Los bonobos (Pan paniscus), llamados informalmente por los investigadores los simios jipis, viven hasta 50 años en los bosques del río Congo, son los últimos grandes simios descubiertos y están en peligro de extinción. Quedan entre 10 mil y 20 mil en el planeta.
Resuelven los conflictos con contactos sexuales, frotándose, peinándose, rascándose o regalándose frutas. Estas caricias no tienen que ver solo con la reproducción y se las dan también entre machos o entre hembras, sin importar su edad o estado reproductivo y solo para jugar, crear vínculos, celebrar la comida o resolver tensiones. Por cierto poco frecuentes, salvo que un macho ataque a una hembra pues ellas se agrupan para defenderse.
Las hembras hacen alianzas para cuidarse, para cuidar a los hijos que no se destetan hasta los 4 años, o a los machos por los que no compiten y que prefieren apaciguar para convivir en armonía. Sus genitales discretos, que no se hinchan tanto durante la ovulación como en otros primates, contribuyen sin duda a esta paz poco corriente entre los simios.

Las hembras dejan su familia al llegar a los 15 años. Errantes y muy sociables, se incorporan a grupos de entre tres y diez bonobos, colectivos poco territoriales y en los sorprenden la cooperación, la capacidad de compartir, de consolar y de acoger, incluso a extraños.
Un virus los ha arrasado: el Ébola. Han sobrevivido a la caza, a la pérdida de su hábitat, a las guerras y a otra amenaza: la falta de información para conservarlos. Es incierto el destino de estos pigmeos frugívoros, que son capaces de vocalizar como ningún primate; que se hacen cosquillas por los 100 centímetros de su cuerpo, que son inteligentes al punto de comprender hasta 3000 palabras habladas, que auxilian a los que estén en peligro y que, sobre todo, saben llegar en nudillos a regalar frutas para hacer, con sus 40 kilos olorosos, peludos y muy negros, el amor y no la guerra.
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