El Bosque, la Vida

Por Ismael Guzmán

Nuestro país no está exento de esta visión respecto del bosque, lo reflejan las prácticas extractivistas con todas sus mañas de evasión administrativa y tributaria. Lo refleja la misma norma (pese a la figura constitucionalizada de la madre tierra), pues el sentido de la Ley Forestal, enfatiza la regulación del aprovechamiento maderable con fines mercantiles. Lo refleja la institucionalidad estatal, por eso tenemos una Autoridad de Bosques y Tierra, que desde su mismo nombre ya fragmenta la integridad de ambos componentes constitutivos, pero además, en lo cotidiano ejerce un perfil de sentido más policial, aunque las circunstancias también condicionan esta prioridad, pero su misma composición institucional responde a esta comprensión estrictamente utilitaria del bosque.

En contraposición, existen quienes sostienen otra comprensión en la que el bosque tiene valores propios o intrínsecos, por lo que no depende de que sean las personas quienes le otorguen valoraciones, la Naturaleza es objeto de derecho en sí misma. Esta comprensión de la naturaleza implica otra forma de interrelación, porque pierde sentido la idea de dominio sobre la naturaleza, desde este entendimiento somos más bien parte de ella. Este contraste alude a viejas tensiones entre un enfoque antropocéntrico que sitúa a los humanos en una condición exclusiva de otorgación de valores, contra un enfoque biocéntrico donde se amplía la condición de sujeto de derechos a todas las formas de vida (Gudynas caracteriza son solvencia esta contraposición).

En los territorios indígenas del país, el imaginario indígena, con sus particularidades muy características y desde una vertiente nutrida de eminente espiritualidad, expresa mayor afinidad con este último enfoque, aunque la actitud de algunos de sus habitantes esté cada vez más influenciada de aquella otra comprensión del bosque. Para el mundo indígena, el territorio continúa siendo un espacio de convivencia cotidiana, de fluida interacción y no solo entre humanos, sino también con todos los componentes del bosque, quizá en ello se explica la proporción de bosques que a pesar de las décadas y los siglos, todavía existe en los territorios indígenas, especialmente en los de la amazonía.

Entre el mundo indígena, aún tienen vigencia los espíritus protectores del bosque y bajo esa condición de reconocimiento son a la vez temidos y respetados, tal como lo establecen los vínculos espirituales que también rigen los principios de la convivencia. Pero también es un bosque donde en la medida en que es respetado, éste será benevolente con una sociedad cuya seguridad alimentaria depende en buena proporción de lo que naturalmente produce.

Pero ni el sentido del derecho intrínseco del bosque, ni esta relación de respeto-dependencia del indígena con el entorno natural de su territorio, es comprendido en su correcta dimensión por el resto de la sociedad. Por eso especialmente sectores sociales rurales, ven ese bosque de los territorios indígenas como espacios “ociosos” susceptibles de deforestación con fines agrarios, lo ven como un desperdicio de oportunidades mercantiles, lo ven como un bien potencialmente generador de riquezas bloqueado por una actitud que desde su razonamiento implica “incapacidad productiva”. No se comprende el vínculo de respeto y de dependencia que puede haber en esas existencias mutuas.

Es por ello que la codicia está ensañada de manera cada vez más franca contra los territorios indígenas, es por ello que incluso desde instancias de gobierno, se cuestiona situaciones no generalizables y se ciernen amenazas de auditorías y se los trasgrede con políticas públicas como el caso del Tipnis o de Aguragüe. Por eso se convergen discursos en los que con cifras descontextualizadas y de mala fe se señala a los territorios indígenas como los nuevos latifundios y se le satura de “defectos” que a todas luces no buscan otra cosa que debilitar la legitimidad de su continuidad ante la opinión pública.

Es cierto que los bosques en los territorios indígenas no se mantienen intactos en el sentido de la intangibilidad ecológica porque en su interior viven humanos y para estos constituye un medio de vida sostenible, pero ello no invalida el valor trascendental que en la actualidad poseen estos bosques por ser poseedores de sistemas de vida con derechos propios. Aunque con incongruencias, algo de esto se aborda la recientemente aprobada Ley Marco de la Madre Tierra, sin embargo deberá ser complementada con otras normas jurídicas como una Ley de Bosques, pero a condición que contemple de manera clara esta comprensión más biocéntrica de la naturaleza. Ecoportal.net

* CIPCA Beni.

Bolivia Rural
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En diez años, Bolivia perdió 1,8 millones de hectáreas de bosque, la mayor parte en la Chiquitanía y el Chaco, según el estudio de la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN). El Gobierno asegura que en los últimos cuatro años disminuyó el avance de la tala de árboles.

La investigación que fue compilada en el “Mapa de Deforestación de las Tierras Bajas y Yungas de Bolivia 2000-2005-2010”, presentada el viernes, señala que las causas de la tala de árboles se deben a las actividades: agrícola, la pecuaria y asentamientos de colonos o pequeños chacos.

El mapa da cuenta de que en la década 2000-2010 se deforestaron 195 mil hectáreas por año. En el quinquenio 2000-2005, el registro fue de 194 mil hectáreas, y entre 2005-2010 llegó a 205 mil hectáreas por año. Según la norma, se establece que una hectárea de terreno equivale a 10 mil metros cuadrados.

“Lo que originó la conversión de los bosques se debe a tres grandes procesos: la agricultura industrializada mecanizada, que está enfocada al tema del cultivo de girasol, soya, arroz y otros; la agricultura de pequeña escala, que realizan los campesinos locales o los que llegan como producto de la migración; y el tema pecuario o habilitación de tierras para el manejo de ganado”, explicó a La Razón el coordinador del área de Ciencia de la FAN, Daniel Larrea.

El viceministro de Medio Ambiente, Juan Pablo Cardozo, afirmó que el documento pasará a la Dirección Forestal para que esa instancia dé su punto de vista y sea evaluado.

Pérdida. “Sabemos que la expansión de la frontera agrícola ha ingresado a los bosques; pero, según estudios, en los últimos cuatro años la deforestación disminuyó a través del control que realiza la ABT (Autoridad de Bosques y Tierra) a las actividades de desmonte y el aprovechamiento forestal”, dijo.

La investigación especifica que son diez los municipios (Pailón, San Julián, San Ignacio de Velasco, San Pedro, Charagua, Santa Rosa del Sara, El Puente, Asención de Guarayos, San José de Chiquitos y Cuatro Cañadas) que reportan la mayor pérdida de bosques y se encuentran en el departamento de Santa Cruz, donde cerca de 1,4 millones de hectáreas se convirtieron en paisajes agrícolas o pecuarios que repercuten en la disminución de la biodiversidad.

Fuente: eju.tv