Hatun Soras se dividía en dos “barrios”: Hurín Soras y Hanan Soras. Al segundo barrio lo gobernaba un cacique, quien tenía un hijo que a la vez se enamora perdidamente de la hija del noble, y le ofrece matrimonio. El noble sorprendido ante tal osadía consulta con sus consejeros, y le dice: “Si logras traer las aguas del río Huancané (afluente del Pampas y Apurímac) hasta la plaza, te concederé por esposa a mi muy amada hija”. El hijo del cacique aceptó el reto. Para sí, se dijo: “Moveré cielos y tierra, con la ayuda del dios Wiracocha y el dios del Agua Wari cumpliré el desafío”.
Reunió cientos de hombres tanto del lugar como de los pueblos cercanos. La misión era hacer un canal de dos y medio metros de ancho a lo largo de quince kilómetros de longitud.
Cuentan que fue una obra titánica: los hombres luchaban contra el tiempo y la naturaleza; las mujeres y los niños también se sumaban a la gran tarea. Ellas con la merienda y la chicha de jora, los niños alcanzaban piedras pequeñas y champas que servían de cuña. Luego de un año de arduo trabajo, obra que solamente nuestros antepasados supieron hacer con cada atardecer, después de cada faena cantaban, bailaban y bebían chicha; al día siguiente de nuevo y acomodarse a otra faena más, en un día lleno de esperanzas.
Por fin llegó el agua del río Huancané a la plaza principal de Hatun Soras, a los pies del noble, de la doncella y de toda su corte. Al frente, el mancebo y sus cientos de trabajadores, con los rostros desencajados, las ropas raídas, la mayoría sin ojotas, unos con los chullos a la pedrada, otros con una bola de coca en una de sus mejillas, todos los hombres y mujeres con los bordes de sus labios con un verdor petrificado por el zumo de la coca. El mozo dice: “Mi noble señor he cumplido con vuestro deseo y espero que usted cumpla conmigo”.
Todos esperaban con ansiedad la aceptación del noble, para irrumpir en hurras y llenar ese orgullo Inca. Con las pocas fuerzas que les quedaban sucedió lo inesperado. El noble, tomando aire profundamente, respondió con un rotundo ¡No!, ¡No! y ¡No!: “No te daré a mi hija por esposa y el agua ya está aquí, ya no puedes hacer nada”. El mozo se quedó petrificado, su gente se miraba entre sí con lágrimas en los ojos ante tremenda tragedia.
Entonces aconteció un hecho increíble: el mozo, el mancebo, el príncipe hijo del cacique de Hanan Soras, invocando al dios Wiracocha y al dios del Agua Wari, al tiempo que daba latigazos al agua, lanzó gritos tan fuertes que retumbaron en los cuatro lados de la plaza: ¡Cutiy! ¡Cutiy! ¡Cutiy! (¡regresa! ¡regresa!, ¡regresa!), y sucedió lo increíble… El agua regresó por el mismo cauce, cual gigante anaconda pero humillada ¡Oiga!; castigada hasta la bocatoma del río Huancané.
Cuenta la tradición de boca en boca, que durante el recorrido el mozo y su numerosa gente iban junto al agua a Hatun Soras bailando y cantando los alegres Harawis; pero, después del triste desenlace, todo era soledad. Por las noches se oía el aullido de perros y melancólicos aya takis (canto de muertos). Sobre el destino de la doncella y del hijo del cacique, no se sabe nada, se pierde en el tiempo.
Pasaron los años, pasaron los siglos, murieron muchas generaciones; pasó también el Virreinato, llegó la era republicana ya en 1821, y es en 1962 cuando era Presidente del Perú, el arquitecto Fernando Belaunde Terry, que la comunidad de San Bartolomé de Hatun Soras gestiona un canal de irrigación para aprovechar las extensas tierras que no produce más que pasto natural por falta de agua.
Para alegría de los soreños, el gobierno acepta la petición, pero parece que la maldición del mancebo estaba instalada en “su” canal, porque apenas los contratistas hacen sonar la comba, el pico y la lampa, sucede lo jamás pensado: el cielo se cubrió de una nube densa y oscura, y cayó lluvia como nunca había pasado porque era en fecha y hora desacostumbrada. En ese cielo tétrico ven subir al Amaru, los pastores de Putaja dicen: “¡Oh Dios! ahorita va a caer granizo”, y así fue, en poco tiempo se cubrió el campo de una capa espesa y blanca. Se aconsejó a los ingenieros del proyecto que debían cumplir con un rito ancestral: “Pagar a los apus”, con la coca, la chicha y otros elementos dirigidos a los cerros tutelares.
Hecho esto inician el trabajo, casi paralelo al incaico, porque cuando quisieron usar el incaico jamás pudieron, en ciertas zonas se empozaba el agua y tenía un olor desagradable o bien se filtraba. Razón tuvieron cuando dijeron que estaba “embrujado” o “encantado”.
De lejos se ven los canales como dos cinchos grandes que partiendo de cerca de Putaja pasan por Huayllacha, por la base de dos bellos parajes cubiertos por ichu y terminan en punta. Se llaman: Warmi (mujer) y Hari Payaja (hombre); luego se desplaza para luego caer en forma de cascada y llegar a Soras. Ecoportal.net
Fuente oral: Pedro Crisólogo Jáuregui Meléndez; Soras, Sucre, Ayacucho.
Escolar: Gianella Angela Villegas Serrano; 7 años; Callao, Lima.
Recopilado por escolares peruanos para las generaciones presentes y futuras