Monitorización del cambio climático: satélites y agricultura

El uso de la tecnología en la agricultura no es algo nuevo. Desde hace siglos, el ser humano ha sabido adecuar los avances que iban surgiendo de modo que pudieran ser usados en la agricultura. Cuando se alcanzó la Revolución Industrial, se consiguieron las primeras máquinas rudimentarias capaces de cosechar algodón, más tarde llegaron los vehículos impulsados por gasolina, y a finales del siglo pasado, los satélites. 

El uso de éstos últimos ha ido aumentando de forma progresiva. Aunque el primer satélite de siempre fue lanzado en 1957, hizo falta esperar 3 años más antes de ver el primer satélite meteorológico, que solo duró en órbita 78 días. Hasta 1975, todos los satélites tenían una órbita alrededor de los polos y con 3 de ellos se podría observar el planeta entero cada 6 horas, sin embargo, su movimiento perpetuo impedía poder observar una zona concreta de forma constante. Por eso, se desarrollaron los satélites geoestacionarios, que son capaces de desplazarse a la misma velocidad que la Tierra rota desde una altura mucho mayor, pero son incapaces de monitorizar los polos.

Gracias a la evolución de los satélites, la agricultura está cada vez más orientada a técnicas que buscan conservar el medio ambiente, como la agricultura de precisión. Herramientas como maquinaria automatizada o sistemas de integración se unen a las soluciones geoespaciales de los satélites, capaces de detectar cambios en el suelo, las condiciones meteorológicas, maleza y plagas y mucho más. Gracias a los datos capturados, los agricultores son capaces de cartografiar el terreno y los límites del campo, monitorizar la salud de los cultivos, identificar áreas con problemas de diversa índole o ayudar a plantear cómo debe ejecutarse la rotación de cultivos. 

El papel de los satélites en la monitorización del cambio climático

Como se mencionaba anteriormente, los satélites no solo tienen la capacidad de recoger multitud de datos sin importar el entorno, además lo hacen de forma ininterrumpida 24/7. Los satélites sirven para monitorizar los océanos, pues son capaces de proveer la temperatura de la superficie, corrientes oceánicas y vientos oceánicos y cambios que se producen en el mar de forma periódica y que generan fenómenos climatológicos. De forma más específica, los satélites muestran como la capa de hielo en el Ártico y la Antártida varía y cómo afecta eso al nivel global del mar. Asimismo, las imágenes que proporcionan pueden mostrar el alcance de un vertido de petróleo y cuál sería la mejor manera de contenerlo.

Los satélites también proporcionan datos a nivel de atmósfera, como la temperatura, velocidad y dirección del viento, el vapor de agua, la nubosidad o las precipitaciones sirven para entender qué pasa en nuestro planeta. La creciente cantidad de fenómenos meteorológicos extremos han sido atribuidos a alteraciones en la cantidad y distribución de las precipitaciones y la capacidad de generar sistemas de alerta temprana se realiza en base a los datos que recogen. Respecto a los gases de efecto invernadero, los satélites no solo son capaces de detectarlos, también sirven para analizar si una determinada empresa o región está cumpliendo los acuerdos internacionales sobre medio ambiente y polución.

Sin los satélites, sería mucho más difícil saber a qué posibles consecuencias se enfrenta el planeta debido al cambio climático, ya que los datos que se recogen con equipos terrestres son mucho más limitados. Incluso si evaluamos la parte negativa de los satélites, como el enorme gasto necesario para construir uno y la cantidad de CO2 generado en crear cada una de sus piezas, o la basura espacial que genera al perder pequeñas partes por falta de mantenimiento, la información que obtenemos gracias a ellos compensa de sobra. 

Reducir el impacto ambiental

La razón de ser de las nuevas tecnologías es dejar atrás las obsoletas técnicas que se usaban en agricultura en el pasado. Rociar pesticidas por todo el campo es ineficaz, costoso y perjudica gravemente al medio ambiente.

La agricultura de precisión no solo permite saber en qué zonas concretas sería necesario usar pesticidas, también permite un uso razonable y medido de los insumos necesarios en el campo, incluyendo el agua. Asimismo, saber desde la tranquilidad del hogar u oficina las condiciones actuales de los cultivos implica un menor uso de vehículos motorizados, uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero.