Mal de muchos… II

Por Ing. Agr. Daniel C. Besso

Los conceptos vertidos no son una exégesis en si misma del capitalismo o del liberalismo; son simplemente una enumeración de características y orígenes. Más aún, es una muy sucinta reseña que muy posiblemente peque de un exceso de síntesis, pero no cabe por este medio abundar más sobre aquello sobre lo que se han vertido ya, ríos de tinta con resultados sin duda más felices. Además es una visión euro céntrica en virtud de que de allí deviene el cerno del tronco de nuestra cultura actual.


El sistema financiero-socio-económico-político mundial, del cual formamos parte, mal que le pese a nuestra señora presidente, es efectivamente una víbora que se auto fagocita por la cola.

En realidad, tratar de “hacer de cuenta” que se es, no es lo mismo que ser.

En estos tiempos en que gracias a las técnicas de imágenes y sonidos, podemos ver fantasías vívidas al punto de no poder distinguir si son verdad o no, al conjuro de este contexto, suelen introducir en nuestro cerebro conceptos que ingresan por la puerta de servicio en nuestra conciencia, como “realidad virtual”. Ninguna realidad puede ser virtual; o es real o no es y punto.

Dos conceptos a tener claramente diferenciados son: lo verosímil y lo real. Uno es aquello que nos parece real, que lo podemos tomar como tal y somos a través de ello pasibles de un engaño. Es algo tan parecido a lo real, que no somos capaces de distinguir la diferencia, si no estamos debidamente avisados. Lo real creo que no merece aclaraciones. Las técnicas de propaganda, se basan esencialmente en repetir algo verosímil la suficiente cantidad de veces que termina siendo cierto, por lo menos para los espíritus menos críticos.

Para las personas de pensamiento libre e independiente se hace difícil desenvolverse en un medio que desconsidera la condición de libre pensador y crítico; en especial si tiene el mal hábito de “pincharle el globo a los demás” mostrando la falsedad de algo que sólo es verosímil pero no verdadero. Pocas cosas hay tan desagradable como que a uno lo despierten cuando está teniendo un sueño maravilloso.

Todos sabemos que una actitud masificante, es la de temer a aquello que es diferente. Consecuentemente, más luego aparece la denostación, el ataque y en etapas terminales, lisa y llanamente la persecución.

Esto lo hemos visto mucho en el siglo XX durante las muchas dictaduras y procesos totalitarios que ocurrieron desde las derechas hasta las izquierdas. Todas las formas de fundamentalismos, aún los religiosos terminan de ese modo, no tolerando al que piensa diferente. Hoy en día, sin llegar a esos extremos (aún), no se concibe en todo el mundo, otro sistema de organización socio económico político que no sea el que hoy impera (e inclusive en nuestro país, por más que se cacaree lo contrario).

Nos movemos en función de las mismas ideas, de los mismos paradigmas, como se suele decir sofistamente hoy en día.

Hagamos un poco de historia o lo que nos acordamos de ella, luego, espero, las conclusiones van a ser obvias.

Durante el medioevo, las sociedades en general estaban divididas en castas, el que nacía hijo de herrero, aprendía el oficio de sus mayores y seguía herrero. La economía evolucionaba lentamente. Las pestes y las hambrunas controlaban la expansión demográfica.

La invención del arado de reja y vertedera (un invento de los pueblos eslavos) introdujo un cambio enorme en la tecnología agrícola. El hecho de remover profundamente el suelo, facilitar el ingreso del agua de lluvia a perfiles más profundos, la mineralización de formas biológicas de los nutrientes a formas más disponibles, el control parcial de las malezas por exponer sus raíces al sol; logró un aumento ostensible de la producción de granos y otros alimentos. A este aumento de la producción de alimentos le sucedió, como es natural, un incremento de la población, tanto por natalidad como por un aumento de la expectativa de vida.

Más tarde llegaron del nuevo mundo a Europa nuevos alimentos, como la papa, el maíz, el tomate, el pimiento, etc. Cuando estos nuevos cultivos llegaron a Europa y durante un largo tiempo, ante la ausencia de parásitos, prosperaron grandemente, aumentando así la oferta de alimentos.

La propagación del conocimiento, a través de la divulgación del libro y la lectura, cayó como una vital semilla en un suelo (las mentes) ya para ese entonces, fertilizado con comida.

Las cosas ya no serían como antes. Eran tiempos en los que tocaban a su fin las monarquías absolutas. La palabra libertad comenzó a sonar con fuerza. Los pueblos comenzaron su lucha por desembarazarse de las clases parasitarias, unidas por un entramado de títulos nobiliarios, reunidos en torno de los monarcas.

