Por Teresa Morales García
Las ecoaldeas son estructuras arquitectónicas y sociales ecológicas muy bien diseñadas que están, incluso, en los barrios periféricos de algunas grandes ciudades, como el célebre Los Ángeles Eco-Village o el histórico barrio de Christiania en Copenhague. Otros están a medio camino entre pueblo y ciudad dormitorio, como la comunidad canadiense Yarrow Ecovillage, a 100 kilómetros de Vancouver; la villa medieval Torri Superiore, en Liguria (Italia), o The Wintles, en Shropshire (Inglaterra), que se han convertido en referentes que inspiran políticas sostenibles de algunos gobiernos.
Si algo caracteriza estos proyectos, aparte de su esencia 100 % ecológica, es el hecho de que se construyen desde el verbo compartir, el cual exige que todos se conozcan y se comuniquen entre sí, de forma que participen en la dirección y evolución de la comunidad. Los aldeanos de Torri Superiore, por ejemplo, trabajaron durante 25 años para restaurar la ciudad medieval en la que se asentaron y tienen como compromiso diario comer juntos.
Los doce adultos que vivimos aquí hacemos turnos para cocinar y lavar los platos todos los días. Hemos decidido vivir en comunidad, confirma Cristina Evangelisti, residente en la villa italiana desde 2000. A Kevin Lluch, psicólogo y residente en la ecoaldea sevillana Los Portales le convenció el argumento de que lo ecológico, es decir, la gestión de recursos, de energía, residuos…es mucho más sostenible en una escala comunitaria que si cada habitante de un pueblo tuviera que resolver sus necesidades por separado. Y que desde la perspectiva social también es más enriquecedor, ya que se estimula la cooperación y el trabajo en equipo y se desarrollan formas de organización verdaderamente democráticas.
Esto que puede sonar idílico tampoco está libre de dificultades, sobre todo en cuanto a las finanzas.
Es importante disponer de fuentes de ingresos en el lugar, además de aumentar el nivel de autogestión, apunta Mauge. A pesar de que hay un alto autoabastecimiento gracias a la producción propia, puede haber problemas. Los obstáculos existen también en el marco legal, que según la portavoz de la RIE es de cierto vacío.
Muchos de los problemas tienen que ver con la interpretación que se hace de las legislaciones en el ámbito de la construcción en el campo. No hay una ley que contemple viviendas pequeñas, ecológicas, sencillas, baratas y autoconstruidas. Se trata igual o mejor a una superurbanización en pleno monte que un pequeño asentamiento de cabañas de balas de paja, afirma Mauge.
Se pueden encontrar inconvenientes prácticos a corto plazo, como la carencia de algunos estándares de confort, pero con una mirada más global se llega a la conclusión de que nuestra forma de vida es más ventajosa, especialmente en el plano social y humano.
En comunidades como la nuestra la calidad de las relaciones es un gran lujo dice Kevin. Un factor que potencia el nivel de satisfacción, felicidad y salud emocional de los residentes. A pesar de las trabas, vacíos legales o ciertas incomodidades, la opción de esta inmensa minoría ecológica se ha convertido en parte de la vanguardia de una sociedad que, como indica Kevin Lluch, siempre está buscando nuevas vías para garantizar un futuro mejor.
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