saludable para todas las personas y todos los pueblos, a través de la producción agroecológica de alimentos, la distribución en circuitos cortos, el consumo responsable y el reparto del trabajo de cuidados. La defensa de la producción y reproducción de la vida incluye el respeto a los derechos reproductivos de las mujeres.
Ya va siendo hora de que l@s ecologistas y consumidor@s responsables demostremos, con los hechos, nuestro compromiso con las luchas campesinas abandonando la comida basura y los circuitos de comercialización globalizados abordando, fuera de injerencias partidistas, la defensa de la agroecología, el consumo responsable, el principio de precaución y la soberanía alimentaria.
Los delegados del Foro “Nyeleni Europa 2011” responsabilizan de los daños ecológicos y sociales al sistema alimentario y a las políticas públicas: “pérdidas de biodiversidad y fertilidad de la tierra, contribución al cambio climático, empeoramiento de condiciones laborales de agricultores y trabajadores, pobreza rural en el Planeta y hambre para más de 1000 millones de habitantes a la vez que produce un superávit de alimentos que se desperdician o exportan dentro y fuera de Europa compitiendo brutalmente con las producciones locales”.
Las dioxinas son compuestos químicos que se liberan en la combustión de sustancias entre las que está presente el cloro. Pueden producir efectos sobre la salud inmediatos –envenenamiento, acné- por intoxicación grave. Cuando se introduce en la cadena alimentaria a través del pienso del ganado, los daños sobre nuestra salud se produzcen a medio y largo plazo ya que las dioxinas se acumulan en la grasa de nuestro organismo pudiendo producir cáncer.
La producción agroecológica campesina y el consumo agroecológico autogestionado no son posibles la una sin el otro. Esta relación directa entre productor@s y consumidor@s no es táctica, instrumental y anónima, sino estratégica, sustancial, personalizada y basada en la confianza. No es posible detener la destrucción del campesinado y de la naturaleza sin construir una nueva relación entre el campo y la ciudad, que cuestione un modelo modernizador que entrega el mando al beneficio privado y a la tecnología. El horizonte tiene que ser la vuelta al campo y a la producción agroecológica. Comprometerse con la seguridad y la soberanía alimentaria exige cambiar nuestros hábitos alimentarios pero también enfrentarse a las multinacionales y al doble lenguaje de los políticos y la constelación de entidades subvencionados. La fuerza para avanzar la deben poner miles de consumidor@s responsables.
Debemos abordar la inseguridad alimentaria causada por el modelo alimentario internacional, no sólo en los países pobres sino también en los países ricos. Las consecuencias de la inseguridad alimentaria aquí son: comida basura, malos hábitos alimentarios inducidos por la publicidad, cáncer, obesidad y otras enfermedades alimentarias que crecen de forma alarmante, especialmente entre nuestros niños y niñas. En los países ricos somos víctimas de la inseguridad alimentaria porque comemos lo que nos ordenan las multinacionales. Pero eso además nos convierte en cómplices del hambre en los países empobrecidos porque son las multinacionales a las que hacemos grandes con nuestro consumo las que arruinan a los campesinos y promueven las migraciones masivas.
La desigualdad de las mujeres respecto a los hombres, anterior al capitalismo, le es funcional. El mercado global es capitalista y masculino. El progreso económico se sustenta en la explotación de l@s trabajador@s y el trabajo invisible de las mujeres. La alianza entre el capitalismo y el patriarcado afianza el dominio sobre trabajador@s, mujeres, pueblos y naturaleza. Por eso la lucha de las mujeres por la igualdad no puede obviar la lucha contra las crisis económicas, los desastres ecológicos, la desnutrición y las enfermedades alimentarias o inmunológicas originadas por la economía global.
La patata transgénica "Amflora" de la multinacional BASF, que contiene dos genes de resistencia a antibióticos, se usará para producir amilopectina, un almidón empleado para fabricar papel. A pesar de que huele mal, sabe mal y aumenta el riesgo de inhabilitar antibióticos humanos, también se empleará en la alimentación animal. Aunque sus defensores afirman que no habrá contaminación porque las patatas no tienen polen ni variedades silvestres, estos tubérculos rebrotan espontáneamente y se mezclan con la siguiente cosecha. A causa de la debilidad del movimiento contra los transgénicos, el Estado Español es punta de lanza de la industria biotecnológica en Europa y somos el primer país de la UE en cultivos experimentales transgénicos al aire libre.
No puede haber soberanía alimentaria sin promover la producción agroecológica y el consumo responsable, sin denunciar los daños de la agricultura química y transgénica desconectando de ella paulatinamente. El crecimiento del consumo responsable y la producción campesina agroecológica es la condición para el decrecimiento de la agricultura capitalista. Sin interrumpir la producción competitiva para el mercado global que arrasa la producción para el mercado local de los países donde exportamos y sin frenar el consumismo compulsivo y enfermante de las clases medias en los países ricos, no puede haber soberanía alimentaria. Sin crecimiento de la soberanía alimentaria en la sociedad, no hay decrecimiento que valga.
La crisis alimentaria producto de la industrialización y mundialización de los alimentos, además del hambre y la comida basura genera nuevas amenazas, las epidemias mundiales o pandemias. El virus de la crisis alimentaria es el mismo que el de la crisis de las migraciones, las guerras por el control energético, las hipotecas, los despidos y la privatización sanitaria: la economía de mercado mundial, el libre comercio de alimentos, servicios y mercancías.
La Unión Europea utiliza como instrumento de la globalización de la agricultura y la alimentación, la Política Agraria Común (PAC), que propicia un modelo contradictorio y antagónico de agricultura y ganadería empresarial y competitiva, aparentando que protege a agriculturas de tipo familiar. Los principales objetivos y mecanismos de las políticas agrarias comunitarias tienen motivaciones distintas a “reducir las desigualdades de competencia entre los países del Norte y del Sur”.
Las estrategias en defensa de la seguridad alimentaria desde dentro de la lógica del mercado global, acaban formando parte del problema. La “modernización” capitalista de la agricultura y la alimentación para el mercado global no son una alternativa para el hambre y la comida basura porque son su causa. Luchar contra la inseguridad alimentaria es también oponerse a la contaminación y destrucción ecológicas y a la pérdida de autonomía de los pueblos para proteger sus recursos naturales.
Con la producción industrial de alimentos y los transgénicos reduce las posibilidades de territorios y alimentos libres de contaminación genética y química. En esa nivelación violenta de condiciones de producción para el mercado global, l@s pequeñ@s productor@s ecológic@s están condenad@s a desaparecer.