Cuando Adam Smith, escribe su libro “La riqueza de las naciones", lo hace desde lo que se podría denominar, un pensamiento de izquierda, tratando de poner de manifiesto esencialmente que “lo único capaz de producir riqueza era el trabajo”. El trabajo era ejercido por los artesanos, labriegos, ganaderos, etc.; quedaba claramente expuesto en forma tácita que los reyes y la nobleza, sólo ejercían una actividad parasitaria sobre la sociedad. Sin manifestarse expresamente era otro reclamo en contra del “derecho de sangre”.

Por ese entonces se nacía Conde y se poseía un Condado, se nacía Marqués y se poseía una comarca. Por el contrario, si se nacía ovejero, así se vivía y así moría. No podemos olvidar la revolución independentista de las colonias inglesas de Norte América y la francesa como revolución cívica, que estaban ocurriendo prácticamente al mismo tiempo. Lo mismo ocurría con la emancipación de las colonias españolas en el nuevo mundo. La movilidad social, hasta ese entonces era una posibilidad azarosa o inexistente.

Hoy se concibe al liberalismo y la libre empresa como ideas de derecha, pero en su momento desafiaban la autoridad monárquica para decidir sobre la vida y las haciendas de las personas, imponiendo leyes y disposiciones rayanas en lo que hoy denominaríamos tiránicas. A eso se oponía el liberalismo.

Los monarcas sometían a sus súbditos, muchas veces a impuestos, diezmos, tazas y gabelas, injustas y asfixiantes. Esos impuestos, se invertían en sustentar sus vidas lujosas hasta la obscenidad, basten como ejemplo el tipo de construcción de los castillos del principio del renacimiento.


También se usaban esos recursos para solventar guerras nefastas, para aumentar sus territorios. En general esas guerras las hacían contra otro rey, pariente al cual estaban unidos por la trama de matrimonios reales, incestuosos muchas veces, e impulsados por la codicia infinita que regulaba sus días. (Tal vez también los nuestros, ¿acaso encontramos alguna semejanza con la actualidad?)

El liberalismo económico, tal como lo entendía Smith, formaba parte del conjunto total de libertades con que el individuo nacía (o por lo menos así concebía que debiera el hombre venir al mundo, libre). En realidad “las libertades” no existen en sí mismas, forman parte de una sola libertad:… Toda la libertad. Estos eran conceptos básicos que impulsaba el renacimiento en general.

Comienzan a partir del renacimiento, un desarrollo de las ciencias y las artes, que desemboca en una serie de avances técnicos que impulsan la producción de bienes en general. El advenimiento del motor a vapor y el hecho de poder apartar las pequeñas fábricas y talleres del costado de los cursos de agua (que eran usados como fuente de energía para mover máquinas); permitió la instalación de talleres y fábricas más grandes y máquinas más veloces. La industria textil tanto de lana como de fibras vegetales se expandió grandemente.

Pero fue en la siderurgia en donde se pasó de las herrerías y las pequeñas fundiciones a fábricas de mayor, tamaño. Es lo que hoy conocemos como “revolución industrial”. Con la fabricación de chapas, chapones y perfiles, comenzaron a construirse estructuras cada vez más complejas, sólidas y durables. De estos avances nacieron los ferrocarriles, que permitirían el traslado por tierra de las personas y mercaderías cada vez más lejos, rápido y seguro. Comenzó la construcción de buques y naves de hierro, mucho más sólidas y confiables. Con ellas el comercio de ultramar se aceleró.

Todos estos avances desembocaron en el principio del capitalismo. Surge así el concepto de capital como acumulación de trabajo. La gran diferencia con los tiempos pasados, consistía en que mediante el uso del hierro para construir los nuevos carruajes (vagones de ferrocarril), las nuevas naves y buques; el trabajo invertido en la construcción de esos elementos, se conservaba por mucho más tiempo. Antes de eso, las naves se pudrían o los carros se destruían más pronto.

Esencialmente el capitalismo consiste en el ahorro. En principio es el ahorro de trabajo y esfuerzo, tratando de hacer las cosas bien para no tener que volver a hacerlas. La historia de los tres chanchitos que nos contaban de niños ejemplificaba sobre esa cuestión, claramente con la intención de adoctrinar a los niños en el buen hábito del esfuerzo, el ahorro y el trabajo.

