La tecnología es maravillosa, pero no es un secreto el costo que tienen los aparatos en materia de producción. El ambiente es el mayor perjudicado y no somos capaces de dimensionar las repercusiones de aquello en el mediano y largo plazo.
Lo más complejo es que los dispositivos, en vez de estar en función del ser humano, está en función del consumo y los adelantos llegan a nuestras manos, cuando ya están obsoletos y está listo el nuevo modelo (de televisores, celulares, computadores, etc.) para salir al mercado, lo que nos lleva a más y más consumo, en una cruzada que no se detiene ya que “tener el último modelo” de lo que sea, no sólo significa que estamos a la vanguardia, sino que además, otorga un estatus que parece importarle a alguien (todavía no descubro a quién).
El valor de las cosas, parece no importarle a nadie y aparece como un discurso “de mamá” que está obsoleto. Yo recuerdo el exprimidor, que estuvo en casa de mis padres por casi 20 años y no se cambiaba porque todavía funcionaba. Quizás no era una mala práctica después de todo. Finalmente, si sacas jugo de limón con un exprimidor viejo, con un exprimidor eléctrico o con el tenedor, no tiene mayor relevancia a la hora de comer ensaladas y eso se puede desplazar a cualquier cosa. Lo cierto es que estamos llenos de deudas y cosas que, cuando volvemos del arduo día laboral, estamos demasiado cansados para usar.
A ver si le encontramos tanto sentido a trabajar en exceso para ganar el dinero que vamos a dejar íntegramente en productos que pronto se romperán o ni siquiera llegaremos a usar.