En los últimos años, los defensores del medio ambiente han librado campañas para educar a los consumidores acerca de los impactos que generan los residuos de alimentos. Ahora, el gobierno de Estados Unidos está intensificando su contribución a la lucha. El pasado 16 de septiembre el Departamento de Agricultura de Estados Unidos y la Agencia de Protección Ambiental han anunciado el primer objetivo para reducir el desperdicio de alimentos en todo el país. La estrategia cuenta con la colaboración de los gobiernos de cada Estado así como con las entidades locales, empresas del sector privado y ONGs. El objetivo apunta a reducir el desperdicio de alimentos en un 50% en 2030.
El anuncio, que se produjo una semana antes de la reunión de las Naciones Unidas para hacer frente a los objetivos mundiales de desarrollo sostenible, fue recibida con elogios por los grupos ecologistas y por la industria. Leslie Sarasin, presidente y CEO de la Food Marketing Institute, cree que la industria alimentaria opera con márgenes muy estrechos, y que reducir el desperdicio de alimentos tiene sentido desde el punto de vista económico.
Los desperdicios de alimentos han estado creciendo en los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, desde 12,2 millones de toneladas en 1960 se ha casi triplicado, con 35 millones de toneladas en 2012. En el mismo período de tiempo, el número de estadounidenses con problemas de acceso y disfrute a los alimentos ha crecido desde uno de cada 20 en 1968 hasta uno de cada seis en 2014.
Los desperdicios de alimentos también contribuyen a empeorar el cambio climático. La comida que se tira termina en los vertederos, donde se descompone liberando metano, un potente gas de invernadero 86 veces más eficaz para atrapar el calor que el dióxido de carbono.
A nivel mundial, el total de las emisiones liberadas por residuos de alimentos en 2007 fue de más del doble de la cantidad de gases de efecto invernadero liberados por todo el transporte por carretera en los Estados Unidos en 2010.
Sin embargo, algunos temen que las nuevas metas presionan demasiado a los consumidores, sin abordar los residuos de alimentos que se produce en el sector primario y en la industria minorista.
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