Lo concreto es que nadie puede acumular el mínimo de riqueza (producto invariablemente del trabajo) que demanda una buena calidad de vida y confort, si los bienes que debieran denominarse “de capital” son fungibles o descartables y se rompen o descomponen al poco tiempo de terminar de pagar las cuotas (cuando no antes). En esas condiciones es imposible “acumular capital”; nos la pasaríamos reponiendo permanentemente, los cuatro cacharros domésticos.

La confección de bienes, lo más durables posible, era el espíritu que animaba en general a todas las actividades humanas. Más allá de si se lograba o no ese objetivo, esa era la intención. Posiblemente, aún podamos encontrar en la casa de alguna abuela, una heladera SIAM “de la bolita” construida en la década del 50 del siglo pasado, aún funcionando.

Llegamos a nuestros días, en que el concepto de verdadero culto a la libertad como bien supremo, se ha relativizado. Suena a mentira en ese caso las palabras de nuestro himno: Oid mortales, el grito sagrado, libertad, libertad, libertad.

Mortales.., tenéis la libertad de cambiar de canal, de elegir tomar cerveza de varias marcas, negras, blancas, igual con el vino… Eso sí…: Debéis aceptar que aquellos bienes que compréis, se destruirán al poco tiempo y deberéis reponerlos. Aceptaréis esta situación para que las usinas y las fábricas continúen dando empleo a un puñado de felices ciudadanos que manejarán una pléyade de robots y máquinas automáticas. No podréis tan siquiera opinar sobre esto, so pena de ser llamados australopitecos cavernarios.

A todas luces es políticamente incorrecto opinar distinto, “queda mal ir en contra de la opinión generalizada”. "Supuestamente necesitamos” que los bienes no sean duraderos, ya sea por su destrucción o por obsolescencia. Llamar a este estado de cosas capitalismo, es una falacia. Nada más alejado del principio virtuoso del ahorro, del auto disciplinamiento para postergar consumos y acumular capital; más vale vemos una sociedad que se atiborra de chucherías tecnológicas como si fuesen verdaderamente imprescindibles. Construye bienes que debieran ser durables, con criterio de descarte. Invierte energía y recursos no renovables en ello. Ese es el costado dramático, proyectando las cosas al futuro.

Ya hemos aceptado la frase como un dogma: “todo tiene que ver con todo”, para explicar que en el universo y en especial en las actividades humanas, todo está interrelacionado. En consecuencia terminamos atascados en un callejón sin salida, en una especie de entrampamiento gigante.

A saber:

1) Para producir en forma económica, convienen los usos de nuevas tecnologías.

2) El uso de las nuevas tecnologías acelera la producción, disminuye los costos y en esencia disminuye la intervención del trabajo humano.

3) Se crean necesidades artificiales de bienes y servicios para dar uso a parte de esa mano de obra ociosa.

4) Se procede a producir bienes descartables.

5) En la producción de bienes descartables, que en muchos casos, además son superfluos, intervienen recursos no renovables y consumo de energía que contribuyen al calentamiento global.

6) Los bienes descartables generan basura contaminante, pues no siempre se procede a su reciclado, dado que “no es rentable reciclar”

7) El simple trámite de enviar a las personas desplazadas, a sus casas cobrando seguro de desempleo o algún plan, genera lo que se denominarían “enfermedades psicosociales”. Dicho en sencillo: “el ocio es la madre de los vicios”.

Menudo pantano en el que se encajó la humanidad. El abandono de la vida rural, no es un fenómeno argentino. En gran parte del mundo ha ocurrido lo mismo, por razones parecidas o distintas, pero el resultado es semejante.

Eso alejó al ser humano de la vida natural y lo condujo a una vida artificial y artificiosa.

Estamos todos convencidos de no poder prescindir de los artilugios con que convivimos a diario, que desviamos el centro de nuestra atención a cosas tan superfluas como si un aparatito negro, con teclitas nos permite o no comunicarnos diez minutos antes con aquellas personas a la cual veremos en breve. Hemos perdido en función de los aparatejos, el hábito de vernos frente a frente y compartir un café o un mate. Con parientes a los que en verdad apreciamos, terminamos viéndonos, fatalmente en el sepelio de algún otro viejo pariente común.

Planteado está el problema de este modo y viendo que difícilmente encontremos alguna solución por la vía de continuar por la misma senda, deberemos demandarnos el uso de la imaginación. No deberíamos insistir en lo que hoy tenemos pues a todas luces, lo que hacemos es tapar agujeros. Ponemos parches que sólo retrasan la solución que deberá llegar de la mano de nuevas concepciones sobre la relación de los hombres entre si y con el medio que habita. www.ecoportal.net

Ing. Agr. Daniel C. Besso , Argentina