Por María Perona
El coche, que duerme en garaje, era el transporte primigenio de esta era. Sales de tu casa, te montas y directito al atasco mañanero. Los más elegantes se apuntaban al taxi, levantas el brazo y a rezar para que no tenga Radio Olé sintonizada. Pero nada de gritar “¡taxi!” que eso solo pasa en Manhattan.
Estas opciones siguen ahí, pero han surgido nuevas “digievoluciones”. Mejoras en los medios habituales para satisfacernos a todos. Algo tan simple como compartir coche se ha profesionalizado de tal forma que existen aplicaciones específicas, como BlaBlaCar. Incluso el controvertido Uber, ha propuesto un nuevo producto, Uber Pool, para compartir coche (el Uber, claro) con personas que realicen tu mismo recorrido. También se ha encontrado el mejor uso que se puede hacer del coche eléctrico, el carsharing, que en Madrid está impulsado por Car2go. Pequeños vehículos blancos y azules que campan a sus anchas por las calles del centro, aparcan donde quieren y no emiten nada que genere esa famosa boina que cubre la ciudad de vez en cuando. Desde tu propio móvil, eliges el coche más cercano y lo abres con una aplicación. ¿Es esto ciencia ficción? Para mi abuelo, de un pueblo del León más profundo, sí. Para los que vivimos en la ciudad, el pan nuestro de cada día.
Todas las opciones van por el mismo camino, ahorrar dinero, ahorrar materiales, reducir las emisiones, liberar espacio para los peatones y ciclistas… Y mejorar la habitabilidad de las zonas urbanas.
Los ayuntamientos se han puesto las pilas, ya sea por ganar votos o por una sincera preocupación por la movilidad en las ciudades, y con una varita mágica han llenado algunos barrios de bicicletas eléctricas y carriles-bici. En este campo hay todavía un largo camino por recorrer, literal y figuradamente, para que se pueda considerar como una alternativa segura y real.
Las ciudades tienden a la dispersión, y la forma en la que nos movemos se va adaptando a este nuevo modelo. Pero eso no nos conduce, y nunca mejor dicho, a nada, salvo al desastre. Más coches en las carreteras, mayor número de desplazamientos y cada vez más largos. La accesibilidad y la proximidad son las piezas clave para lograr un modelo de movilidad sostenible. Si necesitas coger el coche para hacer la compra o para ir al colegio, el sistema está fallando. Otro aspecto a tener en cuenta es que las calles son para las personas, y somos nosotros quienes hacemos ciudad. Cuando una calle se peatonaliza se llena de vida y se dinamiza el comercio. Y estas zonas permiten ir en bicicleta o patinete, y aumentan la sensación de seguridad. ¿Por qué no practicar esto en todas las calles?
La religión marcaba (algo menos en la actualidad) nuestra vida, nuestras construcciones o nuestras dietas. Pero hay un “nuevo opio” del pueblo, los coches. La industria automovilística se ha servido de una red de contactos –políticos, empresarios o agencias publicitarias– para tejer una telaraña en la que nada se escapa. Pero ya es hora de rehabilitarse, y lanzarse de lleno al resto de alternativas que la innovación y la necesidad nos traen.
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