El verdadero tabaco

Por Jaime Lorenzo Barrientos

La hoja de tabaco es originaria de América. De donde los colonos españoles la llevaron a Europa. Fumar era una manera de consumir esa planta que no contenía ningún aditivo químico. También se podía aspirar por la nariz, masticar, comer, beber, untar sobre el cuerpo, soplarla sobre el rostro de guerreros antes de la lucha o se esparcía en campos antes de sembrar.

Volvamos a nuestro tiempo. ¿De verdad fumamos tabaco? La industria tabacalera añade una serie de productos químicos que adulteran su sabor, olor y consecuencias. La adulteración del tabaco ha llegado hasta el punto de ser el causante directo de numerosas enfermedades, e indirectamente de otras tantas. La culpa de esto la tienen empresas como Philip Morris, Camel Tobacco o British American Tobacco.


Según diversos estudios que maneja el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo, el 34% de los jóvenes adolescentes empiezan a fumar estimulados por la publicidad. Las tabacaleras a principios de siglo XX se centraron en dos sectores: el cine y los niños. El cigarrillo era un emblema del cine desde sus inicios, pero puede deberse menos a la estética que a una extensa campaña publicitaria. Durante los 80, algunas compañías impulsaron además la asociación entre glamour y tabaco al regalarles cigarrillos a los actores. En el caso de los niños se creó el personaje de Joe Camel, mascota ideada por la compañía tabacalera Camel que aparecía en anuncios dirigidos a este sector.

Fumar cigarrillos no es fumar sólo tabaco. El alquitrán no es natural. El amoniaco no es natural. El tabaco sí lo es. El tabaco no es la panacea de los problemas, ni mucho menos, pero tampoco es lo que se comercializa. De la planta natural de la que fue sacado ya no queda ni la mitad.

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